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miércoles, 27 de abril de 2011

Insidias

La proliferación de las comunicaciones, la facilidad del acceso a la intimidad, al final te pueden jugar una mala pasada. Puede ser una carta anónima que llega intempestivamente a tu mesa y que al abrirla te trae amargos recuerdos de alguien a quien conociste y rápidamente olvidaste, pero que se quedó en aquel tiempo, que sintió el frío de la indiferencia o de la prosaica aplicación de la ley que tuviste que imponer y que le dejó herido.

Hechos ocurridos en el pasado, a veces difíciles, a veces triviales, que vuelven a buscarte cuando menos lo esperas. Otras veces las noticias vienen por los nuevos medios de comunicación, por esos misteriosos meandros de la comunicación que se trasladan por los cables, por las ondas, que dan noticias de nosotros en cualquier lugar del mundo, y que nos permiten estar en contacto con cualquier persona por alejada que este. Puede llegar una notificación de facebook, diciendo que alguien no te olvida, que su vida cambió a peor por tu intervención, que tuviste una participación en su despido, en su desgracia, que por tu pretendidamente inocente intervención, su vida se fue por el adesagüe, que no pasaste a su lado en vano, y que hoy, cuando tú ya habías olivdado esos tiempos, esas personas, alguien no te olvida.

Decía Sánchez Ferlosio que vendrán más años malos y nos harán más ciegos. Ya han llegado los malos años, llevamos unos cuantos encima, y a pesar de la aparente calma, nos vamos volviendo más ciegos, más malvados, más amargos. De poco sirven las explicaciones, el consuelo para aquel que ha perdido su trabajo, su hogar. Para quien ve cada día los nubarrones de la tempestad sobre su cabeza sin encontrar refugio donde cobijarse. Así es, en la superficie nada se mueve, la vida continúa con apacible monotonía, en tanto que la inactividad, la galvana se nos echa encima con la persistencia de una lluvia tropical. Por eso se entienden los exabruptos, las pequeñas venganzas privadas que llegan sinuosamente con los cables, las noticias, las redes. Menos comprensible es la ausencia de una protesta generalizada, de una rabia desbordada en una región con cinco millones de desempleados. Paradógicamente, la mejor película sobre el asunto, "los lunes al sol" se estrenó en 2002 en uno de los mejores momentos para el empleo en nuestro país. La despiadada estampa del desempleo, de la desesperación se nos hizo presente cuando no se vivía esa realidad. Hoy, muchos años después, ningún autor, ningún cineasta se ha atrevido a reflejar la realidad, tal vez por reflejo ideológico tendente a respetar a los que se consideran amigos, quizá por no perder el estatus y las subvenciones que un Gobierno amigo siempre termina dispensando.
En tanto se prepara alguna crítica pública a la situación más injusta vivida en la España de los últimos años; habrá que seguir soportando en privado improperios, amenazas o recuerdos de esos tiempos pasados que habímos borrado de la memoria.

domingo, 24 de abril de 2011

Gestos

Definitivamente, la gestualidad nos delata. Más que las palabras, más que los silencios. Nada más presentarnos, nada más avanzar los primeros pasos en una habitación extraña, cuando nos miramos al espejo, cuando nos retratan mil veces en la calle, en un café, en un tren. Nos delatamos, nos presentamos a veces conscientemente y la mayoría de las veces de modo inopinado. Por eso, desde el primer momento tenemos la impresión de que vamos a congeniar con alguien, o que es rictus en la boca, esa mirada burlona, ese apretón de manos no transmiten la señal adecuada, nos preparan para la confrontación, para la diferencia.

Esa diferencia es cada vez más incómoda. Nos encontramos mejor entre iguales, entre los "like minded", de modo que la discusión se obvia, los lugares comunes nos unen, y la confrontación desaparece. Los perros se parecen cada vez más a sus dueños. Las parejas se van acercando con los años en su aspecto físico y mental. Nada más cercano en estos casos que las parejas del mismo sexo, que pueden permitirse peinados similares, intercambio de prendas, los mismo afeites, las mismas bromas. Nos acercamos, nos parecemos y evitamos así el difícil recurso a la retórica, a la diferencia.

