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martes, 31 de mayo de 2011

O tempora, o mores

Triste Europa. el estribillo de una canción decía que "cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana". A golpe de titulares, de sospechas, de insidias, la utopía europea está rodando por la pendiente del desamor con una velocidad creciente. Ahora son los pepinos y legumbres españolas injustamente señaladas como las causantes de la epidemia alimentaria que ha brotado en Alemania. La mera sospecha de la procedencia española de estos alimentos ha generado una bola de nieve, por la que los consumidores europeos, tan integrados, tan representados en nuestras instituciones y parlamento, han decidido exorcizar sus fantasmas absteniendose de comprar productos sospechosos venidos de un vecino a lo que se ve poco fiable. Ni los controles, ni las normas comunitarias, ni el mercado interior. En tiempos de zozobre nada vale, y volvemos a nuestros temores y recelos originales.
¿Será esto un síntoma de la descomposición de Europa? Por si sola, la guerra del pepino puede afectar a un sector sensible de la economía española pero no parece que pueda poner en riesgo los logros de más de cincuenta años de integración europea. Sin embargo, esta última crisis es un síntoma más de la mala salud de esta integración ciclópea, antihistórica y forzada, que había sido sorprendentemente exitosa. La falta de solidaridad interior, la incapacidad de generar un consenso sobre las metas de futuro de 27 países con diferentes ritmos y distintas ambiciones; la falta de liderazgo y de claridad en nuestra posición ante el mundo contribuyen a generar dudas sobre este entramado institucional del que estábamos tan orgullosos hasta hace unos meses.
Hace tiempo que tengo para mí que la presencia de España en Europa debería cambiar. Que el entusiasmo inicial, los buenos resultados de nuestra adhesión, la legitimidad democrática, nuestra pertenencia a un grupo exitoso y activo mundialmente, los fondos transferidos para alcanzar la renta media europea; han de dar lugar a otro tipo de presencia en una Europa más amplia, más diversa y menos ambiciosa.
Tal vez esta última crisis nos haga ver el lado más oscuro de la integración, o de la desintegración; los temores nacionales, los recelos, los intereses pequeños frente a las ambiciosas proclamas. Es muy probable que todo esto, que dejará una situación más triste en nuestro país, se difumine en pocos días en el ágora eruopea entre otras noticias no menos inquietantes, pero algún rastro de duda quedará en la conciencia de un país que había sido europeísta desde el primer día, sin ningún atisbo de crítica.
Y lo peor de todo esto. ya no nos queda ni Alemania como espejo donde mirarnos. Los nervios, la inseguridad con la que han manejado sus autoridades este asunto, no los hace mucho más creíbles que otros gobernantes en estos tiempos espesos. Y para colmo de males, el gobierno conservador, víctima del pánico ante la catástrofe de Fukushima, anuncia el abandono de la energía nuclear en 11 años, abriendo un nuevo foco de tensión con su vecina y nuclear Francia.
O tempora, O mores¡ se quejaba Cicerón deplorando la perfidia y corrupción de su tiempo.

