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domingo, 31 de julio de 2011

Muertes y exilios

Días tristes en Cuba. A la muerte del obispo emérito de Santiago de Cuba, monseñore Meurice, le sigue hoy la muerte de Eliseo Alberto Diego, Lichi, el escritor cubano residente en México, hijo, hermano y familiar de escritores que han marcado el siglo literario de Cuba.
El exilio o la muerte como forma de reconciliación, es lo que se experimenta en Cuba cada día más a menudo por todos aquellos cubanos que ya no pueden con tan larga impostura.
La muerte de monseñor Meurice ha levantado una muestra de afecto y de recuerdos en Santiago de Cuba, esa ciudad oriental de la que salieron todos los movimientos revolucionarios de la isla, esa Cuba caribeña, casi haitiana, donde dicen que tuvo su hogar Hernán Cortés en su breve tránsito hacia México, y donde nació la leyenda del ron cubano. Esa Santiago donde fui una tarde del año 2003 a visitar a monseñor Meurice, dado qeu como embajador de España no podía visitar a ningún miembro del Gobierno cubano (notable paradoja, la de un embajador ante un Estado, que no puede entrevistarse con los representantes de tal Estado, pero así son las cosas del socialismo). Esa ciudad en la que monseñor Meurice organizaba colectas de alimentos y de ropa para cubrir y alimentar a aquellos desheredados de la fortuna en la tierra donde por definición no existen las diferencias sociales ni económicas. Allí, en su casa obispal nos recibió monseñor Meurice al caer la tarde, en una sala de mecedoras con rejilla, con las ventanas abiertas de par en para para ahuyentar el calor del día, con una gran jarra de daiquirí, preparado por él mismo, con la parsimonia y la sabiduría que dan los años de ejercicio en esa ciudad donde nació esta bebida a espaldas de las bodegas de Bacardí, ese catalán nacionalista cubano, que con sus rones financió a la primera revolución cubana, la de los mambises por la independencia de España.
Monseñor Meurice fue quien asistió con Monseñor Pérez Serantes a su discurso de bienvenida a Fidel Castro en el balcón del ayuntamiento de Santiago en ese remoto enero de 1959, cuando la revolución era esperanza de un mundo mejor. Y de allí, como tantos cubanos, como tantos ciudadanos del mundo, Meurice fue conociendo la realidad del socialismo real, la imposición y el desengaño. Allí desplegó su labor pastoral y social, y allí recibió al papa Juan Pablo II en 1999, dando el discurso central en el que frente al cuidado y timorato programa del Vaticano y de la conferencia episcopal cubana, monseñor Meurice se levantó ante el pueblo de Santiago y en presencia de los dirigentes comunistas cubanos para decir las verdades del barquero, que el rey está desnudo y que hay que luchar porque las cosas cambien.   Dijo entre otras cosas":Le presento, además, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido las últimas décadas, y la cultura con una ideología…"
Pero han pasado 13 años de esas palabras que parecieron retadoras. Han pasado 13 años de penurias y de frustraciones. Ha muerto el papa Juan Pablo II y ha muerto Monseñor Meurice. ¿Será efectivamente la muerte la liberación? ¿Cuántas muertes más serán necesarias para que la esperanza se abra camino también en Cuba? Tal vez muy pocas, pero cuánto tardan en llegar¡¡¡
Del exilio, de Lichi hablaré mañana con nuevos bríos, con otras luces.


