Translate

Seguidores

jueves, 31 de marzo de 2011

Correcciones

Decía el otro día recordando a Tirso de Molina que no hay plazo que no se cumpla, ni deuda que no se pague.

Hoy leo que el presidente de Urugauy, José Mujica, dice lo contrario, que la vida le ha enseñado que hay cuentas que nunca se pagan y cuentas que nunca se cobran.
Hagamos, pues caso al guerrillero convertido en político y hoy presidente de su país. Efectivamente la vida es corta para hacer y deshacer el camino andado. Nuestro paso por el mundo da para algunas cosas, para piruetas impensables, para conversiones y atriciones sentidas, siempre se nos escapa algo, es cierto que en muchos casos la vida no alcanza para ver cumplido un sueño, para cobrar una deuda o para que los malvados vean sus males castigados.

Tal vez allí Tirso ensayó una prueba irrefutable de la existencia de Dios. En un mundo que busca la justicia, en un mundo que queremos mejor, que queremos más equitativo y cordial, el tiempo no nos da para ver las transformaciones. Ni las revoluciones, ni las ayudas, ni las inversiones, ni toda esa maraña de organismos internacionales que se ocupan en nuestro nombre de la salvación del prójimo son capaces de traer el orden, la paz, la justicia y la prosperidad a esta tierra. Por eso, si creemos en ese mundo mejor, más justo, más equitativo, más próspero y trabajamos para alcanzarlo, deberemos creer forzosamente en la existencia de una prórroga, de un tiempo añadido que solo la eternidad puede acordar. Así, aceptando estas pequeñas verdades, buscando ese mundo mejor, vamos llegando al convencimiento de la existencia de Dios.

Seguramente, Emil Cioran, ese filósofo que cumple cien años desde su tumba en el cementerio de Père Lachaise en París debería también aceptar esta demostración desde su pesimismo radical y lúcido. Cioran, que pretendía que el tiempo pasara sin hacer nada, pues es mejor esto  que llenar las horas, también debiera asentir en la necesidad de un tiempo extra donde cobrar las deudas del presente. Así hermanados en sus románticos cementerios, Tirso y Cioran continuarán un diálogo inverosímil y eterno.

Ese pesimismo, ese escepticismo, (la inteligencia, según Cioran nos fue concedida para dudar), y algunos golpes de experiencia, hacen del presidente Mujica un hombre lúcido al reconocer que hay cosas para las que el tiempo no alcanza ni alcanzará y que tal vez sea mejor dejarlas pasar y dedicar nuestros esfuerzos y nuestras horas a otros menesteres.

lunes, 28 de marzo de 2011

Aniversario

Hay aniversarios que estremecen. Hay meses de marzo que no anuncian primaveras, sino turbios otoños camino del desastre. Se conmemora hoy en Argentina el aniversario del golpe militar del 24 de marzo de 1976, y me trae al recuerdo escenas de una televisión en blanco y negro que ya quería pasar al color. Escenas de jóvenes de pelo largo,  pantalones de campana, camisas de cuadros desabrochadas donde sólo algún bigote permite distinguir hombres de mujeres en esas tomas apresuradas, en esas imágenes salidas de algún prontuario criminal. Y junto a ellos militares en traje de faena, camiones, jeeps, coches que se apresuran por calles arboladas y se detienen para llevar a cabo su siniestra labor.
Corolario de despropósitos, la dictadura que siguió al golpe militar en Argentina parece una pesadilla de las que no pueden suceder, un  sueño del que cuesta despertar. Cuando se abre el telón de nuevo quedan ruinas y más ruinas, bajo un sol apacible y un ligero viento que dan un aire más irreal a la escena.
El olvido radical no es sano, pues deja supurando las heridas que nunca sanan, pero igual de terrible es el recuerdo sesgado, el recuerdo interesado, la historia descontextualizada, la mirada complaciente ante el crimen, la trivialización del crimen, o la exculpación de los errores.
Frente al olvido, hoy se impone la memoria selectiva. La memoria que ajusta cuentas con el pasado y con el presente. Estremece pensar en la implacable crueldad de unos gobernantes ilegítimos, estremece recordar las consecuencias de sus actos muchos años después, estremece imaginar qué tipo de situación dio lugar a esta dictadura, cómo estaba la sociedad, para como parece, pedir la intervención militar, para salir de esa surrealista violencia setentista en un país aparentemente rico. Estremece también pensar qué hubiera ocurrido si montoneros peronistas y comunistas del ERP hubieran logrado su propósito de una sociedad socialista en el marco de la guerra fría. Estremecen los relatos hoy de los hijos y de los nietos de desaparecidos y estremecen las declaraciones de jóvenes que no vivieron esos años, pero que declaran con voz firme en radios y televisiones, que de haber estado allí hubieran empuñado el fusil, o hubieran sido montoneros, estremece la facilidad y simplicidad con la que se busca un culpable genérico, unos "poderes hegemónicos" unas multinacionales malvadas, unas corporaciones industriales aviesas, que habrían manejado y manejan los destinos de un país.
Difícil tarea la del historiador contemporáneo, difícil labor la reconciliación. Solo queda pedir, como hiciera Azaña durante la guerra civil española, "paz, piedad y compasión".