jueves, 19 de mayo de 2011

tristezas liberales

Los días nublados encogen el alma y nos recuerdan lo efímero de la felicidad. Estos días acumulan malos presagios y recuerdos pesarosos por mucho que tratemos de conjurarlos con una bebida o con una conversación distendida. La vida, la realidad es así y tiene muchos caminos en sombra, muchos momentos dolorosos que se alternan con esos días soleados en los que parece que todo es posible. Noticias de médicos, de muertos, de infelicidades nos presentan esa cara hosca de la existencia con la que debemos convivir, y que debemos superar individualmente, en el uso de nuestra libertad.
Libertad, una pasión para muchos, que se debe renovar cada día. Libertad y lección magistral de liberalismo por el ya frecuente personaje de estos artículos, Mario Vargas Llosa en la presentación de un libro de Mauricio Rojas. Vibrante alegato por la libertad de Mario, una libertad amplia, comprensiva, inherente al ser humano, con esa dificultad que tiene el ejercicio diario de la responsabilidad. Libertad no sólo económica, sino de pensamiento, de acción, de credo, o de no creencia, libertad para vivir y para dejar vivir a los demás.
Esa libertad que quieren ensayar quienes se agolpan en la Puerta del Sol de Madrid. Ese movimiento de indignados y de contestatarios, que era esperado hace tiempo, pero que se presenta como un invitado inoportuno, cuando ya nadie lo espera. Paseo por las veredas y tenderetes de esta Puerta del Sol, siempre castiza y algo hortera, y hoy definitivamente cutre. Los jóvenes no son tan jóvenes pero se organizan, se asientan y se acostumbran a un ritmo de vida parecido al que venían ejerciendo hasta ayer, sólo que ahora en un lugar más céntrico y con más compañía. Votan a mano alzada, pero su propio éxito les hace buscar fórmulas imaginativas, por ejemplo una urna. Al final terminarán en l democracia representativa.
Puede ser que en su ímpetu moderno y actual  estén comprando mercancía vieja. Los eslóganes, las consignas parecen salidas del post mayo del 68. La alternativa no se atisba, al fin y al cabo son ciudadanos cabreados y con eso basta, pero corremos el riesgo de que algunos lo utilicen para hacer esa revolución a la que no se atrevieron y que fracasó antes de nacer, y que en lugar de parecernos al París de 1968 nos parezcamos al Buenos Aires del 2002, con su populismo e inconsciencia.

martes, 17 de mayo de 2011

Mayo traicionero

Sería por mayo hace un año, cuando tuve que viajar por razones profesionales a una coqueta ciudad centroeuropea y donde conocí a una pareja que había comenzado su andadura en común después de sendos fracasos matrimoniales. La vida transcurría placenteramente para ambos, con una prestigiosa posición social como jefes de sus respectivas organizaciones, con una residencia palaciega y con todos los aditamentos que una rica vida cultural puede ofrecer a los espíritus refinados. Solo una pequeña sombra acechaba esta alegre convivencia. Unos errores de juicio en materia de personal habían generado un mal ambiente laboral en el trabajo en el que él era el director, y posiblemente en relación con eso, se había producido una denuncia por acoso sexual por parte de una empleada en principio sin mucho fundamento. Una de esas denuncias difíciles de probar, en las que todo se basa en la percepción de los hechos, en el valor de los indicios, en las que al no haber testigos ni evidencias todo queda abierto al juicio de quienes escuchan las diferentes versiones.
El veneno, la insidia plantada con esta acusación, incongruente con la imagen de una pareja que empieza de nuevo, que  se busca y se encuentra en una situación tan favorable, comenzó a calar en el entorno, y en los círculos distinguidos de la ciudad. Como una serpiente el rumor se hizo patente, y día a día fue más difícil de ocultar esa sombra, ya líquida que empañó definitivamente esa idílica situación.
Al volver de ese viaje asistí a una cena en casa de unos amigos, que no atravesaban su mejor momento como pareja, y que se esforzaban por salvar las apariencias o buscaban reencontrar la senda de la convivencia, invitando a amigos en cuya presencia en otros momentos habían sido felices. El alcohol y las sonrisas se unieron para conjurar por unas horas el germen de la destrucción,  y ni siquiera la tarta Sacher que les traje de mi viaje pudo endulzar los últimos días en común de esa pareja. Fue más fuerte el sabor amargo del chocolate oscuro que los diálogos forzados o los recuerdos almibarados que pretendimos recuperar.
Hoy, un mayo después, un año más tarde, la primera pareja ha perdido su posición de privilegio; abandonaron la vieja capital perseguidos por un oscuro presagio de venganza que comenzó con alguna decisión errónea y continuó con esa acusación de diabólica prueba. La felicidad, la seguridad, la esperanza que entonces guardaban se diluyó en cuestión de semanas y hoy deambulan por Madrid preguntando qué fue lo que pasó, en qué momento se jodió todo eso. Frágil y esquiva es la felicidad y múltiples los caminos por los que podemos extraviar el sentido.
La otra pareja se separó finalmente, dejando atrás un rosario de reproches y de desencuentros, y nosotros observamos cómo la convivencia se puede romper a pesar de convicciones y deseos, cuando hay otros deseos más fuertes, o más bien cuando el germen de la destrucción se filtra por las rendijas de una casa.
Hoy, en mayo guardo esos recuerdos en la distancia de la ciudad adonde he decidido partir, recordando lo circunstancial de las situaciones, la vulnerabilidad de la condición humana, provechando esos momentos de efímera felicidad que los dioses nos conceden en su benevolencia.