Contrasta la labor

miércoles, 27 de julio de 2011

Impenetrable, Chaco

Los países son tan complejos como las personas, que nunca acabamos de conocernos, o de reconocernos en los lugares más remotos de nuestra geografía.
Hoy puedes estar en la ciudad por antonomasia. En esa capital continental, siempre ansiando surcar el océano para volver a sus imaginados orígenes europeos, y mañana puedes estar en la chata fisonomía de una ciudad de provincias, flanqueada por uno de esos profundos ríos americanos y por un desierto impenetrable de maleza y espinos que da cobijo a unas comunidades indígenas parapetadas allá desde hace siglos.
Una de esas caras ocultas del país recibe el nombre que hace alusión a su carácter recóndito y defensivo. "El impenetrable". Kilómetros y kilómetros de llanura seca y monótona, poblados por una variedad de árboles espinosos, que pueden llegar a los 30 metros de altura, pero que por debajo crean esa maraña que disuadió a los conquistadores de buscar civilizaciones y riquezas más allá de sus linderos.
Impenetrable que hoy se puede profanar en avioneta, y que permite llegar a uno de esos lugares en el medio de la nada; sin referencias naturales y sin registros arqueológicos que permitan señalar las etapas del viaje o la presencia de algunas comunidades en los alrededores.
Allí, en la misma unidad administrativa y política que constituye un país, algunas de las tribus originarias del país sobreviven entre penurias, suficientemente alejadas de las ciudades para evitar su disolución y la pérdida de identidad.
Hoy eso está a punto de acabar. Alertados por imágenes estremecedoras de hambre y desnutrición, en el país de la abundancia de alimentos, y  con la buena voluntad de costumbre, las obras sociales, los gobiernos y voluntarios contribuyen a crear en esa lejanía los rudimentos de una vida urbana. Casas recién pintadas y barrios nuevos, nunca vistos, que conviven con chozas y con alojamientos precarios. Primeras señales de internet y de telefonía que nos permiten tuitear desde el corazón de la espesura. Escuelas, granjas experimentales, gasolineras, todo se confabula para atrapar en un halo de modernidad esa tierra escondida.
Las mejoras sanitarias, la oportunidad de acceder a la educación, la vida conectada al resto del país traerán beneficios a sus habitantes, pero no podrán evitar una sensación de desnudez. de intemperie tras tantos años protegidos por el desconocimiento y el olvido.

lunes, 18 de julio de 2011

Lluvia

Llueve. Pareciera que la lluvia lleva aparejada un aura poética o en cualquier caso literaria. Había un escritor de escaso éxito, que en los días soleados se metía en su coche, daba al parabrisas, y cuando caía el chorro de agua sobre el vidrio delantero del vehículo, podía decir con propiedad, "llueve", y a partir de allí, indefectiblemente era acompañado por las musas en su tortuoso camino de creación.
Llueve en efecto sobre la ciudad y pareciera que el viento del sur borra los vestigios de un domingo soleado y despreocupado. Llueva y las ciudades se ponen ariscas, con esa mala cara que Ridely Scott dio a su ciudad en Blade Runner. Algo parecido al centro de Caracas, o según me dicen a la pujante Shanghai en la resaca de la exposición universal del pasado año.
Así son las ciudades, esas ciudades a las que se dirigen en todo el mundo, en todo momento esas masas de ciudadanos que huyen de la pobreza del campo, y como en la edad media europea, o en el éxodo del campo a la ciudad que vivió la España de la postguerra, desertan de los rigores del arado y se dirigen a ese espacio de libertad que habita dentro de los muros de las ciudades.
Personas con nombres y apellidos que quieren acceder a la educación, a la salud y a las oportunidades que  a lo largo de la historia solo las ciudades han sabido ofrecer. Por mucho que Horacio insistiera con la vuelta al campo en su Beatus Ille, desde los romanos a esta parte, la libertad y la prosperidad se han dado en las ciudades, y es a ellas adonde se dirigen aquellos que pasan a engrosar la lista de las clases medias.
Sí esa clase media, con aspiraciones pequeñoburguesas, denostada por la tradición marxista y revolucionaria, constituyen hoy el principal fenómeno sociológico de nuestro tiempo. Se dice que en los últimos años han salido 300 millones de chinos de la pobreza. A menos 100 millones de indios y según cuentan, 30 millones de
brasileños. Este movimiento de personas de un lado a otro de la escala social, de la informalidad a la formalidad, de la resignación a la esperanza, constituyen lo que ahora se nos anuncia como un choque de generaciones. Como un nuevo desafío a la gobernanza mundial, pues esta gente quiere vivir, quiere consumir y quiere alcanzar el bienestar que atisban por televisión y por internet.
Estos millones de personas hacen temblar a los mercados por su súbita y estentórea irrupción en la escena de la historia, pero hacen temblar también los fundamentos de tantas buenas intenciones y de tantas teorías sobre el desarrollo y sobre la cooperación necesaria para lograr ese desarrollo. Una vez logrado, qué.
Pues eso, la lluvia que todo lo barre y que a todos nos iguala.