Los gestos en la televisión son todavía más delatores, la incomodidad en una entrevista fría se multiplica cuando el asunto no es compartido. Veo una entrevista a Mario Vargas Llosa en la televisión argentina, no sé qué tendencia, pero es evidente que entrevistador y entrevistada no confraternizan. Las preguntas, pretendidamente amables, son impertinentes, son lanzadas como pequeñas piedras que no matan pero hieren. Y las respuestas son cada vez más agresivas, el tono de voz aumenta, la silla queda pequeña para albergar al entrevistado, hablan de libertad, de acuerdo, de tolerancia, de consensos, pero se nota la diferencia de sexo, de edad, de mentalidad, hay una cierta condescendencia en las respuestas, y una manifiesta ignorancia en las preguntas. Gestos que se lanzan como miradas de hielo, sin conexión, sin comprensión.

Los gestos nos acompañan en cada acción, en el reposo, en el pensamiento. Al fin y al cabo, mucho antes de la letra escrita, las relaciones humanas se han basado en la mirada, en las caricias, en las ausencias. Y allí se fueron fijando en nuestra conciencia los temores, los afectos, las valoraciones del otro, del que tenemos enfrente, del otro y del diferente, con quien deberemos convivir o en el peor de los casos, conllevarnos.

sábado, 23 de abril de 2011

Árabes

Cada día nos llegan noticias de ese extermo de la península arábiga, antiguo poblado de pescadores de perlas y refugio de piratas, bendecido por las reservas de petróleo y de gas que afloran hoy para dar sentido a unos desiertos cálidos y largo tiempo abandonados. Desde las altas torres de Dubai a la refinada riqueza de Abud Dhabi, el dinero ha hecho de estos pequeños emiratos un referente internacional en cualquier extravagancia que podamos imaginar. El hotel de más estrellas, los mejores caballos, la mejor cetrería, los mejor pagados campeonatos de tenis o de golf, carreras automovilísticas, tiendas de oro, lujo que ya no encuentra compradores en Occidente, playas con formas caprichosas, palmeras, un mundo en otro mundo de aguas poco profundas, centros médicos de vanguardia, y ahora colecciones de pintura y de arte. Todo por y para el dinero, en el epicentro de una nueva sociedad cada vez más opulenta y hedonista. El Golfo, los países del Golfo arábigo se convierten en el referente para millones de indios, iraniés, árabes de toda procedencia, occidentales atraídos por la riqueza. Todo al alcance de la mano, con una cierta permisividad impensable en los países vecinos y libres de las turbulencias, de las guerras y del terrorismo que anida en Irak, Afganistán o Somalia, no lejos de estas plácidas costas de promisión.
Desde el Golfo vienen periódicamente hombres vestidos con una túnica blanca y un pañuelo de cuadros blancos y rojos ceñidos a la cabeza, que a pesar de su impecable inglés y de su esmerada educación en los mejores colegios durante un par de generaciones, no pueden abandonar ese aire desmedrado, esa timidez tornada en arrogancia, esa seguridad del dinero en un mundo que definitivamente no es el suyo.
Estos árabes han comprado bancos, caballos, hoteles, edificios en Londres y en la Costa del Sol. Hoy vienen a comprar equipos de fútbol. Unos con más dinero se decantan por equipos sólidos, otros buscan gangas entre los endeudados equipos españoles, cada vez más cercanos a la quiebra en un mundo que había aparentado solidez y lujo y que hoy no son sino el espejo de la patria, un cascarón sin alma a expensas del mejor postor, ante la mirada displicente de los grandes cada vez más grandes y más ajenos a estos vaivenes.
No deja de sorprender la alegría de estas ventas, el exotismo de estos nuevos dueños que dan un colorido especial a los palcos de los estadios.
Detrás de los equipos de fútbol viene el resto. No hay hueco en las agendas de estos nuevos Midas para recibir a un empresario más, a un gobernante en busca de fondos para sus dispendios. Lo que se avizoraba hace cuatro o cinco años es hoy una realidad. Uno de los ejes de este nuevo mundo sin reglas, sin moral, está en esos lejanos desiertos poblados por nómadas atónitos de su propio poder y desconfiados, y por masas de otros musulmanes menos favorecidos que trabajan en condiciones infrahumanas bajo el mismo sol, bajo el mismo Dios.
No lejos de allí siguen las revoluciones islámicas. Lo que comenzó como una muestra del malestar del norte de África contra unos gobiernos corruptos se ha extendido por buena parte de los países árabes de la región, con una furia descontrolada, con unas ansias desconocidas en poblaciones por largos años preteridas. El malestar de las calles, la represión, la sangre llegan amortiguados a los países del Golfo y a Arabia Saudí. La hipocresía de las relaciones internacionales nos hace alegrarnos de algunos triunfos de la democracia y temer la desestabilización de otras satrapías.
Vienen tiempos interesantes y por si acaso, los pequeños jeques siguen comprando juguetes con los que entretener el tiempo que avanza inexorable y terminará por tragarse a los incrédulos.

