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martes, 4 de octubre de 2011

Dilemas morales

Una noche de primavera, un sobresalto cuando te apresuras por una céntrica calle camino de un restaurante, cuando una mujer mayor te llama, te detiene y trata de entablar un diálogo. Más bien trata de contar su historia, su desdicha y seguramente pedir después una ayuda. En el apresuramiento ante la siguiente cita, y la conversación que mantienes con tu mujer camino del restaurante, no dejas que la mujer siga con su monólogo y sigues tu camino. Unos pasos más allá, la mujer hasta ese momento educada y humilde, te llama con vehemencia, reclama tu atención y te lanza un reproche lapidario. Igual que las brujas de Macbeth, sin responder a preguntas, lanza una sentencia premonitoria, y te deja pensando, inquieto, incómodo.
Alguien a quien no conoces y nunca conocerás se mete en tu vida, te perturba y desasosiega, con las credenciales que le da el ser una persona menesterosa, o desesperada.
No puedes dejar de pensar en el maleficio, más cuando unas horas antes has estado en la consulta del médico y te dice que los síntomas de tu malestar no son buenos, que tienes que seguir haciéndote estudios y pruebas. Tus cavilaciones, la conversación que mantenías unos minutos antes de esta interrupción giraban en torno a la posibilidad de la enfermedad, a la probable existencia de un resultado negativo, a esa lotería que en algún momento te puede tocar. Y allí, en ese momento, en esa calle céntrica pero desierta, por la que sube un viento fresco del río, esa mujer, esa aparición te plantea el falso dilema moral entre la limosna o la maldición.
No puedes dejar de pensar en ello, durante la cena, durante la noche. ¿Existirán realmente los presagios?¿Será ésta una aparición mágica que te lleva a pensar en las coincidencias, o es simplemente una de esas personas perdidas en su tristeza que pueblan las calles de las ciudades mendigando un rato de conversación o en su defecto una buena propina?.
El hecho es que la aparición realmente ocurrió. Que el tono de voz era primero suplicante y después amenazador, y que inevitablemente pensaste si no debieras haber aguantado la conversación unos minutos y terminar dando a esa extraña mujer, bien vestida, limpia, inicialmente educada, una pequeña limosna que aliviara su triste noche y tu culpable conciencia.
Los días pasan y el recuerdo se diluye. Los resultados de los análisis van mejorando. Lo que comenzó como una preocupación se convierte en un mal recuerdo sin consecuencias, y la imagen de aquella mujer maldiciendo tu figura, y deseándote males mayores termina por borrarse en los pasillos de la memoria.
Hoy el dilema moral sigue siendo si debes sufrir con los que sufren o vivir tu propia vida. Si estamos en esta vida en un valle de lágrimas o si debemos recoger el fruto fugaz de la vida, tan efímera y azarosa.
Si una noche de primavera una extraña te detiene y te invoca, detente, escúchala, deposita tu óbolo y regresa a casa con la conciencia tranquila y libre de cábalas y maldiciones, que ya es la vida suficientemente peligrosa como para cargar con viejos ensalmos.

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