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martes, 18 de octubre de 2011

Mujeres de Cuba 2

Cada vez llegan más amortiguados los ecos de mi estancia en Cuba. Unos saludos enviados por alguien que viaja, con el afecto y el calor de quien bien te quiere, algún favor que todavía te piden en la creencia de que tus conocimientos siguen valiendo a día de hoy, más por el recuerdo que por el conocimiento cierto, y noticias de obituarios que machaconamente van sumando muertos a la eterna lista del olvido.
Llegó la noticia hace unos días de la muerte en el hospital Calixto García de Laura Pollán, una de las fundadoras de las damas de blanco, y su actual referente en la isla. Conocí a Laura en la época de mi despedida, cuando ya los vientos en España cambiaban hacia un mejor entendimiento con el Gobierno cubano y hacia un vergonzante olvido de quienes sufrían y siguen sufriendo la persecución política más larga de la historia contemporánea.
Llegó Laura a una recepción en una embajada en La Habana vestida de blanco, como sus compañeras, esposas y familiares de presos políticos detenidos en las cárceles cubanas. Y con ese gesto, con ese atuendo y con la ingenuidad y frescura que da decir la verdad, comenzaron a poner nerviosos a ese grupo de viejos autoritarios que rodean al viejo dictador cuya sombra se alarga en el tiempo como un caimán declinante.

Unas semanas después coincidí con ellas en otra recepción, a la que por error habían acudido algunos jerarcas del régimen, ignorantes de la invitación a los disidentes. tras saludar   a algunos de los poetas oficiales del régimen, quienes sufrieron un inmediato ataque de pánico, Laura y las otras mujeres de blanco se dirigieron al hijo menos de Fidel Castro, Toni, médico especialista en deporte, y apuesto galán, quien inadvertidamente había acudido a una embajada donde en otros tiempos había pasado buenos momentos, y que ahora cumplía las instrucciones de Bruselas y cursaba invitaciones tanto a Gobierno como a disidentes. Encararon las damas a Toni, y le preguntó Laura, o tal vez fue Blanca Castaño, cuándo podrían visitar a sus familiares, y cuándo recibirían atención médica. He de reconocer que estuvo ágil el joven Castro y no descompuso la figura, como habían hecho los poetas, y con una amable sonrisa, dijo que tomaría nota de sus peticiones antes de enfilar para la puerta de salida con ágil trote.
Fueron días de emociones, de encuentros inesperados, de algunos sobresaltos, pero días también de gran sencillez, de pequeñas verdades y de alivio para las familias que sufrían la persecución y la reclusión en su propio país. Fueron días extraños, que coincidieron con mi triste salida de Cuba y que precedieron a esa vergonzante actitud que hasta hoy se ha mantenido.
Siete años más tarde muere Laura en un hospital habanero. Señal de que la salud en Cuba, como la igualdad en el libro de Orwell, distingue a unos más iguales que a otros. Lamentablemente, las muertes que podrían desatascar tantos años de incomprensión y de atraso se demoran, como esos malos actores que no quieren abandonar el escenario, en tanto que las muertes de tantos ciudadanos comunes se suceden sin que ellos ni sus descendientes vean un futuro promisorio en el horizonte.
Ecos de Cuba, ecos de muerte y recuerdos de buenas acciones, de mujeres valientes que se enfrentan con la fuerza represora de un Estado y con la pasividad cómplice de tantos y tantos llenos de corrección política y de temor por desagradar a los dictadores.

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