miércoles, 23 de marzo de 2011

La paz perpetua

El ruido de las noticias, al igual que el rumor de los pasos cuando se alejan, se va haciendo más tenue con la distancia. Se amortigua el sonido y el impacto es más leve, como el golpe que debe recorrer una larga distancia y es ralentizado por la fricción del aire invisible. Aún así, los hechos suceden, ineluctablemente, el énfasis en una u otra cosa se va matizando por las urgencias del momento o por la sensibilidad de cada lugar, pero no hay deuda que no se pague ni plazo que no se cumpla.
Las alegrías de ayer son los lamentos de hoy. Somos esclavos de nuestras palabras, y aun cuando en nuestro fervor juvenil podamos prescindir de las consecuencias de nuestros actos, cada acto tiene sus consecuencias, aquí y ahora o más allá y más tarde. 
Hasta mi refugio austral llegan rumores de cambio en la vecina Portugal, que se solapan con el ruido de los aviones que vigilan la paz Mediterránea en Libia y con las insidiosas radiaciones que todavía emanan de Japón.
Todo llega y lo que ayer se pronunció hoy pasa factura, como aquellas balandronadas sobre la economía de primera división o sobre el sorpasso económico a la italiana, que iba a ponernos por delante de Francia, o como aquel pacifismo salido de las aulas de un instituto (no me atrevo a pensar que la simpleza maniquea acompañe hasta la universidad). Esa ansia infinita de paz que hoy repetirán socarronamente a quien la apadrinó y vendió en la almoneda mediática al calor de la guerra de Irak.
Esa paz infinita, eterna en palabras de Kant, que hoy se relativiza, como antes se relativizó el resto de los valores de nuestra convivencia, es violada e incumplida por su mayor sacerdote. 
El tiempo cambia y nos cambia. Enternece leer a los apóstoles de esa paz sin matices, radical en su pacifismo y antibelicismo, recordar con los viejos iusnaturalistas las causas de la guerra justa. Quienes ayer predicaban contra todo tipo de violencia, hoy analizan minuciosamente el "casus belli" de Libia, para concluir inxorablemente que hoy sí que hay razones para la guerra, para proteger a la población civil, aunque en esta protección mueran alguno de estos inocentes. Estamos pues ante la nueva doctrina, ante el paradigma de la guerra justa que no mancha a sus promotores y que no altera la conciencia de sus responsables.
Tengo para mí que aunque justificada este episodio será un baldón más que añadir a quienes la han aprobado y bendecido. Que todo curso es capaz de alterarse, que al igual que en el Quijote. ña realidad se distorsiona y que si no son gigantes en un caso, sino molinos, en el otro tal vez no sea una revuelta democrática, sino tribal, y que tal vez el verdadero objetivo, no declarado, non santo, no sea otro que destruir tantas pruebas de connivencia con un dictador demente a quien todos han bailado las aguas.

domingo, 20 de marzo de 2011

En un lugar del mundo

El viaje te va cambiando, como ocurre con el camino, es más importante el recorrido que el destino. La verdadera diferencia comienza cuando vas abandonando rutinas, lugares, encuentros. Vas adquiriendo nuevos hábitos y horarios, y por más que quieras vivir en dos lugares al mismo tiempo, el don de la ubicuidad todavía no nos ha sido acordados.