miércoles, 20 de abril de 2011

De elecciones y procesiones


Palabras huecas construyen los discursos imprescindibles para guiar los asuntos públicos. Un cierto cansancio se apodera de cualquier ciudadano bien formado, bien acostumbrado a la penosa rutina de lo ordinario, de lo previsible, de la cadenciosa llegada de los ciclos electorales, tan puntuales como las estaciones del año. Esa calmosa rutina, esa falta de horizontes mayores permea las arengas; las llena de lugares comunes, distorsiona la percepción de la realidad y crea unas sectas democráticas, en las que cada uno se encierra a su gusto, con el convencimiento de que cualquier mal, cualquier error es atribuible al otro, o a las circunstancias, pero no a los defectos propios.
La liturgia de la política se nos aproxima esta Semana Santa, como se acercan las procesiones, las tamborradas, el misterio de una fe que en la mayoría de los casos solo se hace presente una vez al año. Buenos creyentes y buenos demócratas se confunden en uno para seguir todos los pasos  en el calendario por seguir con la costumbre y no defraudar a las cofradías.
Esta rutina, esta consuetudinaria tradición se acerca este año con atisbos de un hastío mayor, con la desconfianza ante tantas expectativas truncadas, ante tan flagrante contradicción entre la necesidad y el deseo. Pasados los festejos religiosos, volveremos a oir los mismos reclamos, parecidas propuestas, los reproches de rigor junto con el lamento por no poder comulgar con un objetivo común, por no ser capaces de acordar unas líneas de acción comunes que den satisfacción a la mayoría. Seguiremos viviendo en los prejuicios, en las ideas preconcebidas, en nuestros pequeños mundos, solo modificados por la fuerza del destino.
Seguiremos nuestro periplo, descreídos, aburridos de la normalidad y de la mediocridad, envidiados por aquellos que prisioneros de una utopía, del relámpago de una revolución fracasada, anhelan poder expresarse al menos una vez; desean entrar en nuestra asfixiante rutina, quisieran dejar de ser esa excepción exótica cultivada por todos los partidos comunistas del mundo, añorantes de esa pesadilla creada por sus ideas. Recién terminado el Congreso del PartidoComunista Cubano, la perspectiva de una elecciones libres, pacíficas entre tipos aburridos, tal vez mediocres, se presenta como una bendición frente a la miserable existencia del partido único, de la unidad a toda costa, de la excepcionalidad obligatoria.

martes, 19 de abril de 2011

Cantantes


Revolotean alrededor de mi cabeza mil ideas, sugestiones, imágenes que invitan a entrar en ellas, a descifrar su misteriosa presencia hoy y ahora al alcance de mis dedos. No sé bien cuál elegir, cómo llegar a distinguir lo que puede importar, de lo que son reflejos de algunos vicios adquiridos y de los prejuicios que con el paso del tiempo se van haciendo más pertinaces e impertinentes.
Veo a músicos que hace tiempo dejaron atrás la juventud, pero que visten con el desaliño y la agresividad de los jóvenes airados que tal vez fueron. Músicos que a fuer de cantar en mi idioma pierden esa magia, esa lejanía de los vocablos incomprendidos, que permiten imaginar mil combinaciones de sonidos y significados, y que hacen tan atractiva la música en otro idioma que no dominamos. Mucho más lejana queda esta poesía escrita en prosa de la significación muda de la música sin palabras, de esa música culta que nos emociona hoy sin importar las circunstancias del momento en que fueron compuestas o las vicisitudes de su compositor. Más allá de las excentricidades de un Mozart alcahueteadas por el cine, el resto de los genios de la música se ocultan tras los años transcurridos desde su muerte con una vaga imagen romántica de pelos revueltos, levitas, camisolas blancas y algunas gafas redondas que acercan su vista a una partitura que podrían muy bien saber de memoria, sin necesidad de escritura o de lectura.
Hoy, los cantantes, nuestros cantantes, artistas varios de diversas variedades, no solo imponen sus ripios pegadizos y evidentes, sino que a poco que les pongan un micrófono delante nos los glosan, nos dan su opinión sobre lo uno o sobre lo otro, y al final arruinan la posible belleza de su música con maniqueas interpretaciones de una realidad, de un mundo tan suyo como mío.

