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sábado, 8 de octubre de 2011

Tarde literaria

Una tarde echada a libros. El confort de las cálidas hojas de un libro en una tarde nubosa y húmeda vence cualquier tentación mundana. Una tarde de reencuentros, de lecturas de los suplementos culturales que en pocas líneas prometen horas de venturosa lectura, dan a conocer nuevos autores o traen recuerdos de libros ya olvidados.
Así, tirando del hilo de la cometa vas volviendo a los detalles olvidados de "La montaña mágica", esa novela de aprendizaje en el opresivo ambiente de un sanatorio de la "belle époque" de Suiza. La enfermedad imaginada, las pruebas sucesivas, la vida entre enfermos que denotan una gran alegría de vivir. La vida en fin a 1.600 metros de altitud, rodeado de montañas, aislado pero al fin y al cabo recreando esa vida que transcurre allá abajo, en el llano, en otros ámbitos en otros climas. La vida como reflejo de vida, y al fin, del tiempo. De ese tiempo inmóvil de la montaña, de ese tiempo que observamos con parsimonia y que fugaz, escapa por cada rendija de nuestro cuerpo.
Y de allí, de la literatura alemana, centroeuropea, donde los español sigue siendo esa estampa romántica de Carmen la cigarrera, a la literatura norteamericana del siglo XX. Acaba de publicar Jonathan Franzen una novela que una vez más es destacada por la crítica norteamericana como la epopeya americana. Nada nuevo, pues lo mismo les sucedió con Philip Roth y su pastoral americana, con Richard Ford y su trilogía del sportswriter, con Cormac Mc Carthy con su meridiano de sangre y con su trilogía de la frontera, o con Con de Lillo con su "Underworld". Todas ellas novelas de esta centuria, de este milenio, y todas ellas notables y grandilocuentes. La decadencia americana no puede ser total mientras tenga el dominio del canon literario, y mientras siga surtiendo el inconsciente colectivo mundial con sus paisajes, con sus costumbres tan recientes y tan arraigadas, y con sus personajes desde la literatura al cine. No puede decaer un país que sigue dando héroes globales, como el recientemente fallecido Steve Jobs, presente en la vida de millones de personas.
Y de Estados Unidos al país donde me encuentro, y que me proporciona un atisbo de Borges desconocido, la serie de artículos publicados entre 1936 y 1940 en la revista "El hogar", en la que quincenalmente hace Borges una pequeña biografía o una recensión de un escritor extranjero. Son estos artículos quintaesencialmente borgianos, con sus adversativas, sus matices, sus pardojas, aun en unos artículos publicados en una revista de gran difusión en esos años, que tenía como público más fiel a la mujer que comenzaba a saborear las comodidades de la modernidad, y que eran el reflejo del éxito argentino, cuando este país se codeaba con los más desarrollados del mundo.
No deja de sorprender la constancia de Borges, seguramente ligada a uno de esos contratos leoninos que hacen del escritor un probo funcionario de la literatura.
Y por las páginas del Hogar argentino pasan las figuras de Virginia Wolf, Lion Feuchtwanger, T.E. Lawrence,
E. Oneill, T.S. Elliot, Raimundo Lulio o Saavedra Fajardo, junto con muchos otros hoy desconocidos.
La cultura enciclopédica de Borges y su frondosa imaginación paliaban seguramente la dificultad de acceder a las fuentes del conocimiento y a las novedades literarias en los tiempos previos a Internet.
Tarde gozosa de una primavera que se despereza entre nubes y que trae ecos de un concierto de cámara que reconcilia con la capacidad de creación del hombre en la tierra.

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