Paseos

Las tardes de domingo tienen algo de irrecuperable, de tiempo echado a perder en la moribundia del fin de semana. Son horas para el recogimiento, para la reflexión. El momento de preparar la semana que se avecina sin esperar nuevos emprendimientos para estas últimas horas del domingo. Con este espíritu salgo de casa una tarde de domingo cuando la luz del día se va apagando con cierto apresuramiento para cerrar el día con un paseo en el sosiego de la tarde. Distraído entro en la plaza solitaria y mientras camino pensando en otras cosas, me tropiezo con una pareja de edad madura que pasea sin prisas, con una sonrisa plácida en el rostro tomados del brazo. Reconozco con sorpresa que se trata del reciente premio nobel de literatura, Mario Vargas Llosa y su esposa Patricia a quienes conocí hace años, a quienes conozco por las continuas noticias que aparecen estos meses sobre ellos, y quienes con certeza no recuerdan los dos o tres encuentros que tuvimos en la Casa de América, tan gozosos para mi como inocuos para ellos. Dudo un instante si saludar al escritor, al hombre comprometido con su tiempo, o seguir mi paseo con nuevos pensamientos en la cabeza. En esa fracción de segundo en la que se toman las decisiones, en la que se produce la duda entre alargar la mano y extender una sonrisa con una frase introductoria o seguir el camino a unos pasos de los paseantes, hay tiempo suficiente para encadenar una serie de pensamientos lógicos. A pensar que la sonrisa de los Vargas Llosa se debía a la soledad de la plaza, a la ausencia de focos, de micrófonos, de amigos y allegados, a esos instantes de felicidad que da la soledad compartida. A pensar que la torpe intrusión de alguien que se cruza en su camino, que tiene que explicar su lejana relación con ellos, o la razón de su admiración y estima en apenas unas frases no harían sino interrumpir un momento privado, propio e irrecuperable.
Salí trastabillado del encuentro, al modificar en el último instante la trayectoria de mi caminar, y seguí pensando lo que le podría haber dicho en esos pocos segundos que otorga un encuentro casual. La fascinación se sus primeras obras leídas ya como un clásico en la Universidad cuando él no contaría más de cuarenta años. El regocijo con el que leí la tía Julia y el escribidor, entre el aprendizaje sentimental y el exceso de la imaginación desbordada latinoamericana. La premura con la que leí en unas tardes de verano al borde de una piscina la "conversación en la catedral", mientras pasaba ante mí la historia reciente del Perú. El recuerdo épico de la "guerra del fin del mundo", esa novela perdida en un Brasil perdido e irreconocible. En fin todas aquellas horas de feliz lectura que me ha ofrecido a lo largo de los años.
Igualmente podría haberle preguntado por los libros a mi modo de ver más discutibles. El divertimento del elogio de la madrastra, su libro sobre un Onetti tan alejado de él en lo formal y en los referentes.
Y podría haberle agradecido su compromiso con la libertad. Su valor por romper con el comunismo en los años setenta, por seguir un camino propio fuera de la protección de la literatura comprometida al estilo francés. Su defensa de los derechos de los ciudadanos cubanos, y su valor por bajar a la arena política en su país en un momento de turbulencia y de terror.
Podría haberle preguntado por su apuesta por Ollanta Humala como mal menor frente a la hija de Fujimori en una elección dolorosa para alguien que cree en el futuro de su país. Cómo esa decisión le ha granjeado las críticas de sus amigos y de muchos de sus conmilitones en Perú, pero que de cualquier modo no es sino la expresión de su ejercicio de libertad.
En esos pensamientos fui ocupando mi tiempo mientras caminaba varias cuadras, cuando al final de una avenida, ya con las luces de la ciudad encendidas, encontré lo que estaba buscando. Te encontré a ti.