Este país tan dado a la mitología contemporánea ensalza con fervor a ciertos cantantes locales y foráneos, mayormente españoles, que llenan estadios, preferentemente en tiempos de fortaleza de la divisa local, que son seguidos con arrobo por miles de personas, y que son citados en discursos formales, a pesar de la informalidad de su indumentaria, en algún caso tocados de un inverosímil sombrero de hongo. Cosas de la vida, sana envidia y al fin estupefacción por los gustos de nuestros congéneres.
Mi perplejidad no es atribuible a la edad, pues veo a personas de mis años o mayores que disfrutan con este espectáculo, y aun lo comentan y recomiendan. Debe ser una alergia al verso libre o un pudor ante la ignorancia, que me hacen recelar de estas manifestaciones y me ponen en guardia ante estos eternos jóvenes con gustos ya adultos por el lujo y la voluptuosidad. Seamos comprensivos con estas manifestaciones, pues al fin y al cabo viven en un momento feliz. Tanto aquí, como en mi país, han logrado ese perfecto equilibrio entre unas cuentas saneadas, una estima social y unos poderes públicos que los miman y comprenden.Ya no hay lugar para el compromiso y la crítica. Hoy, como dice un cantor argentino, "hoy el gobierno lo componen gentes como nosotros" y ya se sabe que la autocrítica no está bien vista. Así, con una buena cuenta corriente, con estima y con unos poderes que te quieren, no puede haber lugar sino a la autocomplacencia y cierto temor a que vengan tiempos peores en los que esta comunión artístico-poética se quiebre. Entre tanto regocijémonos, pues entre tanta zozobra, tanta incuria, hay quien puede decir que el fin de la historia ha llegado, que las contradicciones se han resuelto, y que la rebeldía bien encauzada por el paso de los años, al final da sus frutos.

lunes, 11 de abril de 2011

Amanecer

Ver amanecer. Ganar tiempo al sueño, a la noche y permanecer alerta, vigilante, mientras la mecánica de los astros celestes, el universo en perpetuo movimiento va realizando su labor y va dejando paso a un nuevo día.
Entre tanto esa sociedad, nacida inicialmente como elemento de cooperación entre animales en la lucha por su supervivencia se ha ido sofisticando hasta lo que vemos hoy, con sus hermosas ciudades, sus ingeniosos artilugios, y sus complejas relaciones humanas en sociedad, que nos pueden llevar a lo mejor y a lo peor.

 No hay más que ver el fiasco de Libia, la impotencia, la guerra pretendidamente limpia que se va enfangando día a día en las dunas del desierto. El ocaso y el resurgir del tirano entre el beneplácito y el asombro de sus vecinos del norte y del sur. El terror en las caras de sus ciudadanos, el fanatismo de algunos seguidores temerosos de perder sus prebendas, la mirada de odio del presidente que se tambalea y que se lleva por delante en su declive a cuantos detractores puede. El caos y la inseguridad que reemplazan al orden mágico de la dictadura.

Y una vez más no pudimos prever. Ningún escenario vale en tiempos de zozobra. Las especulaciones, los deseos, los designios quedan en papel mojado, porque la seguridad absoluta, la inexorabilidad solo pertenece al tiempo celestial, a los segundos que caen como mazas sobre el espacio físico. El resto, unas gotas de azar en un escenario de tramoya en el que ni siquiera los diseñadores son dueños de sus obras.

Existen tendencias y creencias. Tendencias que no nos ayudan a predecir pero sí que nos indican qué podría pasar si como se decía en el derecho romano "ceteris paribus", si las circunstancias permanecen invariables, pero ay¡ estamos condenados al movimiento continuo a la trayectoria orbital de los astros, y allí terminan nuestras predicciones. Y tenemos creencias, más fuertes que muchos otros rasgos físicos. Quién sabe si no las llevamos con nosotros en los genes que nos llegan de generación en generación. Quién sabe si esas creencias que nos acompañan no fueron elegidas en los primeros días de la vida en comunidad de nuestros ancestros. Entre el temor a los cielos, los sentimientos hacia los hijos que perpetuarán nuestra especie. los inicios de una filantropía y de un idealismo; de un idealismo y de un realismo que nos marcan no ya desde el nacimiento, sino desde el nacimiento de nuestro tiempo, allá donde la memoria no llega, y donde solo atisbamos algunos rasgos, algunas características que nos llaman y nos hacen vivir en esas creencias.

