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miércoles, 29 de abril de 2020

El corazón del grifo


Cantón, 30 de abril de 2020.

En las últimas semanas proliferan en las redes sociales informes de consultoras de prestigio analizando el mundo tras la el covid19, que adelantan los cambios sociales que vienen, las tendencias económicas, la nueva geopolítica del poder e incluso las renuncias que tendremos que hacer en un entorno incierto y poco apetecible. (Por cierto, son esas mismas consultoras que estuvieron recomendando inversiones y proyectos como si no pasara nada durante el primer trimestre del año, pensando que esto era solo una cosa de chinos, o como mucho de asiáticos).

Una de las conclusiones a las que llegan casi todos estos informes, y la mayoría de los análisis económicos que podemos leer estos días, es que la globalización actual, con el peso preponderante de la fabricación en China, con unas cadenas de suministros también muy dependientes del país asiático se verá forzada a cambiar, con un desplazamiento de la producción industrial a otros lugares más confiables, y con una renacionalización de determinadas industrias estratégicas.

Ayer visité una fábrica de capital español en Cantón, que fabrica los cartuchos que van en el interior de todos los grifos y nos permiten con un pequeño movimiento de la palanca del grifo obtener agua fría o caliente, y cerrar herméticamente el grifo sin esos goteos inquietantes y despilfarradores. La empresa fabrica este pequeño artefacto en una fábrica moderna, con todas las normas y estándares internacionales de calidad, y con los más sofisticados  controles de calidad. El resultado es un pequeño producto, de gran complejidad, que viene incorporado en los grifos de las principales marcas mundiales del sector, desde las más conocidas americanas y europeas a las gigantescas nuevas empresas chinas que luego exportan a todo el mundo. A este aparato le llaman el “corazón del grifo”, que desde el más sencillo que mezcla agua fría y caliente, puede llegar a los más sofisticados que permiten ahorro de agua, o que pueden programarse o activarse a distancia. 

Para fabricar este modesto corazón artificial, el proceso industrial es complejísimo, y va desde la obtención de unas placas de cerámica perfectamente pulidas a base de alúminas, que deben rozar entre sí para lograr la estanqueidad, hasta moldes de plástico que se van adaptando a los nuevos modelos. Todo ello montado en unas cadenas que imitan a las de las plantas de componentes de automóviles, que requieren una gran precisión con muchos empleados chinos que realizan esta labor donde no llegan todavía los robots. Y finalmente pasan un banco de pruebas que exige hasta quinientos mil movimientos de apertura y cierre del grifo para comprobar la resistencia de los materiales y poder expedir el producto al cliente final, que lo embutirá en una carcasa metálica, y quedará escondido salvo que en caso de avería tengamos que desmontar el grifo y solo en ese caso llegaremos al corazón del asunto.

Todo este proceso, desde la compra de materia prima a la fabricación de las partes, al ensamblaje y al control de calidad requiere un trabajo planificado al detalle, donde el tiempo y el coste cuentan de manera decisiva, porque para que todo esto funcione se debe obtener un producto que cumpla los estándares más exigentes de calidad y de precio.
Pero lo más llamativo es que el cartucho final tiene un precio de en torno a un euro, sí, 1 EURO. 

Alguien imagina el desplazamiento de esta operativa a un país europeo o a Estados Unidos para lograr competir en un mercado con precios tan estrechos?. Será posible la renacionalización o el cambio de las cadenas de producción en los próximos años como dicen los consultores con estos requisitos y con estos precios?. Se podrá prescindir del mercado chino que seguirá siendo determinante en la economía mundial?

Todo esto se me ocurrió en un soleada mañana cantonesa entre un mar de autopistas y de polos industriales que rodean esta ciudad y que le han dado el sobrenombre de la “fábrica del mundo”.

Escandinavos


Cantón, 29 de abril de 2020.