Cubanas

Las mujeres cubanas traen siempre recuerdos de imágenes sugerentes, desde la época de la colonia, cuando los apuestos militares de la metrópoli iban a hacer las Américas a las Antillas y quedaban enredados en los brazos de una mulata, dando así origen a la estirpe de criollos que heredaría los destinos de la isla en años venideros.
Posteriormente, en tiempos de la república,  el teatro vernáculo, especie de vodevil que contaba irremisiblemente con los personajes del gallego bruto, el chino tramposo y la mulata sensual, puso a la mujer cubana en una nueva dimensión como objeto de deseo y colmo de desdichas. Esta imagen no se ha borrado ni en los jaraneros años cuarenta, ni en los tenebrosos años soviéticos, cuando tras el uniformismo y la tristeza comunista, solo se permitía alguna frivolidad machista a costa de la mujer cubana.
Pero no es ésta la esencia ni la cualidad inherente a las mujeres de Cuba. Muy al contrario, a pesar de años de prejuicios, de burdas sensualidades ciertas o imaginarias, el rasgo principal de la mujer cubana ha sido el valor, el arrojo casi temerario en los momentos difíciles que han tocado vivir a los cubanos. Sobre el resto de la población, en los últimos años, el mayor testimonio de integridad y gallardía en la isla lo han dado las mujeres. Acabo de leer el libro de la doctora Hilda Molina, "mi verdad", escrito durante los quince años largos que pasó en Cuba en espera de algo tan elemental como la posibilidad de viajar al extranjero para reunirse con su único hijo y sus nietos, y que en Cuba se convierte en una odisea cuando estás al arbitrio de un regimen totalitario que se cree con capacidad de decidir sobre vidas y haciendas de cualquier ciudadano, en este caso más súbditos que ciudadanos.
La doctora Molina me ha recordado, al leer su libro, y anteriormente, al conocerla en persona a ese otro arquetipo de la mujer cubana, sencilla, amable, educada y firme en sus convicciones, con la simplicidad de la verdad y de la razón. Ese tipo de mujeres capaces de decir las verdades elocuentes y de pelear por ellas aun a costa de su tiempo, de su libertad y de su salud.
Esas mujeres que no necesitan una compleja construcción intelectual para enfrentarse a la tiranía, a la sinrazón y a la arbitrariedad. Esas mujeres que te desarman con dos frases llenas de sentido común y de franqueza, tan alejadas de las estériles polémicas en las que los regímenes totalitarios son capaces de enredar a sus adversarios.
La doctora Molina, fundadora del Centro de Restauración Neurológica y una de esas personas de las que Fidel Castro gustaba presumir, tuvo el valor, cuando vio que su camino con la Revolución no podía ir más allá, de renunciar a su dirección, de renunciar a su acta de diputada, de renunciar a su cercanía con Fidel Castro, y solicitar su salida del país en 1994. Desde entonces hasta 2009 fue rehén de la soberbia y del despropósito en el que se ha convertido la revolución cubana. Pero ella, con su sencillez, con su fragilidad y con su persistencia, logró finalmente salir del país y dar testimonio de la barbarie que puede convertir una isla paradisíaca en una enorme prisión.
Pero no está sola Hilda. Le acompañaron antes las damas de Blanco, ejemplo de valor y de todos esos atributos que sí que tiene la mujer cubana. Esas mujeres que en 2003 decidieron luchar por la libertad de sus familiares y amigos. Esas mujeres cuyo valor avergüenza a más de un hombre obsecuente con el poder y temeroso ante su furia. Esas damas de blanco que han llevado la imagen de su terca obstinación por ser ciudadanas normales en un país normal. Ellas, como Teresita, Blanca, Miryam, Laura, Ofelia y tantas otras son las mujeres cubanas que despiertan admiración en el mundo.