Aquí en un país incongruente con su geografía se buscan nuevas referencias que hacen ver las cosas de manera diferente. Cambia el tono, el acento y los focos de interés. Sorprenden ciertas maneras, la organización de una ciudad, un conurbano de más de trece millones de personas, con al menos  dos millones viviendo en el mejor de los mundos y el resto luchando por volver a esa clase media de la que este país se enorgullecía.


En todo caso, se respira un espíritu más optimista. Posiblemente nunca desde los años sesenta se había encontrado una América tan opulenta y tan confiada. Tras las décadas perdidas, los cambios de modelo, hoy se ve de norte a sur una confianza en estos países hasta hace poco resignados, renegados de su pasado y dudosos de su porvenir. Hay esperanza y hay sobre todo dinero, que enmascara otros problemas, otras carencias hoy impensables.


Incluso los grandes temas mundiales, la zozobra nuclear en Japón, las revueltas en el mundo árabe, la guerra incipiente en Libia son asuntos lejanos, que ni por geografía ni por intereses pueden afectar a este final del verano.


Final del verano austral de hace veinticinco años,  mi primera visita a Argentina coincide con un ataque aéreo norteamericano a la Libia de Gadafi. La destrucción de su palacio por primera vez traerá consecuencias, y nos dará veinticinco años de excentricidades y extorsiones. El final del verano de 2011, quién lo diría, trae nuevos ataques contra Libia, y esta vez parece ser algo serio, quién sabe qué habrá colmado la paciencia de la comunidad internacional, bien la deriva asesina del dictador, o la amenaza real del demente gobernante que podría sonrojar a prácticamente toda la nómina de políticos y hombres de negocios que han sufrido la esquizofrenia del gran líder de la Yamahariya Libia.


En todo caso, final del verano, algo que difícilmente se puede detener a pesar de la asimetría de los hemisferios y de la nostalgia de tiempos mejores

martes, 15 de marzo de 2011

Vértigo

Con la misma velocidad de un tsunami, el foco de las noticias mundiales se ha desplazado desde el norte de África a Japón. Catástrofe por catástrofe, energía de hidrocarburos por energía nuclear. El mundo gira sus ojos detrás de las amenazas globales, que todas tienen de alguna manera algo que ver con la energía.


El tsunami japonés ha vuelto a poner sobre la mesa el debate nuclear. Cuando los pecios del petróleo, la inestabilidad de los países productores y su carácter contaminante hicieron que la opción nuclear fuera reconsiderada en Estados Unidos y en  Europa, la alarma en Japón vuelve a poner en duda la seguridad de las instalaciones nucleares, su vida, su mantenimiento, y en definitiva su rentabilidad frente a los riesgos que puede generar.


Un hecho inusual, un terremoto de casi 9 grados en la escala Richter ha puesto a prueba unas instalaciones como ni siquiera las simulaciones por ordenador podrían hacerlo. Vemos de nuevo a personas con ropas de viajeros del espacio, se preparan evacuaciones, mientras el mundo mira con aprensión, cómo el vapor que escapa de las maltrechas instalaciones se  convierte poco a poco en el temido hongo nuclear, heraldo de todos los males en la época de la guerra fría, cuando la confrontación nuclear no era descartable.

Discusiones, temores, prejuicios se mezclan en un debate desordenado, desesperado por la búsqueda constante de nuevas fuentes de energía, necesarias para mantener nuestro nivel de confort, para alimentar la sed de confort de la nueva clase media que se incorpora con ansias de consumo. Cómo alumbrar, dar de comer, o poner gasolina a los vehículos de esos más de cinco mil millones de personas que aspiran a vivir como nosotros.


