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sábado, 25 de mayo de 2019

Un sábado cualquiera

Me levanto temprano para desayunar, y en el jardín encuentro a una señora muy mayor, con uniforme de jardinera y su sombrero tradicional, que me saluda y me lanza una simpática parrafada en cantonés. Hay en esta ciudad un cuidado especial por las plantas y los jardines. El clima cálido y húmedo y la falta de sol dan un verdor pronunciado a las calles y requieren de un cuidado continuo, que requiere de una multitud de jardineros que poden, limpien y recojan las hojas caídas. En nuestro recinto de la jardinería se ocupan personas mayores, forzosamente jubilados, que por no sé qué arreglos siguen trabajando en los jardines con mimo y con buen humor.

Tras el desayuno subo a uno de esos coches de alquiler que reservé el día anterior con una aplicación en inglés y que llega puntual a la puerta de nuestra casa. Es uno de los ejemplos del bueno uso de la tecnología, el Didi, o uber chino, que permite hacer los  desplazamientos sin saber una palabra del idioma local, ya sea chino, cantonés o cualquiera de sus sonoros dialectos. El coche me lleva al club de golf de Foshan, a 39 kilómetros de distancia, que recorremos en poco más de una horaviendo el mismo paisaje de ciudad, con edificios altos y desvencijados a los dos lados, con pasos elevados y puentes sobre los innumerables brazos del río de la Perla, sin dar un respiro al campo. Entre Cantón y Foshan reúnen más de 21 millones de habitantes en un conurbano totalmente edificado, solo amortiguado por algunas hileras de árboles y setos a lo largo de las vías principales. Una hora de recorrido en el que la pesadez de un cielo eternamente nublado y el gris roto de los edificios que acompañan a las avenidas dan un idea de la monotonía de estas ciudades del presente chino.
De vez en cuando unas grúas y maquinaria pesada señalan obras de derribo de viejas casas deterioradas por la corrosiva humedad y la mala calidad de los materiales. Fuera de esto, el tráfico habitual con todo tipo de vehículos, que pasan de la lujuriosa variedad de marcas de lujo en la ciudad nueva, a todo tipo de automóviles o camiones, en el país que produce casi la mitad de los vehículos que se producen anualmente en el mundo.

Llego al extremo de Foshan por una avenida que va ganando jerarquía, con setos recortados, árboles más abundantes y mejores coches, hasta entrar bajo un arco de la zona residencial de Nanhai, donde se encuentra el campo de golf. El verdor y las nubes cambian ligeramente de tono al entrar en este reducto recluido de la ciudad. Los campos están más cuidados y la traza del campo de golf es impecable. Si no fuera por el aire cálido que empapa todo, se diría que estamos en algún campo de golf de la nubosa Inglaterra. Una casa club construida con lujo asiático, y un servicio numeroso para dar todas las facilidades a los privilegiados socios de este club en un país como china.

Y una vuelta de golf excelente, con mi nuevo amigo, un gerente inglés de mi edad, con quien charlo animadamente, consciente de que con el tiempo, las experiencias personales se van acercando, y las fronteras se diluyen ante el rápido transcurrir de los días, y aun de los años. Pequeños placeres en la China que crece y que se prepara para retomar su lugar en el mundo, en todos los aspectos, incluso en el deportivo, esa nueva obsesión de ser no solo el país del centro, sino también el país primero.

domingo, 12 de mayo de 2019

Hong Kong

Hong Kong, en chino significa puerto fragante, con esa ironía que gasta el idioma mandarín. Una de las zonas con mayor densidad de población del mundo, goza igualmente de suaves montañas de vegetación subtropical y playas escondidas a la espalda de los rascacielos.
Hongo Kong es también un juego de la memoria. Para los chinos del continente, no es sino el recuerdo de esos tratados desiguales por los que Inglaterra se adueño de este enclave para abrirlo al comercio tras las guerras del opio. Es un recuerdo de tiempos peores, que se van desvaneciendo ante el empuje del crecimiento de la China del siglo XXI. Shenzhen, el pequeño puerto de pescadores al otro de la frontera es ahora la capital mundial de las telecomunicaciones con más 14 millones de habitantes.
A pesar de esta nueva realidad, donde lo moderno y el urbanismo racional han cambiado de barrio, Hong Kong sigue recordando esa metrópoli infaltable en las películas de James Bond, esos hoteles coloniales en los que el Dry martini esperaba tras una jornada de transacciones comerciales más turbias que honorables.
Es también recuerdo de unas tierras baldías donde se certificaban los intercambios de mercancías provenientes del interior de China camino de Filipinas y de allí a los toros de Sevilla.

Es recuerdo, como casi todo lo que nos rodea. Una música, una palabra, un olor, un atardecer, un lugar nunca visto pueden desencadenar en nuestra mente un torbellino de recuerdos multiplicados por el número de los años cumplidos. El recuerdo y la memoria se inician en los sentidos, pasan de allí al Cortéx prefrontal, y posteriormente a una velocidad frenética a todos los puntos del cerebro a través de las sinapsis que fabrican el material del que están hechos físicamente los recuerdos. Luego se almacenan de una manera en criptas hasta que un nuevo estímulo sensorial los rescata, y nos invade la nostalgia.

Comienzo, tras el viaje a Hong Kong a releer a Proust comenzando por el camino de Swann, un monumento a la memoria individual, al subjetivismo de los recuerdos, que invariablemente nos retrotraen a la infancia. A esa infancia seminiconsciente que nos marcara y ayudará sin mistificaciones, sin adornos ni arañazos.
Y entretanto llega la noticia de la muerte de Alfredo Pérez Rubalcaba, muerte joven que conmueve las conciencias del juego político y que recuerda la fragilidad de esta vida para la muerte.