jueves, 14 de julio de 2011

La felicidad ja, ja, ja, ja

Entre el temor y la alegría comienzan estas vacaciones de verano. Quienes salen de las ciudades españolas rumbo a las playas, lo hacen mirando hacia atrás con temor por lo que pueda pasar, por lo que puedan encontrar a la vuelta. Trajeados funcionarios belgas, o economistas alemanes están revisando las cuentas de nuestras entidades financieras, ayer pasmo de Europa, y anuncian aires de tormenta que pueden hacer más indigesto este extraño verano de 2011.
Mires adonde mires, siempre hay un tono de nostalgia, de pena y de lamento sobre nuestro futuro incierto y nuestro pasado reciente tan esplendoroso. Nada nuevo bajo el sol de España. Nada que no hubieran dicho Quevedo, Costa o Unamuno, esos cenizos que nos miraban desde los libros de texto con aire adusto, mirada firme y gesto de reproche. Esos que seguramente ya no aparecen ni en los libros de texto actuales, pero que reflejaban esa parte de la España instrospectiva y desilusionada. No tiene por qué repetirse la historia. Los errores no han de ser fatales por obligación, pero después de años de abundancia, de años en los que pensamos haber olvidado esa idea de fracaso que tanto nos lastraba; cuando el optimismo, el color y la modernidad se habían apoderado de las calles, esa extraña jerga de los economistas viene a aguarnos la fiesta. ¿Quién sabía lo que era la prima de riesgo, el diferencial, los mercados o rescates? Palabras propias del tercer mundo, pensaríamos. Algo que tiene que ver con la crisis de la deuda en América Latina en los años 80, o palabrería propia de los porteros de Buenos Aires, acostumbrados a dar los buenos días junto con el informe del riesgo país.
Pues aquí estamos, saliendo de vacaciones, aparentando esa vacua felicidad por reencontrar a nuestros vecinos y amigos de la ciudad cuatrocientos kilómetros más allá en una playa conocida, esa española manera de pasar las vacaciones comiendo y bebiendo y contando lo que hemos comido o vamos a beber para seguir disfrutando al menos este año de esta inigualable cultura. Felicidad que este año lo será para algunos menos, pues no osarán salir de casa por temor a no encontrar la despensa llena a la vuelta. Vacaciones teñidas del rojo de las bolsas y del negro de los augures.
¿Y si esa felicidad era impostada? ¿ Y si ese progreso no fue más que un espejismo que nos hizo olvidar otros saberes más profundos, otras convicciones, otras formas de actuar menos ostentosas y más auténticas?
¿Y si a la vuelta de las vacaciones la crisis nos vuelve más austeros, más humanos y a la larga más felices?

miércoles, 13 de julio de 2011

Sospecha

Los hechos aparecen evidentes. Se encuentran sustancias dopantes en el cuerpo de un aleta, se aprecian transacciones extrañas en su entorno. A veces se trata de una sospecha, los resultados mejoran o se mantienen durante largo tiempo de modo sorprendente, se mantienen conversaciones extrañas, que pudieran ser en clave, se buscan explicaciones rocambolescas para justificar pequeñas dosis de sustancias prohibidas en el cuerpo de un deportista. Y entonces se hace presente la justicia. En un caso con detenciones, redadas televisadas y hasta algún suicidio fruto de la presión. En otro caso se suceden los análisis y contranálisis, los argumentos científicos y alguno más cotidiano, como justificar la presencia de esos nanogramos de sustancia sospechosa por la ingestión de un chuletón de vaca. En todo caso se crea la sospecha, la duda y la condena previa por la exposición mediática, que hace también en estos casos banderías de convencidos.
Así se fabrican las noticias, que sin embargo tienen una base real. Hay dopaje en el deporte. Hay tramposos que necesitan ayuda externa para seguir en la competición. Hay camellos entre deportistas, como los hay en determinados clubes de ocio, hay entrenadores que inducen a consumir sustancias que mejoran el rendimiento y dan acceso a las becas o a los premios. Hay trampa, hay culpables, pero hay también inocentes.
Resulta extraño el caso de la atleta Marta Domínguez, que pasó de ejemplo de deportista a villana en la más sinisetra rede de dopaje que se publicitó en la televisión española, y hoy varios meses después queda exonerada de culpa, nada se probó, las conversaciones en clave, resultaron bromas en la jerga que los amigos usan entre sí, las sustancias, poco más que agua destilada, y la maldad, la búsqueda de atajos en el deporte, fue eso, humo nada más.
Hoy será difícil levantar tantas líneas de condena y será difícil olvidar los días de sospecha, en los que hasta los políticos ávidos de una fotografía la esquivaron. Como en tantos casos siempre quedará un velo de sospecha por los comentarios vertidos, por el daño sufrido, pues los hechos suceden y son tozudos, aunque no consigamos conectarlos, y en algún lugar, alguien hace pagar a justos por pecadores.
Así, por los medios, por esas noticias machaconas, con más frecuencia de la debida nos volvemos jueces implacables, tomamos partido y decidimos en nuestro fuero interno, dejando de lado las dudas y las sospechas, haciendo con rigor nuestro oficio de jueces por un día.
Y ahora una gota de veneno para molestar las conciencias. El entrenador a quienes todos vinculaban con las prácticas prohibidas y que ha sido alejado por ese motivo de la Federación de Atletismo, fue el mismo entrenador que tuteló a Alfredo, a P., a Rubalcaba en sus inicios como velocista, tan publicitados recientemente en su biografía. Esperemos que la sospecha no se extienda a tantos años atrás.