Entre tanto, a miles de kilómetros, en Libia, con apenas seis millones de personas, la guerra se va extinguiendo lánguidamente, dejando lugar a la represión y a la locura de un Gadafi nuevamente vencedor. ¡Ay de los vencidos, porque no tendrá piedad¡ y ¡ay de nosotros, los europeos pusilánimes, que hemos quedado a mitad del río, condenando al sátrapa de la Cirenáica y no hemos hecho nada por evitar su cruel venganza¡ Tal vez esto presagie nuevas alzas en los precios del gas y del petróleo libio, y nuevos peajes a nuestra dubitativa política exterior.

viernes, 11 de marzo de 2011

Desastres

A veces la naturaleza se rebela. Las fuerzas internas que nos mantienen estables en un precario equilibrio, despiertan y actúan de un modo caprichoso o desconocido para nosotros. Un ligero ajuste de las placas tectónicas sobre las que flotan nuestros continentes. nuestros países, nuestras preocupaciones, desata una fuerza superior a la que con nuestro fatuo conocimiento hemos conseguido producir tras cinco mil años de civilización.


El temblor, el sacudón de la tierra que hace lo sólido sospechoso, lo rígido flexible, lo seguro incierto, nos devuelve al estado de naturaleza, a la indefensión ante lo incomprendido, a la cábala y a los augurios. Poco sabemos a pesar de los estudios, y si sabemos o llegáramos a saber, llegaríamos demasiado tarde para poder prevenir los efectos de una catástrofe.


Huracanes, terremotos, tsunamis, todo se conjura para recordarnos que la naturaleza, esa conjunción de azares científicos o esa obra divina que nos cobija bajo la difícil libertad del libre albedrío, es todavía imprevisible, imperceptible e inmisericorde.


Imprevisible como esas otras catástrofes, las catástrofes causadas por el hombre. Guerras, dictaduras, venganzas, violencia, mentiras y maldad. Algo inherente a esa otra fragilidad, la de la vida en sociedad, el difícil manejo de ambiciones y de expectativas. De apuestas a largo plazo y de perentoria necesidad de satisfacer necesidades o pulsiones egoístas.


Al mismo tiempo que nos sorprende el terremoto y el tsunami en Japón, no deja de sorprendernos la evolución de la crisis en el norte de África, tan cerca y tan lejos. Gadafi resiste, mata y destruye. Algunos mueren por una causa tan ilógica, tan imprevisible y tan desnortada como las fuerzas de la naturaleza desatadas. 


Igual que somos incapaces de predecir, de prever y de paliar los desastres naturales, somos negados a la hora de evitar esos otros desastres tan cercanos a nuestras ambiciones y a nuestros institos. La Unión Europea se debate entre la observación, la inacción y la intervención. Antiguos paladines de los multilateral, del consenso, del no uso de la fuerza para evitar un daño a la democracia, piden hoy esa intervención humanitaria, democrática y al fin y al cabo bélica. Europa, como siempre entre Scilla y Caribdis, mira a los dos lados, se mira a sí misma, y se apresta, al igual que el Gobierno japonés, a pagar por su imprevisión, por sus dudas, por su inacción, ante una catástrofe al parecer ya inevitable.
A veces la naturaleza se rebela. Las fuerzas internas que nos mantienen estables en un precario equilibrio, despiertan y actúan de un modo caprichoso o desconocido para nosotros. Un ligero ajuste de las placas tectónicas sobre las que flotan nuestros continentes. nuestros países, nuestras preocupaciones, desata una fuerza superior a la que con nuestro fatuo conocimiento hemos conseguido producir tras cinco mil años de civilización.


El temblor, el sacudón de la tierra que hace lo sólido sospechoso, lo rígido flexible, lo seguro incierto, nos devuelve al estado de naturaleza, a la indefensión ante lo incomprendido, a la cábala y a los augurios. Poco sabemos a pesar de los estudios, y si sabemos o llegáramos a saber, llegaríamos demasiado tarde para poder prevenir los efectos de una catástrofe.


Huracanes, terremotos, tsunamis, todo se conjura para recordarnos que la naturaleza, esa conjunción de azares científicos o esa obra divina que nos cobija bajo la difícil libertad del libre albedrío, es todavía imprevisible, imperceptible e inmisericorde.


