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viernes, 21 de mayo de 2021

El libro de las caras




Cantón 21 de mayo de 2021

 Mi vida en el mundo de las redes sociales fue breve anodina. Me debí dar de alta en Facebook en 2007 y dejé de frecuentar esta red social a comienzos de 2012 cuando asumí la Secretaría de Estado en el Ministerio de Asuntos Exteriores con la vana esperanza de pasar desapercibido ante los odiadores profesionales y de evitar un desliz o salida de tono al calor de cualquier discusión banal.

Desde entonces sigo recibiendo periódicamente noticias sobre Facebook en mi correo electrónico que dejo sin abrir o borro antes de leer pues ya perdí todo interés o curiosidad necesarios para asomarme a la vida de los otros por esa ventana.

Sin embargo hoy he abierto el correo que me enviaba Facebook con el reclamo de un nombre de una persona que pudiera interesarme y que efectivamente me ha hecho abrir mi cuenta. Mi página ha quedado congelada en el tiempo, con mi fotografía de 2010, y con los contactos y mensajes de personas que en esa primera década del siglo, al volver de Cuba solía frecuentar. 

He ojeado las múltiples solicitudes de amistad que machaconamente envía la red social de personas a quienes conoces o a quienes pudieras conocer y he pasado unos minutos leyendo los mensajes de viejos conocidos a quienes no he prestado mucha atención en años.

Entre las fotos que ilustran las entradas de esta red, he reconocido una que me era familiar, y he abierto la publicación para saber más de él. Se trataba del padre Lusarreta, un sacerdote navarro, párroco de la iglesia de la Milagrosa en el barrio de Santos Suárez de La Habana a quien conocí hace cerca de veinte años y que ahora me miraba con esa sonrisa socarrona desde el ordenador. 

El padre Lusarreta llegó a La Habana en 1993 en pleno periodo especial y desafiando los límites que el partido comunista imponía en esos tiempos a la iglesia, se empeñó en hacer además de una labor pastoral, una labor social ayudando a los ancianos del barrio.

Con tesón, simpatía y algo de atrevimiento fue ganando espacio en el barrio hasta que consiguió abrir un hogar de ancianos en la parroquia. Cuenta la anécdota y recuerdo que me contó él en alguna ocasión, que harto de no obtener los permisos necesarios se presentó una tarde en una reunión del partido en su barrio y se sentó callado en las últimas filas. Cuando al final del acto los dirigentes se percataron de que había alguien ajeno a la reunión sentado en la última fila le preguntaron quién era y él dijo: Soy el padre Lusarreta y como veo que todos los domingos vienen algunos de ustedes a mi parroquia y se sientan en las últimas filas tomando nota y sin decir nada, he decidido hoy devolverles la visita. Esa salida de tono le permitió llevar una relación intermitente con las autoridades del partido de Santos Suárez y poco a poco ganar espacio para su proyecto.

Lo conocí a mi llegada a La Habana y le visité en su parroquia donde un día le pedí un favor. Se acercaba la fiesta de los Reyes Magos y el año anterior se había producido un escándalo por una procesión organizada por la embajada de España y el centro cultural que terminó siendo utilizado por el Gobierno cubano para escenificar un desencuentro con España. Así el año en que yo llegué a La Habana la pregunta más acuciante a la que tenía que responder era si iba a celebrar la cabalgata de los reyes magos, ya formalmente prohibida por el Gobierno cubano. Si decía que no, nos habríamos echado para atrás y habríamos cedida en un punto trivial y absurdo pero que limitaba nuestro margen de actuación, si la hacía era seguro que tendríamos un nuevo conflicto esta vez más grave que el anterior. Ante este dilema opté por un término intermedio. Haríamos la cabalgata en el jardín de la Residencia de la embajada, invitando a un buen número de familias que vinieron con sus hijos a disfrutar del día de reyes, y para dar mayor empaque al acto invité al padre Lusarreta a que nos dijera unas palabras sobre el significado de los reyes magos en la liturgia y para bendecir el acto, lo que el padre Lusarreta hizo con simpatía y cercanía, estableciendo así una nueva tradición mientras estuve en La Habana.

La foto que trae Facebook del padre corresponde al cuarto aniversario de su fallecimiento en 2017 con el recuerdo de aquellos que le quisieron en La Habana. Y así seguimos, con muertos y más muertos en todos los bandos durante estos veinte años que hace que llegué a La Habana como embajador. Con las mismas consignas, con la misma miseria y con escasas esperanzas por lo que leo en muchas de las entradas de Facebook que corresponden a amigos de aquella época que ahora rememoro.