Entre tendencias y creencias amanece un nuevo día, con escrutinios electorales en Perú, con dificultades en el mundo, desde el Mediterráneo a Japón, pasando por esa antigua joya del África ecuatorial, hoy sumida en el caos. Así, tan despacio, tan calladamente observamos el engranaje que nos trae un nuevo sol, un nuevo día bajo el manto protector de unas estrellas que desaparecen.

viernes, 8 de abril de 2011

Muertes

En Cuernavaca, México, han torturado y asesinado al hijo del poeta y escritor Javier Sicilia y a siete personas más. Uno más de los 35.000 asesinatos que se registran al año en ese país, pero un asesinato con nombre y con apellidos. La sinrazón de la violencia, la maldad infinita que aflora en estos actos necesita de caras, de nombres que le den relevancia pública, pues de otro modo se pierden en la estadística. Estos últimos asesinatos han causado conmoción en México donde Javier Sicilia es un personaje conocido y donde su determinación en el esclarecimiento de los hechos trae consigo una mayor publicidad sobre el clima de violencia en el país. Es difícil no estremecerse ante estos hechos, o ante la serie de asesinatos de Ciudad Juárez, tal como los plasmó Roberto Bolaño en su novela 2666, que curiosamente se convirtió en libro de culto en los Estados Unidos, tal vez por esa imagen violenta y salvaje del país del sur. Es difícil no preguntarse las causas de esta maldad, de este mal radical, atribuído al narcotráfico, la corrupción, el tráfico de armas o quizás la historia.
Un país con un culto a los muertos, como México, donde la vida y la muerte se confunden como le ocurre a Pedro Páramo, un país que ha visto las costumbres de los mayas y de los aztecas, la violencia de la conquista, las interminables luchas de la independencia, la revolución anterior a la revolución rusa, la violencia institucionalizada, no puede ser ajeno a la violencia actual; mortífera y eficaz.

Son los nombres los que dan fe pública de lo que ocurre. Al igual que el chascarrillo, según el cual aconsejaban al jefe de operaciones militares de la OTAN, que al hablar de un bombardeo que había causado cientos de muertos dijera que entre ellos se encontraba un dentista de Illinois. De ese modo todas las preguntas girarán sobre el dentista, y no habrá preguntas sobre el resto de las muertes.

Pero sigue la violencia en el continente, y México no es el único dominio de la muerte. Ayer mismo se daba la noticia del asesinato de 12 niños en una escuela de Brasil y del posterior suicidio del asesino. Violencia irracional en el país de la alegría. Aquí no hay nombres. Solo el horror que se extenderá entre las familias y el barrio, pero que no trascenderá porque no es puede identificar a los muertos. Además, con razón se lamentaba el presidente de México en una entrevista, la violencia en su país es similar a la de Brasil, pero Brasil tiene un aire menos trágico, que le permite tener una imagen internacional desligada de esta violencia.

Muertes sin nombre, anónimas, como las de los 186.000 millones de muertos que se calcula ha tenido la humanidad, imagino que en una progresión geométrica debido al aumento de población. Muertes como las de Irak, Afganistán o ahora Libia. Muertes que en algunos casos producen serios golpes en las conciencias y en otros no, según se puedan identificar, reconocer por una foto, o por una nota periodística. Muertes anónimas como las que ahora se producen en Libia, con guerra entre ejército e insurgentes y con bombardeos de la OTAN, pero que al parecer no despiertan la conmiseración de los ciudadanos europeos, como sí ocurrió durante los bombardeos de Irak. Muertes al fin y al cabo, como destino final, inevitable, Muerte que iguala a los hombres, como dijo Jorge Manrique, pero de la que solo queda huella cuando tiene nombres o poetas que la recuerden.