domingo, 15 de mayo de 2011

Ruinas

Ya nada es lo que era. La paz perpetua, incondicional, sin concesiones se va olvidando en los archivos y en las hemerotecas para dar lugar a la guerra justa, "the fair war" o nuestra guerra, como dijera Obama.
 Uno de los referentes culturales de este mundo pacífico y comprometido con el progreso, Woody Allen, declara en Cannes sin ánimo de duda que no lamenta la muerte de Bin Laden, que está muerto y bien muerto, y que el Presidente de los Estados Unidos está haciendo su trabajo.
No hay duda de que los impetuosos miembros del jurado del Premio nobel se apresuraron a la hora de otorgar el premio de la paz al bisoño presidente norteamericano. Hoy, dirigiendo los esfuerzos bélicos de su país en dos guerras heredadas y en otra comenzada a rebufo de Sarkozy, el mundo sigue inmerso en ese caos violento del que surgió hace millones de años y que nosotros no hemos sabido enmendar. La detestada violencia sigue presente, y la muerte de Bin Laden no hace sino confirmar el precepto bíblico de quien a hierro mata a hierro muere. Lo novedoso, lo inusual es que en este caso la radical condena de las guerras y de la violencia que florecieron durante la presidencia de Gerge W. Bush se han desvanecido en favor de una razón de Estado, ahora sí aceptable.
Woody Allen, Obama y más recientemente DSK o Dominique Strauss Kahn, han ido diluyendo el canon progresista que floreció durante los últimos años a raíz de la guerra de Irak. DKS ha sido el último eslabón de una cierta hipocresía, que desde hace años en Francia se denominó "gauche caviar" y que con este director del FMI y socialista francés ha llegado a su paroxismo. Durante las últimas semanas, probablemente coincidiendo con sus aspiraciones presidenciales en Francia, han venido apareciendo artículos sobre su lujoso tren de vida entre Washington y París, que escandaliza incluso a los franceses adictos a esa mezcla de lujo, glamour y gauchismo. A ello se añade su detención en Nueva York al ser sacado de un asiento de primera clase de un avión con destino a Francia, acusado de intento de agresión sexual a una camarera en la suite de lujo que ocupó horas antes en Manhattan. No sería de extrañar un complot o una maquinación artera en contra de un hombre a todas luces inteligente, y según las noticias seductor. Pero su trayectoria anterior, acusaciones previas, una vida de excesos en un ambiente de gran refinamiento cultural, lo ahcen acreedor de los dardos de sus detractores y de la desazón y perplejidad de sus seguidores.
Nada es lo que era, el canon progresista se resquebraja por esas pequeñas pasiones que nos atrapan, por ese compromiso con la realidad que nos hace humanos y pecadores, y si nos quitan la paz, la austeridad, la igualdad y la sinceridad, queda poco con lo que construir el paraíso en la tierra que nos anunció un día el progresismo.

jueves, 12 de mayo de 2011

Mudanzas


De nuevo hacer maletas, revisar habitaciones, escudriñar los rincones donde se acumulan recuerdos; una nueva mudanza, en este caso a escasos doscientos metros, para pasar de un pequeño apartamento de soltero a un piso familiar, pero de nuevo se repite el ritual de revisar, recoger y abandonar el lugar que nos acogió durante unos meses, y donde quizá fuimos felices.
Al escribir esto caigo en la cuenta de que utilizo mucho la palabra mudanza, el verbo mudar. Tal vez se deba a esa antigua expresión que utilizaban nuestras abuelas, "llévate una muda si vas de viaje", o tal vez sea por la condición nómada del trabajo elegido que nos obliga a estar en constante cambio, alerta y listos para mudar.

Hubo cierto político español, a quien tras ganar sorpresivamente unas elecciones, sus seguidores le coreaban el estribillo de una canción de Tequila "que el tiempo no te cambie", tratando de preservar el momento, el instante mágico, como si nada fuera a ocurrir. El tiempo, eterno compañero, hacedor de todas las cosas nos cambia, vaya si nos cambia¡. Solo en condiciones de vacío se pueden preservar las cosas dela mortífera acción del aire y del tiempo, y la vida es prueba y ensayo, errores y aciertos, pero siempre con riesgo, siempre con consecuencias. Y el tiempo le cambió, y nos cambió a todos, mudó su cara, su mirada, su sonrisa,y sus acciones. Ahora, con más experiencia, con cierta amargura tal vez acierte a entender el cambio, a entender que sus acciones aunque banales, nunca fueron vanas, y que la utopía de la juventud eterna es tan falsa y tan efímera como la propia edad juvenil.
Todo cambia, desde que Heráclito nos recordó que es imposible bañarse dos veces en el mismo río, y tan solo la sabiduría permanece, no en vano los asuntos primordiales de la literatura y de la vida, ya estaban planteados desde la antigüedad grecorromana. "Tempus fugit", Beatus Ille", Carpe diem".
Aprovecha el día, vívelo y permanece dispuesto a cambiar a mudar, pues no tenemos la opción de la preservación en el vacío ni podremos nunca detener la maquinaria celeste. Haced como Garcilaso
 " coged de vuestra alegre primavera
el dulce fruto, antes que el tiempo airado       10
cubra de nieve la hermosa cumbre;"