Culpa

Los hechos suceden, la realidad es tozuda y el mal existe consustancialmente con la vida. Hay asesinatos, traiciones, mentiras, desde que el hombre es hombre y vive con otros hombres. Sin embargo la idea de la culpa, de la responsabilidad es un concepto más sofisticado, que comienza a dibujarse con el primer crimen, el cometido por Caín contra Abel. Hubo una muerte, hubo un asesino y un asesinado en los albores de la humanidad, y la biblia nos aclara sin atisbo de dudas quién hizo qué.
En la realidad los hechos son siempre más sinuosos. No siempre está el ojo divino observando las andanzas de los pobres mortales; no siempre se cometen los delitos en presencia de testigos. No siempre quedan huellas delatoras en los lugares de los hechos. En muchos casos el momento atroz del  crimen queda en la retina del asesinado, que se lleva con su último suspiro ese secreto entre dos personas. Cuando la investigación no puede ir más allá, cuando no hay evidencias, cuando no hay huellas evidentes comienza el dilema moral del juzgador.
Así ocurre estos días en esta ciudad con uno de los crímenes que lleva varios años sacudiendo las primeras páginas de los periódicos, y haciendo como es habitual en estos casos haciendo banderías entre periodistas y ciudadanos. Una joven, que compartía apartamento con una amiga amaneció hace unos años muerta en su cama, con señales evidentes de violencia, pero sin que aparentemente se hubieran forzado las entradas de la vivienda, ni hubiera habido signos de lucha. Tampoco había más huellas que las habituales de su compañera de apartamento, y no se encontró ningún objeto ni ningún elemento que condenara o exculpara a su compañera. A lo largo de este tiempo las opiniones se han dividido entre quienes con la familia de la víctima, a falta de otros sospechosos, culpa a la antigua amiga y compañera de apartamento, y quienes ante la ausencia de evidencia, creen a la familia de la sospechosa que resalta una y otra vez su amistad con la fallecida y su inocencia.
Dura tarea la del juez, o si se trata del derecho anglosajón, la de ese jurado que debe decidir en horas sobre la inocencia o culpabilidad de una joven articulada, educada y con un futuro por delante. Finalmente, ante la ausencia de pruebas concluyentes, los jueces dejaron en libertad a la sospechosa, quien celebró con sus familiares y amigos esta exculpación. Pero no podemos dejar de temer una sonrisa torcida, una mirada oblicua, un gesto que nos indique como en las buenas películas de abogados, que tras la absolución, una nueva sospecha de culpa se desliza en nuestras conciencias, que en esos instantes terribles que precedieron a la muerte, alguien blandió la maza, alguien propinó el golpe, y no sabemos quién fue, o tal vez sí pero no hemos podido desvelar las últimas imágenes guardadas en una retina que agoniza.
La duda, la culpa, la inocencia nos persiguen sin llegar nunca a una respuesta concluyente, dejando siempre una pregunta en el aire y la constancia de nuestra incapacidad para alcanzar la verdad.