martes, 5 de abril de 2011

Soberbia

Llegan en vehículos cuatro por cuatro con los vidrios tintados, aceleran por las avenidas y no frenan sino al llegar a la puerta principal de la casa adonde han sido convocados o invitados. Al entrar por el portón no eluden rodar sobre un charco que salpica inmisericorde a otros invitados más modestos que acuden a la cita a pie, o que acaban de salir de un taxi. A continuación bajan de los coches precedidos por dos guardaespaldas  anchos como el horizonte pampeano. Se dirigen a la puerta, y eludiendo a la prensa, caminan presurosos, con una media sonrisa a la sala que tienen acondicionada para refrescarse y aislarse del mundo durante unos minutos antes de su aparición pública.
No son políticos, no son banqueros, ni siquiera empresarios exitosos. Son la cara de la fama, de la moda, de la farándula ilustrada en un modelo que supera a las viejas folclóricas, para acercarse, aunque solo sea en la parafernalia y en los caprichos a las estrellas del rock del universo anglosajón, es decir mundial o global como quiere el idioma inglés.
La fascinación por los famosos, los actores, cantantes, creadores bendecidos por los minutos de televisión es algo común en cualquier ciudad. Jóvenes ansiosos a las puertas de un hotel, periodistas que necesitan una toma, unas palabras; políticos que ofrecen un acuerdo mutuamente beneficioso, minutos de notoriedad para llenar de colorín las horas mortecinas.
Tengo poca tendencia a la mitomanía. Es más fácil la decepción, la expectativa incumplida que la satisfacción por conocer al famoso. ecuerdo vagamente una fotografía firmada por los hermanos Tonetti, uno de los cuales, el payaso triste terminó suicidándose, otra foto en blanco y negro de las olvidadas Pili y Mili en una tarde de cierzo zaragozana, con abrigos demasiado cortos para la época y finalmente una fotografía de Charo López con una dedicatoria apócrifa que debe viajar conmigo en alguna caja de recuerdos sin clasificar. Allí termina mi afición por los famosos, la curiosidad por esos personajes que viajan en una burbuja, como los presidentes en un país extranjero, y que últimamente salen las películas de Santiago Segura, Torrente, como reclamo legítimo ante la anemia de la audiencia.
Fugaces  en su paso, suficientes en sus ademanes, caprichosos en sus exigencias, aparecen ante nosotros en un gesto de condescendencia y vuelven a ocultarse en las sombras de la noche, en el humo y el alcohol para poder soportar otro día sin preguntarse a quién se parecen más, de quién han tomado sus costumbres y exigencias, en qué barrio de la ciudad viven a fin de cuentas.

sábado, 2 de abril de 2011

Despedidas

Hacer de la necesidad virtud. Recomponer la figura y declarar lo que ya intuían todos, la despedida formal. Pero hacerlo como si fuera el resultado de una larga meditación, como si lo que de uno y de otro lado te reclamaban fuese en verdad el resultado de una meditación, o mejor aún, de una convicción íntima anterior de reducir la duración del cargo de presidente del gobierno en España a dos mandatos.
Ahora sabemos que esa era su voluntad inicial, que estos tres años de crisis, de legislatura echada por la borda desde las sus primeras mentiras no han sido sino el escenario para desplegar esta sana disposición democrática a la autorregulación.

Pasado el disgusto, pasado el calvario de los próximos meses, en los que se arrastrará y nos arrastrará todavía más por una lánguida crisis económica, cuidada con paliativos reformistas, pasadas las zozobras de los sucesores, deseosos de lograr el relevo, de heredar los harapos, pasado todo esto, la perspectiva no está mal.
51 años, la flor de la edad para dedicarse a  esas aficiones ocultas o ignoradas que se han pospuesto estos años por falta de tiempo o de coraje. Quién sabe si paseos por la cercana montaña en busca de inspiración, recorrer lentamente la vetusta ciudad en la que tu impulso se nota en museos, aeropuertos, en edificios,  gracias a tu fama pasada.

La perspectiva no es mala. Pasados unos días en los que los amigos te cobijarán, y en la que tendrás que soportar reproches e insultos a los que ya no puedes responder con el celo de un jefe de prensa o con el fuego de los medios de comunicación cercanos, (ay, qué corta es la memoria y qué pronto se olvidan los favores). Pasado esto, pasada la inercia que te llevaba a predicar aunque ignoraras, a decidir sin saber; la vida vuelve a ser apacible. Poco a poco la figura se va rehaciendo, los disgustos pasan y el alma se acomoda de nuevo a las viejas calles, a esos rincones de tu ciudad, a esos olores que se han refinado con la llegada de la nueva cocina, a esos vinos antes rasposos y alcohólicos y hoy finos y elegantes. Recuperar a los amigos, a los vecinos que te vieron primero en sus calles y luego en los medios, en las televisiones, cada vez más alto, cada vez más distante.
En fin, que las despedidas no son malas, que todo tiempo llega a su fin, que puedes iniciar allí una nueva vida de meditación y pensamiento, que no faltarán universidades ni fundaciones que te inviten a compartir tu experiencia, que tal vez puedas encontrar un trabajo estable aunque ya no lo necesites, y que tal vez para este viaje, hubiera sido mejor que nunca hubieras salido de tu pueblo donde se te quiere.