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viernes, 20 de septiembre de 2019

Shenzhen



A quien no esté relacionado con el mundo de las telecomunicaciones o con la economía china, posiblemente, el nombre de Shenzhen le sea desconocido o irrelevante, pero esta ciudad situada en la desembocadura de río de la Perla, en la frontera con Hong Kong, está protagonizando uno de esos récords a los que los chinos son tan dados. Con más de 12 millones de habitantes según el censo y con una cantidad de población flotante que podría elevar esta cifra a los 20 millones de personas, Shenzhen no era hasta 1979 más que un pueblo de pescadores de unos 30.000 habitantes censaros, a los que se añadían todos aquellos prófugos que buscaban huir de la miseria china para pasar a Hong Kong en busca de un futuro más promisorio.

En 1979, el gobierno de Deng Xiao Ping decidió que en China los experimentos no se hacen con gaseosa, sino a escala china, y para comprobar los efectos de una apertura económica al capitalismo, eligió esta ciudad alejada de los centros de poder de Pekín y Shanghai, y vecina envidiosa de la próspera y occidental izada Hong Kong para poner a prueba la capacidad de crecimiento de la economía china en unas condiciones de mercado abierto.

En cuarenta años, ese banco de pruebas económicas se desarrolló a un ritmo desconocido en la historia de la humanidad, y pasó a ser la capital tecnológica de China, compitiendo con otros centros de desarrollo del mundo como la costa de San Francisco o la Bahía de Tokio, y a competir en condiciones mejores con la vecina Hong Kong, desarrollando una fachada marítima que observa a Hong Kong desde modernos rascacielos y desplegando unos servicios públicos modernos y eficientes rodeados de parques y de atracciones turísticas al gusto chino.

Asistimos en Shenzhen a un concierto de la orquesta sinfónica, en el reducido auditorio del One Bay club, en el piso 70 de su torre principal, que según nos dicen es el auditorio más alto del mundo y se encuentra bajo el helipuerto, que permite a sus privilegiados socios escapar al tráfico intenso de esta ciudad.

Veo al bajar de mi ahbitación del hotel por la mañana a una gran cantidad de jóvenes con sus mochilas o carteras donde guardan el portátil, con la mirada fija en el móvil, mientras se dirigen presurosos a sus trabajos de consultores o de informáticos en las numerosas compañías que tienen sus sede en esta parte de la ciudad. Aquí están la mayoría de las empresas del Fortune 500, que reúne alas que tienen mayor capitalización bursátil del mundo. Jóvenes que ya no quieren ir a Hong Kong, pues prefieren vivir en este lado de la frontera, donde la media de edad es de 30 años. Además, aquí se habla chino mandarín, y no cantonés como ocurre en Hong Kong o en Cantón. Es una ciudad de frontera en el más amplio sentido del término. Es aquí donde han venido jóvenes profesionales de toda china y aún de todas partes del mundo atraídos por los buenos salarios y la abundancia de trabajo en una China en continuo cambio.

Qué ocurrirá cuando este impulso se frene, cuando los jóvenes dejen de serlo y ya no tengan hijos por  la carga que eso representa para sus carreras y para sus economías?, quién comprará estos apartamentos de precios similares a los de Manhattan o Londres, estando en Shenzhen? Cómo será el paso de la frontera en los años venideros, o tal vez habrá desaparecido ese anacronismo derivado de las guerras del opio?. Qué será de Shenzhen?

viernes, 13 de septiembre de 2019

Fiesta de mitad de otoño

Entre las festividades nacionales chinas, destaca después del verano, la llamada fiesta de medio otoño, cuando apenas han aflojado los calores que asilan China durante el verano, y cuando las cosechas que engrosaban los graneros del imperio se terminaban de recoger. El día quince del octavo mes lunar se celebra, con la luna llena esta festividad que con un carácter sorprendentemente homogéneo para las dimensiones de China se celebra a lo largo del país.
Esta podría ser una de las características más sobresalientes de China, el afán uniformizados, desde la raza a la lengua, a los uniformes Mao, a las festividades. Un país con mil climas, con numerosos idiomas, con diversas razas, lo que une, lo que teje las costuras de una geografía inabarcable, es lo que se fomenta y se cultiva con pasión por los chinos de todas las latitudes.

En esta festividad de mediados de otoño, o más bien de la primera luna llena del otoño, se prodigan como es costumbre en China, los farolillos rojos, las poesías escritas sobre paredes y puertas con alusiones a esta leyenda milenaria, narra el viaje a la luna de la diosa Chang, que había bebido el licor de la inmortalidad, robado a su amante, el arquero Yi, quien lo había recibido en pago a su proeza por haber derribado con su arco nueve de los diez soles que aparecieron en el firmamento en tiempos del emperador Yao. Puede que esto no sea otra cosa que la forma de agradecer al arquero su disposición a terminar con esos soles que hacen de China en verano un horno de norte a sur.
El problema es que los amantes, Yi y Chang no querían beber este licor de la inmortalidad, para seguir su apacible vida en la China imperial, pero ante el intento de robo del elixir por otro arquero, seguramente envidioso de las virtudes del gran héroe Yi, la amorosa Chang se bebió el brebaje y voló hasta la luna en forma de Diosa inmortal. 
Allí espera a su amante, el arquero Yi, quien desde la tierra, en la noche de luna llena, quiso celebrar un banquete bajo la luna, para ofrecerlo a su amada. Pero como los tratos de los hombres con los dioses siempre deparan alguna desgracia, el arquero Yi tuvo la fatal idea de inventar unos pastelillos de luna llena, los mooncakes que se regalan en estas fechas a lo largo de toda China, Y estos pastelitos de luna llena, además de tener una forma amable y redonda, que simboliza la luna llena, pero también la unidad en las familias mortales, tiene dentro un relleno de sabores indescriptibles, que para estómagos delicados podría ser venenoso.
Así, en estas fechas hay un trasiego en las ciudades y en el campo de cajas de pasteles de luna llena, que se regalan entre ellos, a unos precios insensatos, y a los que nadie puede evadirse.
Finalmente, ayer, durante una comida para celebrar este día tan señalado con el personal chino del consulado, comprobé que los chinos no comían los indigestos mooncakes, prefiriendo el resto de las viandas preparadas, y pregunté la razón por la que no los comían. En realidad a casi nadie le gustan, y se compran para regalar , pero hay que evitar caer en el error de abrir la caja y peor aún de comerlos.