Imprevisible como esas otras catástrofes, las catástrofes causadas por el hombre. Guerras, dictaduras, venganzas, violencia, mentiras y maldad. Algo inherente a esa otra fragilidad, la de la vida en sociedad, el difícil manejo de ambiciones y de expectativas. De apuestas a largo plazo y de perentoria necesidad de satisfacer necesidades o pulsiones egoístas.


Al mismo tiempo que nos sorprende el terremoto y el tsunami en Japón, no deja de sorprendernos la evolución de la crisis en el norte de África, tan cerca y tan lejos. Gadafi resiste, mata y destruye. Algunos mueren por una causa tan ilógica, tan imprevisible y tan desnortada como las fuerzas de la naturaleza desatadas. 


Igual que somos incapaces de predecir, de prever y de paliar los desastres naturales, somos negados a la hora de evitar esos otros desastres tan cercanos a nuestras ambiciones y a nuestros institos. La Unión Europea se debate entre la observación, la inacción y la intervención. Antiguos paladines de los multilateral, del consenso, del no uso de la fuerza para evitar un daño a la democracia, piden hoy esa intervención humanitaria, democrática y al fin y al cabo bélica. Europa, como siempre entre Scilla y Caribdis, mira a los dos lados, se mira a sí misma, y se apresta, al igual que el Gobierno japonés, a pagar por su imprevisión, por sus dudas, por su inacción, ante una catástrofe al parecer ya inevitable.

jueves, 10 de marzo de 2011

Jonás en el recuerdo

Algunas cosas quedan prendidas en la memoria para siempre, el olor de un campo en una tarde de fin de verano, un apretón de manos, un abrazo más fuertes de lo normal, la neblina que oculta la silueta de una cordillera cercana y familiar a pesar del tiempo y de la distancia. Parece en muchas ocasiones que los sentidos tienen una tendencia irrefrenable a engañarnos, a jugar con nosotros entre la realidad y el recuerdo, pero muchas veces estas impresiones se repiten y ya no podemos distinguir si los recuerdos nos devuelven al pasado o si en realidad el tiempo ha permanecido quieto y todo quedó en su lugar esperando a que volviéramos, a que retomemos un lugar que un día dejamos vacante mientras nuestro cuerpo, nuestras energías se dispersaron en otros afanes, en otros lugares, en otros esfuerzos.

Hemos cambiado de siglo, nos adentramos en el siglo XXI y no ha pasado nada. Había una película francesa de los años 70 titulada, "Jonás que tendrá veinticinco años el año 2000", que constituía toda la menguada cosecha de ciencia ficción de los que estábamos todavía atados por la fascinación y el maleficio de esa revolución inexistente de mayo de 1968. Hasta allí llegaba nuestra pobre imaginación, pensando que el mundo seguiría igual, con una  perversa lucha de clases y con el pelo largo, la ropa holgada y la libertad sexual como principales aportaciones a un mundo que se vislumbraba decadente y adormecido. Hoy Jonás tendrá 36 años, se habrá aburrido de sus padres y de los amigos de sus padres, y luchará por su pedazo de tarta en este cumpleaños universal al que asisten como invitados especiales asiáticos impasibles e indios hieráticos,  y en el que la velocidad de las comunicaciones, la magia del progreso nos permiten por primera vez en la historia, algo cercano al don de la ubicuidad. Teleconferencias, teléfonos, ordenadores, tabletas, nos permiten seguir en un lado y en otro, con la mente en varios lugares, viviendo el pasado y el presente al mismo tiempo.

Sólo esos pequeños detalles que quedan en nuestra memoria asociados a placeres minúsculos, a tibias esperanzas o aborrecibles dolores , nos devuelven al sentido de la realidad. Sierras de Córdoba, conversaciones truncadas hace 15 años y hoy retomadas con bríos nuevos, todo ello nos confirma que aunque el tiempo ha pasado, con la memoria, con los sentidos, no nos hemos ido del todo.

sábado, 5 de marzo de 2011

Vidas casi paralelas


Hay mañanas en las que el sol brilla tenuemente mecido por una brisa ligera que llena de sosiego el alma, y en los que no deberíamos abrir los periódicos ni escuchar las noticias. Pero, ay¡ como la condición humana es inquieta y la curiosidad insaciable, no puedo evitar recordar el tiempo turbulento en el que vivimos, y cómo van cayendo junto con algunas certezas, personajes que se nos habían representado como imprescindibles.