En mi afán por huir de las mezquindades nacionales en tiempos de la peste, busco ávidamente en la prensa cualquier noticia que me pueda dar un respiro entre tanta obviedad. Hoy hallo por fin una de esas noticias de sucesos que no llamarían mi atención en tiempos ordinarios, pero que hoy trae un aire fresco a este ámbito viciado.
En Noruega, uno de los hombre más ricos del país ha sido detenido acusado del asesinato de su esposa hace unos meses. Es suceso se había calificado hasta ahora como un secuestro por el que los modernos delincuentes nórdicos pedían un rescate de nueve millones de euros en criptomonedas. Finalmente la policía llegó a la conclusión de que no podía tratarse de un secuestro y detiene al esposo de la víctima, quien es el magnate de la electricidad de Noruega, con un patrimonio modesto para lo que son los magnates en otras latitudes, pero con repercusión pública en un país que tiende a pasar desapercibido en estos asuntos turbios. La modélica noruega se conmueve por estos hechos, aunque de mi experiencia personal podría señalar que los circunspectos noruegos no siempre son como aparentan y como en cualquier otro lugar las pasiones más bajas, o altas en el caso de los noruegos pueden dar al traste con un matrimonio aparentemente feliz, con unos resultados sorprendentemente agrios para la pulcritud y rectitud con la que aparentemente llevan su vida alejada de los vociferantes sureños.

Y en la vecina Suecia, el experimento de un confinamiento suave parece ser más doloroso que el estricto control impuesto en el resto de países nórdicos, dejando una alta tasa de mortalidad. Pero también aquí las cosas son algo distintas de lo que aparentan. La mayoría de los casos se producen en la zona norte de Estocolmo, donde vive la mayoría de los emigrantes de origen extranjero, y donde las condiciones de aislamiento social y de vida apartada no se reproducen como en el resto del país. En ese entorno, comienzan a aparecer algunas ligeras críticas a la gestión de la crisis por los suecos. Nada está conforme a la ley de Dios en tiempos de incertidumbre, y lo que ayer parecía bueno, hoy se demuestra erróneo. Los rígidos códigos morales con los que los nórdicos suelen juzgar al resto de los europeos ya no son totalmente válidos, y en este caso tampoco valdrá la salvación individual como algunos pretenden, el daño puede ser tan profundo que exija un examen de conciencia más compasivo para encontrar una salida.
Mientras en Noruega, el empresario Tom Hagen tendrá cuatro semanas para reflexionar sobre sus acciones en uno de esos actos de contricción de las películas de Begman.

domingo, 26 de abril de 2020

Creencias


Cantón, 27 de abril de 2020.

Decía Ortega y Gasset que vivimos en nuestras creencias, que son algo distinto de las ideas, de los sentimientos, de las voliciones. Las creencias son nuestra forma de estar en el mundo, lo que refleja nuestro ser más profundo, pero en su ensayo sobre ideas y creencias, no logra Ortega perfilar más esta intuición de las creencias, su origen biológico o social, su capacidad de transformar nuestro pensamiento y de hacerlo original o gregario. Lo que aporta Ortega es que entre las creencias puede encontrarse la duda, y es la duda lo que permite entrever una grieta en nuestras creencias donde aplicar el pensamiento, la inteligencia para adoptar un pensamiento original y más comprensivo de la realidad.

Muerto Ortega, y apenas leída su filosofía, en el mundo del tweet, de las consignas y del maniqueísmo más rampante, vemos cómo las creencias no solo no se diluyen o se hacen pensamiento racional, sino que se fortalecen y arraigan con mayor fuerza en los tiempos del coronavirus.

Trato de aislarme del mundo de los chats tendenciosos, de las informaciones de barricada, de todos estos textos e imágenes que proliferan en las redes hechos solo para re confirmar nuestros prejuicios, mas a pesar de no ver televisiones ni escuchar emisoras de radio. A pesar de limitarme a leer los periódicos en diagonal, no puedo escapar a determinados comentarios, o mensajes que llegan en estos días de parálisis por todos los medios. Y sin sorpresa puedo apreciar que en esta Crisis las creencias se refuerzan día a día en el corazón de las personas. No conozco a nadie que haya cambiado su opinión, propia o gregaria, a lo largo de la terrible prueba del confinamiento. Leo que quienes creían firmemente en un mundo gobernado por instancias multilaterales, aunque se hayan mostrado lentas e ineficientes, piden ahora más multilateralismo, para que no vuelva a fallar. Quienes pensaban que todo esto nos pasa por un exceso de cosmopolitismo, piden volver a cerrar las fronteras y aprovechar este parón para que cada uno se quede en su casa. Quienes apoyaban al gobierno se enrabietan si alguien lo critica, y es entrañable ver cómo opinadores fieros y críticos en otras circunstancias, cierran filas con sus conmilitones y conllevan este confinamiento con una sonrisa bobalicona y con frases y consignas de una resistencia bucólica. Quienes por el contrario denostaban al gobierno, proclaman que ya no aguantan más, lanzan jeremiadas, y aunque no les falte razón en la crítica, se deslizan por la peligrosa pendiente del “schadenfreude”, la expresión alemana que equivale a  alegrarse del mal ajeno, cuando ya nada nos va a ser ajeno.