martes, 10 de mayo de 2011

Traición

La traición es una cuestión de tiempo, decía Borges. Todo es circunstancial, y según qué perspectiva tomemos, siempre habrá un ángulo desde el que se quiebre la confianza y se desvelen los secretos. Hoy nos informan que los servicios de inteligencia paquistaníes han descubierto al principal agente de la CIA en Islamabad. una serie de reproches entre los líderes norteamericanos y los paquistaníes han desembocado en esta traición en un mundo de traidores. El sigilo, el doble lenguaje, la doble vida que deben adoptar los buenos espías se ven expuestos cuando algún despechado decide que terminó su deber de silencio y pone en evidencia los tejemanejes ocultos que nos dan la apariencia de una mayor seguridad.
Años de acuerdos secretos, de financiación encubierta o legal, de negocios cinematográficos como la denominada guerra de Charlie Wilson, todo queda en nada cuando el despecho supera al interés. Los militares de Paquistán se han sentido burlados o engañados por sus colegas norteamericanos, que no solo no les consultaron sobre la operación para terminar con Bin Laden, sino que además han explicado en público que actuaron sin información local, sin compartir los secretos que llevaron a la localización y muerte del hombre más buscado del mundo.
Tantos años de huida, de presumible impunidad, hierática superioridad, han terminado en una muerte siniestra en una casa destartalada en los arrabales de Islamabad, donde un hombre solo, entretenía sus horas viendo videos caseros de sus propias proclamas que un día aterrorizaron al mundo. Años de persecución, de delaciones, de sobornos para llegar hasta su escondite y terminar con la pesadilla que comenzó cuando se alzó como lider religioso anticomunista en tierras de Afganistán. Entre los dos momentos, guerra, odio, terror y dolor que han cambiado la visión confiada del mundo del fin de las ideologías, del fin de la historia que proclamó Fukuyama.
Y todo termina con una traición, con una infidencia entre los perseguidores, hoy perseguidos. O tal vez todo sea tramoya, un teatrillo tétrico, en el que como apunta The Guardian, todo estaba controlado desde un principio. Los servicios de Paquistán tenían desde el principio localizado y protegido a Bin Laden, y que después decidieron entregarlo y dejarlo caer, como así fue, sin parecer que fuera así. De este modo todo el diferendo, la rispidez de las relaciones, los reproches entre antiguos aliados no serían sino parte de ese teatro. Ni siquiera la traición, la delación serían verdaderas, todo sería falso y traicionero, como aquello que no conocemos ni llegaremos a conocer nunca.