Ayer le correspondió al Zahi Hawass, el presidente del consejo de antigüedades de Egipto, y reciente ministro en la última boqueada del moribundo Mubarak. Hawass, con su sombrero Stetson, su perfil entre faraónico y aventurero, había monopolizado el mundo de la egiptología durante más de veinte años. Nada se movía en el Alto ni en el Bajo Nilo sin su supervisión o acuerdo. Logró poner de nuevo los estudios sobre el antiguo Egipto en la imaginación de millones de jóvenes, y aprovechando los medios de comunicación, supo dar a las nuevas exploraciones un toque de telerrealidad como el que impuso en un programa de National Geographic, en 2002 cuando creímos asistir en directo desde todo el mundo a la apertura de la cámara de un faraón, que luego resultó como en los mejores thirllers, una alarma falsa, la antesala de un nuevo hallazgo que en ese momento tampoco se pudo desvelar.
Así, con sus puestas en escena, su vanidad y autoritarismo, Hawass se había convertido en el hombre imprescindible de Egipto, y en la imagen cultural y nacionalista de ese régimen benevolente hacia afuera y feroz con sus propios ciudadanos. Con las revueltas del mes de febrero y el triunfo de la revolución, ésta sí popular y democrática, todos los mitos fueron cayendo y también el de Hawass, a quien ahora pasan factura todos los damnificados por su soberbia y su codicia. Ante la posibilidad de un ajueste de cuentas más cruel, Hawass ha dimitido y con él se cierra un periodo de propaganda bien articulada, que dio buenos réditos al Gobierno egipcio y nos alegró la vida a tantos fascinados por esa megalómana civilización, hecha de religión y de arena. Ahora, el bueno de Zahi tendrá un buen trabajo intentando ocultar sus fechorías, pues no hay bien que con mal no se haya edificado, tratando de salvar sus importantes ahorros y buscando nuevas aventuras lejos de sus queridas momias. Así transcurren los días, y así de frágil y de esquivo es el éxito.

No puedo dejar de asociar esta figura con la de otro viejo amigo y perejil de todas las salsas, que ha animado la vida diplomática (no me atrevo a decir cultural) de La Habana durante más de veinte años. Eusebio Leal, al igual que Hawas ocupa un cargo cuya denominación no se corresponde con su verdadero poder, en el caso del egipcio, el "Consejo Supremo de las Antigüedades", en el del cubano, "Historiador de la ciudad". También Eusebio ha sabido poner en valor el patrimonio de su país. Ha restaurado parte de la vieja Habana, y ha dado una difusión internacional a este ciudad, despreciada por la Revolución durante más de treinta años, pero finalmente rescatada del olvido, como medio de generar los esquivos dólares tan necesarios para cualquier país.
Eusebio, al igual que Hawass es de origen humilde y de formación autodidacta. Más de una vieja gloria de la cultura cubana, subida al carro de la revolución, no podía reprimir el comentario malicioso "su madre era lavandera en nuestra casa". Pequeñas infamias que ocurren en todos los lugares, incluso en una sociedad tan revolucionaria, igualitaria y a la postre hipócrita como la cubana. Pero volvamos a su labor. Encomiable en su entusiasmo, Eusebio ha conseguido recuperar gran cantidad de edificios, revitalizar un centro histórico abandonado y convertir lo que fue el corazón de la ciudad, en un nuevo parque temático en el que no hay país que no haya dejado su huella, no hay personaje que no tenga su placa conmemorativa, ni caféo restaurante que no haya sido previamente "tematizado", con ese barniz de impostura que tiene todo lo hecho desde arriba, sin espontaneidad.
Sus desvelos, su vieja oratoria más decimonónica que revolucionaria, su sagacidad y simpatía no le han permitido sobrevivir a la nueva metamorfosis del régimen. Dicen que está apartado por motivos de salud. Sus muchos amigos en Europa y en Estados Unidos le recuerdan y agraden, agradecemos, sus prolijas explicaciones, su amable charla, sus intentos por hacer digerible lo que es putrefacto, pero parece que los nuevos aires no le favorecen. Quién sabe si a la inversa de Egipto, su caída del favor del príncipe no presagiará los vientos del cambio en Cuba