lunes, 11 de julio de 2011

Domingo electoral

Domingo de elecciones. Un domingo cualquiera en invierno. Un invierno que suaviza sus rigores para animar a la participación y para que las familias cumplan con su obligación cívica antes de la comida o dando un paseo a primera hora de la tarde. Día apacible, festivo, con poco estruendo y con la aburrida cotidianiedad de lo predecible, de la costumbre. Aquí y allá se ve a ancianas, especialmente ellas, que ayudadas por los hijos o los nietos quieren participar como abuelas en una fiesta democrática que a pesar de los años  celebran como si les fuera la vida en ello.
Esta alegre estampa hace inverosímil lo que ocurrió en estas calles, en estos mismos lugares hace ahora poco más de treinta años. Estas mismas personas que hoy acuden a las urnas con la placidez de un domingo, se vieron envueltas en los tortuosos finales de los setenta en la más cruel y salvaje lucha que pueda imaginarse en un país desarrollado, en una ciudad con apariencia europea y con vocación universal.
Por más que leamos los informes y los libros. Por más que se hayan celebrado juicios y que en muchos casos los supervivientes de aquellos perseguidos sean hoy parte del sistema, parte del Gobierno, queda el insondable misterio de la realidad diaria de aquellos días, de aquellos domingos de invierno no tan lejanos como para olvidar. Queda la duda de la convivencia en las familias partidas, del remordimiento por los males causados en una alocada carrera de acción y reacción que sacó lo peor de cada individuo. Queda el dolor y la soledad de aquellos que perdieron a sus familiares y amigos, o de aquellos que miraron para otro lado, o de aquellos que alocadamente prendieron el fuego que despertó a la bestia. Todo esto parece mentira en este domingo amable. En esta rutina electoral que nos recuerda que los atajos en democracia llevan al abismo. Que aunque mejorable, el sistema de democracia representativa es hasta ahora el que mejor resuelve los conflictos, el que nos permite vivir con esa placidez de lo conocido, de lo que queremos.
Solo algún mendigo, algún grupo de jóvenes mal vestidos y con mirada torva se cruza en el camino de esta celebración. Son algunos de los que esperan más del resultado electoral, algunos de los que nos recuerdan que esto no funciona del todo bien. Que son necesarios ajustes, que la miseria, el abandono, la desidia, la pobreza habitan a solo unas cuadras del centro. En ningún lugar es esto más cierto que en Buenos Aires. Aquí, a pocos metros del mejor barrio de la ciudad hay un barrio de chabolas, la villa 31 que recuerda día a día que junto a la ciudad que se asemeja a París se puede encontrar Calcuta. Estos también votan y también para estos, la democracia al final es la mejor solución para dar un futuro a sus hijos.
Día de domingo, día apacible, de contrastes como lo son todos los días en todas las ciudades y que Dios nos libre de los "tiempos interesantes", de los líderes carismáticos, de las soluciones mágicas, de los atajos para el desarrollo o la democracia. Vivamos las elecciones como decía el Quijote, como una "aurea mediocritas"

miércoles, 6 de julio de 2011

Modernidad???

Reconozco que me siento incapaz de reproducir los textos que acabo de leer en la inauguración de una exposición artística en una galería. Las obras expuestas, desde unos caprichosos cubos de colores que se retuercen sobre su eje, unos hexágonos que se reproducen mecánica y disciplinadamente en un neutro tono gris, una serie de aparatos de televisión que reproducen hasta la saciedad las mismas imágenes aparentemente anodinas; una señora pelirroja tejiendo infinitamente un cable de color naranja sentada en una banqueta incómoda para tan larga tarea; tres jóvenes en vías de pasar al estatus de adulto con unas camisetas negras inapropiadas mientras rasguean unas guitarras o tamborilean una batería; el resto, rayas y puntos, con alguna letra oculta entre las ondas blancas y negras. Y para finalizar la fotografía de una cabeza de hombre calva con un ojo de piedra, con el que lógicamente no puede ver el asombro de los visitantes.
Lógicamente, antes este panorama perfectamente conjuntado por una persona que algunos llaman comisaria y otros curadora, en ambos casos nombres con otras reminiscencias, se impone una explicación. Y aquí es donde la curadora actúa y aporta su grano de lógica a este panorama. Textos que olvido nada más leer, pero que a pesar de leer las frases de comienzo a fin dos o tres veces no consigo entender en español.
Me malicio que buena parte del sentido de estas muestras no está en el aburrido deambular de imágenes y signos en una pantalla, sino en la caritativa labor de la curadora, que da un sentido a tanto sin sentido. Sus frases, sus referentes, sus circunloquios cercanos al psicoanálisis permiten amenizar el recorrido antes de caer de bruces sobre una bandeja con copas de vino y terminar así esta experiencia.
El arte, como casi todas las construcciones humanas tiene una parte emocional, afectiva, intuitiva, y otra racional y a menudo económica. Así las obras, desprovistas de la emoción estética, necesitan una traducción racional que haga comprensible y sobre todo rentable el esfuerzo artístico. Y aquí como en cualquier otra actividad hay que separar el trigo de la paja, y evitar la vacía cháchara que alimenta a quienes acostumbran acompañar este circo contemporáneo.
Buenos Aires, Valencia, New borders, o algo así se titula la joya que acabo de visitar.