Coincidencias

Ocurre a menudo, y con más frecuencia a medida que cumplimos años. Los recuerdos, las experiencias se van encadenando caprichosamente y nos juegan algunas pasadas que algunos adjudican a la providencia y otros al mero azar que mantiene en movimiento los astros. No hay día en que no hayamos recordado a alguien o algún hecho relacionado con nuestra biografía, que de una manera u otra no podamos vincular con nuestra situación actual, con las circunstancias difusas de un instante preciso.
Hablaba ayer con unos amigos de recuerdos de La Habana, de personajes que conocí en esa isla y que de un modo u otro se relacionaron con Argentina, y les comentaba la curiosa historia de uno de ellos, poeta menor, periodista fundador de prensa latina allá por los años sesenta, que al igual que Massetti abandonó la Argentina para prestar sus servicios a la Revolución cubana. No recordaba su nombre, pero sí sus facciones y su porte, indudablemente argentino a pesar de los años y de la distancia. El personaje no será recordado por su pluma ni por su arrojo revolucionario, aunque se dice que mantuvo abierta la línea de comunicación de la Casa de la Moneda durante el golpe militar de Pinochet. Su recuerdo, su azaña mayor por la que era reconocido en los cenáculos habaneros era por su amistad de la infancia con el dibujante argentino Quino. Esa amistad llevó al autor de Mafalda a retratar la cara pecosa y picarona de Jorge Timossi (ahora sí recordé su nombre), en la figura del soñador y simpático "Felipito". Esta coincidencia condenó al adulto y ya veterano Jorge Timossi a convivir durante su madurez en La Habana con un personaje de dibujos que nunca existió sino en la imaginación de Quino.
Así, Timossi, un habitual de las recepciones diplomáticas, mantenía a sus setenta años un flequillo de color rojizo envidiable, y una cara afilada , algo dentona, que le daban ese aire infantil que tenía en el momento de su amistad con Quino. Para hacer más patente su personaje, andaba no sé si casado o en una relación estable, con otra señora argentina, que fue viuda del padre de Ernesto Guevara, con quien recaló en la Cuba de los setenta y de donde ya no supo salir. Así la pareja argentina, de excelente educación de buen humor formaban un duo entrañable,más apreciado por lo que representaban que por lo poco que pude saber de ellos en esa época.
Pues bien, de Jorge Timossi hablaba hace unos días a unos amigos cordobeses, que conocían la historia del Che, de su padre y de su eterna novia de juventud argentina, una señora de la buena sociedad cordobesa, felizmente casada y madre y abuela apreciada en la ciudad. Y era yo incapaz de recordar el nombre de este periodista afable, que llevaba con una sonrisa su eterna vinculación con el personaje de Quino. Hoy leo en los diarios que Jorge Timossi ha fallecido de un infarto de miocardio en La Habana, donde llevó una vida lánguida, a los setenta y cinco años de edad.
Descansa en paz Jorge.

domingo, 8 de mayo de 2011

Mañana de domingo

Las grandes ciudades guardan un gran parecido en las mañanas de domingo cuando las acaricia un sol otoñal. La placidez de la circulación que hace olvidar el ajetreo diario invita a salir a pasear, a ocupar la ciudad cuando muchos la han abandonado durante el fin de semana, y sus dimensiones se vuelven más humanas, más fáciles de abarcar con unas pocas zancadas.
En un parque céntrico se reúnen los propietarios de bulldogs franceses, una curiosa raza de perros que sin perder la fiereza del bulldog mantienen un tamaño apropiado para la vida en ciudad. Se reúnen sus dueños para socializar, como me dice uno de ellos, y para que socialicen sus raros perros, sin el agobio ni los ladridos de otros congéneres de razas diversas, más grandes, más ruidosos. Socializan los dueños y socializan los perros porque entre ellos se reconocen, se sienten afines, con sus pequeñas orejas levantadas, con su tersa piel de pelo corto y con su musculosa prestancia de un luchador de los pesos welter, bien proporcionado pero pequeño.
Son rarezas de la vida en una gran ciudad, donde hay lugar para todo, para aficiones, para excentricidades, y donde los domingos por la mañana se decreta una tregua en la lucha por la supervivencia que permite a cada cual desplegar sus habilidades sin preocupaciones, sin caer nunca en el ridículo.
También son propicios los domingos para visitar exposiciones de arte. Los museos se convierten en esos días y en las principales ciudades en los nuevos templos de la laicidad ilustrada. No importa quién sea el artista, o qué tipo de arte represente, siempre que el tiempo acompañe y que el museo sea conocido, un aluvión de gente se lanzará a alimentar su alma en la mañana del domingo antes de alimentar el cuerpo en la más convencional comida de la semana.
Veo una curiosa exposición en el Palais de Glace sobre el abstracto rioplatense, traído por artistas originarios de centroeuropa en 1946 bajo la denominación de arte MADI. No es raro que en ese año, el primero de la triste posguerra europea, la despreocupada y feliz América se lanzara por la senda del optimismo que evita toda referencia, toda figuración, todo dolor innecesario en nombre de una vanguardia que en muchos lugares ya había muerto. MADI o MADÍ. No se ponen de acuerdo sobre su origen y significado, como no podría ser menos en un arte que se basa en las formas, en el significante y no en el significado. No obstante leo que su fundador Gyula Koseci, uruguayo de origen húngaro quería referirlo al dicho "Madrí, Madrí, no pasarán". Sin embargo, el curador de la muestra, más a tono con la ideología setentista resucitada en Buenos Aires prefiere buscar en este movimiento un origen marxista, como apócope de MAterialismo DIaléctico. Sea como sea, Madi o Madí sorprende no por su origen, sino por su perseverancia. Junto con las obras, quizá rompedoras en 1946 de un abstracto básico pasado por Montparnasse, se exponen obras de este principio de siglo, de artistas que supongo jóvenes y que perseveran en el objetualismo, en la supuesta ruptura de un arte abstracto, que tiene ya tantos años como detractores.
Mañanas soleadas de otoño en una gran ciudad, calma de espíritu y tregua en la chata batalla de la realidad, al fin y al cabo el domingo se hizo para descansar y también para alabar al señor en las principales religiones, caiga su domingo en viernes o en sábado. Domingo en calma y espacio para la expresión sin necesidad de confrontación. Solo los deportistas en sus modernos circos compiten, luchan y nos divierten, en tanto dejamos pasar las horas con la seguridad de que éstas, lentas, pacíficas, valen lo mismo que las de mañana.