jueves, 3 de marzo de 2011

Efemérides

Desde que tenemos la costumbre de parcelar el tiempo, de domesticarlo y convertirlo en una magnitud ineludible en nuestra vida, decidimos celebrar periodicas epifanías que se repiten generalmente en las mismas condiciones una vez tras otra, en definitiva, un año tras otro. Así generalmente el puente de la Inmaculada lo asociamos al comienzo de la temporada de esquí, San Juan nos aventura en el inicio del verano y nuestro cumpleaños siempre llega con los mismos augurios, en mi caso el del comienzo del fin de un invierno que nos ha tenido encerrados, a oscuras.
Todo esto es así salvo que cambies de hemisferio. El mismo tiempo. el mismo lapso de experiencias y de azarosos acontecimientos, pero una temperatura, un ambiente diferente. Es como en esos experimentos en los que ante una serie de sesiones en las que se repiten las mismas pautas, de repente cambian las circunstancias y el observador queda fuera de lugar.
Hace 51 años nací en Zaragoza y comencé a tomar conciencia de quien era, y de quien paradójicamente sigo siendo a pesar de haber mudado varias veces mis células, excepto las del cerebro. Y mientras nacía, expiraba el tío Mariano "Cachucho", a quien no conocí, pero a quien inevitablemente quedé unido.
Esa artificial división de un tiempo continuo nos lleva a reflexionar sobre lo ocurrido en ese lapso, sobre lo que nos espera en un periodo igualmente arbitrario. A veces vemos cómo el tiempo corre raudo, llevado por acontecimientos que nos llenan y nos empujan hacia adelante. Y así será con probabilidad este año que comienza en tierras lejanas pero no desconocidas. No tiene por qué ser mejor, no tiene por qué ser más ordenado. Vendrán días difíciles y esperemos que no nos hagan más ciegos.

martes, 1 de marzo de 2011

De porteros y otros habitantes

Los porteros de fincas urbanas de Buenos Aires deben ser los ciudadanos más instruidos del mundo. Horas y horas de bonanzible observación, les dotan de esa capacidad psicológica que sólo los buenos médicos son capaces de alcanzar. Al caer de la noche, con el cambio de turno, cada veinte metros de acera hay un portal iluminado con un encargado que mata las horas leyendo, escuchando la radio o adentrándose en los secretos de la red, para poder al día siguiente mantener una conversación tan educada y documentada como vacua.

No sólo los porteros se alimentan de noticias y de literatura. Hoy leo que el director de la biblioteca nacional de Buenos Aires y el Jefe de Gabinete de la Presidencia han manifestado su oposición a que Mario Vargas Llosa sea el invitado de honor de la feria del libro de Buenos Aires. No objetan, faltaría más, la calidad literaria de su obra. Simplemente se quejan por la pertinacia de sus denuncias de la falta de libertad en ciertos países y por su irrefrenable tendencia a la derecha, peligrosa inclinación en la que escasos escritores caen hoy en día.

Mario seguirá escribiendo, dictará su conferencia con seguridad y buena entonación, y entrará a la discusión que se tercie, en honor a su tradición liberal. Entre tanto, más de uno seguirá enfermo de ideología e inmune a la buena literatura, que en algún modo va ligada al compromiso moral de su autor.

Recuerdos, impresiones y esperanzas se mezclan en los primeros días de reencuentro con una realidad que no es de ningún modo ajena. Los mismos discursos, las mismas palabras, la misma cantinela en cada encuentro, en cada resignada descripción de una realidad que no varía mucho de la que dejé hace casi veinte años. Alguna esquina, alguna butaca, las pinturas que cuelgan pacientemente de las paredes de la Biela o de cualquier otro restaurante se ven más ajadas, más gastadas por un tiempo que podríamos considerar inútil o perdido, pero que ha dado luz a nuevas generaciones, con nuevas inquietudes, nuevos sobresaltos sobre las consabidas calles de este pedazo de Europa a la deriva.