domingo, 3 de julio de 2011

DSK 2

DSK de nuevo. Tras su crucifixión y caída del pedestal, apenas mes y medio después de su detención el anterior director gerente del FMI parece de nuevo en carrera y con posibilidades de ser absuelto o de llegar a un acuerdo extrajudicial con su partenaire de una mañana tonta en Nueva York.
Los casos de violación y de acoso sexual ocurren la mayoría de las veces entre las partes, sin testigos, sin pruebas ni evidencias concretas, por lo que la credibilidad del acusador y del acusado juegan un papel fundamental a la hora de convencer a un juez o a un jurado. Así, una de las labores fundamentales de los abogados consiste en desacreditar la honestidad o la credibilidad de la otra parte. Así sucedió desde el primer momento con DSK. Sus antecedentes, su soberbia, sus contradicciones y su conducta durante las horas anteriores a su detención adelantaban una condena para un jerarca mundial con aficiones sicalípticas. Así fue durante unas semanas, en tanto que la víctima del ataque quedaba en un segundo plano, protegida en su intimidad y retratada en la distancia como una pobre emigrante de raza negra y desvalida en un mundo desconocido y hostil.
La labor de los abogados de DSK pagados millonariamente por su millonaria esposa, consistió desde el primer momento en desacreditar el testimonio de la acusadora. Rastrear su vida, sus conversaciones, sus motivos, sus intenciones y tratar de deducir un interés personal de la mujer en el caso, más allá del hecho fortuito de su encuentro sexual con el varón recién salido de la ducha con un ansia infinita de sexo.
Y al parecer no les han ido mal las pesquisas. La mujer mintió desde su ingreso en el país, mintió en su versión incial de los hechos, al igual que lo hizo DSK, y demostró saber que su agresor era alguien con mucho dinero y presa fácil para solucionar sus días.
Esto tal vez aclare algunas dudas razonables sobre la urgencia de Dominique al salir de la ducha, sobre su prodigiosa capacidad de tomar una decisión de este calado ante la sola visión de una limpiadora de hotel aparentemente vestida con el casto uniforme de los hoteles de lujo,y sobre la fuerza necesaria para perpetrar una violación por al menos dos orificios sin recurrir a un arma o un objeto amenazante.
Dicho esto no parece tampoco verosímil que la sonrisa dure mucho en los labios del político francés. Después de pagar las facturas de abogados y alojamiento, su atractiva e inteligente esposa se preguntará por el tipo de convivencia que lleva con alguien que aunque consentido, practica el sexo en cualquier lugar y con cualquiera que no es ella. Se preguntará cómo se armoniza esa fama o esa necesidad con una vida familiar estable. No llego a creer que la permisividad de las costumbres parisienses hayan excluido los celos de las relaciones humanas. No llego a creer que personas bienpensantes de la izquierda tradicional francesa, es decir, lo que se ha llamado la "izquierda caviar" una vez abandonada la ejemplaridad en el plano del consumo, del lujo y de la acumulación de riqueza lleguen a olvidar todos los principios de su credo y adhieran en el fondo a esa sociedad matrimonial de hace más de un siglo donde el hombre tenía todos los derechos y la mujer callaba y aportaba su dote.
Si los tribunales no le piden cuentas, si su partido y la izquierda francesa no le afean su conducta, es muy probable que el despecho, los celos y al fin la venganza acaben por jugarle una mala pasada.