domingo, 1 de mayo de 2011

Argentinismos

Fin de semana echado a Sábato. La precisión de las fechas, la ineluctabilidad de la muerte han traído a la primera plana la figura de Erensto Sábato, último de los clásicos argentinos en morir a la edad de 99 años, hurtándonos el sabor de un centenario ya orquestado por toda la parafernalia de la burocracia cultural, siempre ávida de efemérides como aquellas que nos recordaban cada noche en los lejanos tiempos del servicio militar obligatorio.
Releo ""sobre héroes y tumbas" con sorpresa y deleite, tantos años después en un otoñal fin de semana bonaerense, que ha querido sumarse al duelo con su llanto de lluvia y su viento gemidor. Sorpresa por la memoria, por aquellos retazos de literatura que quedaron prendidos en algún lugar de mi conciencia y que inconscientemente han podido iluminar otras lecturas, otros pensamientos. Con deleite, porque pasado el tiempo, con ojos nuevos, o mejor, con ojos cansados por otras experiencias, la novela se mantiene, resiste, se acredita como un clásico que es. Como ese intento de novela total en la que nada es ajeno, en la que las peripecias de los protagonistas se funden con su tiempo y con las angustias eternas, desde que se descubrió el fuego y los temores se asociaron a la oscuridad.

Paseo entre capítulo y capítulo por el cementerio de la Recoleta, cercano y ya habitual, y repaso lo que son vestigios de la historia patria, dividida en esas dicotomías tan queridas a nuestros países, federales y unitarios, peronistas y antiperonistas, descansan juntos en este remanso de paz en el centro de la ciudad y nos recuerdan que rivalidades como las de Joselito y Belmonte, Quevedo y Góngora, Sábato y Borges, se reproducen eternamente y pasan, como los hombres, como los anhelos del tiempo, para ir a parar a la mar. Veo a mi entrada el mausoleo de Dorrego, mandado fusilar por Lavalle, que descansa unos metros más allá lo que no pudo descansar en vida ni en su primera muerte allás por 1840, cuando su cuerpo herido de muerte en Jujuy fue llevado por sus fieles camino a Bolivia por sierras y valles en una delirante huida para evitar su profanación.
Este Lavalle es uno de los héroes de Sábato, esta alocada aventura es parte de la historia que narra y de la historia de su país, que enhebrada por la decadencia de la estirpe de los Olmos que acompañó a Lavalle va navegando por los turbulentos acontecimientos de la historia argentina, sin dejar de preguntarse qué es el ser argentino, por qué le duele, por qué es como es y se reproduce una y otra vez. Nada nuevo en la literatura universal, que por más cosmopolita que se quiera presentar siempre gira en torno a las preguntas y a las angustias del hombre en su medio. Como decía Atahualpa Ypanqui, su poesía no es sino el hombre y el paisaje. Y así nos ocurre a nosotros o a cualquier maestro de la literatura, qué son Tolstoi, Balzac, Flaubert o Vargas Llosa sino autores universales desde su identidad, desde su circunstancia nacional?
Así trastabillando, oscilando entre el provincianismo y el universo va pasando este atribulado día de luto nacional