El mundo está desconcertado, las páginas de los diarios internacionales oscilan entre una morbosa estadística de contagios nacionales y algunas gotas de geopolítica, que van desde la necesidad de un concierto de naciones renovado y sobre la base de la “paz perpetua” de Kant, a las más verosímiles y catastrófistas previsiones de conflicto entre líderes que no dan la talla, o que la dan en demasía, con ideas de bombero para cada situación.
Vivimos en nuestras creencias y en tiempos de incertidumbre, lo peor que nos puede pasar es que profundizando en nuestros errores abandonemos definitivamente la duda y el pensamiento.

jueves, 23 de abril de 2020

Cosas veredes


Cantón, 24 de abril de 2020.

Cosas veredes, amigo Sancho, esta frase tan expresiva y notoria, no aparece en el Quijote, pero por su rotundidad y sencillez se ha atribuido a la obra de Cervantes como una de esas sentencias que nos presentan lo inverosímil como algo real y presente. La expresión, en cualquier caso ha hecho fortuna en la lengua española , y aunque falsamente atribuida al Quijote, parece provenir del Cantar del mio Cid, como parte de una conversación, seguramente más elevada y tenebrosa entre el rey Alfonso VI y el Cid, donde el rey le dice: "«Cosas tenedes, Cid, que farán fablar las piedras».

Pues bien, hoy vemos cosas que jamás hubiéramos imaginado, países enteros enclaustrados, comercios y bares cerrados, calles vacías y aeropuertos donde solo aterrizan aviones de carga con material médico. Y una de las cosas que estamos viendo es cómo se percibe el mundo y a las personas de una manera diferente a la que se hacía hace solo unas semanas.

En China, donde lo occidental había logrado un estatus de lujo, de excelencia, los años de crecimiento económico habían hecho de los occidentales y de los productos de occidente, unos sujetos y objetos muy valorados. Hoy, eso está cayendo bajo, muy bajo. La idea de que el virus puede venir reimportado del exterior hace que la imagen de un extranjero sea percibida por la mayoría de la población como una amenaza y como un peligro latente. Se percibe en los ascensores, donde al entrar un occidental el resto de los ocupantes o bajan la cabeza o miran a la pared. Se nota en la calle, en las aceras, donde se evita el roce o se esquiva la mirada y se nota en la regulación de los establecimientos públicos, donde es frecuente ver esos carteles equivalentes a "se reserva el derecho de admisión", esa frase misteriosa de algunos bares de nuestra juventud, que a veces se combinaba con otra menos miesteriosas "se prohibe escupir en este local".

Pues, bien, aquí se prohíbe ya escupir en muchos locales, lo que supone un avance, y se aplica el derecho de admisión a los extranjeros, lo que hace que nos vayamos recluyendo por voluntad propia a ciertos espacios de comodidad que nos permitan llevar una vida casi normal en tiempos que no son normales.
Los occidentales en sentido amplio, y más particularmente los de raza blanca no estamos acostumbrados a este trato. durante siglos hemos paseado por el mundo con la seguridad de nuestro origen y en unos casos con prepotencia y en otros con piadosa conmiseración, pero siempre a salvo de cualquier sospecha de discriminación o menosprecio. El rechazo, cuando se ha producido era más bien producto del resentimiento. Y ahora vemos que la raza nos marca, aun debajo de las mascarillas se acierta a reconocer la piel que hay detrás y automáticamente somos enviados a otras filas, a otros lugares de espera, para que podamos dar muestras de nuestro estado de salud. Ya no somos los aparentes y orgullosos occidentales que viajan por el mundo con un pasaporte válido y una tarjeta con fondos. Ahora somos los posibles vectores de un virus que atemoriza y que se debe apartar.
Esta situación, como todas las discriminatorias tiene una débil base racional, pero sirve para aliviar las tensiones internas en tiempos de peligro. Sirve para acentuar la vuelta a la tribu, para saber distinguir mejor a los nuestros de los otros, y en nuestro caso, aunque el virus salió de aquí, viajó por el mundo y ahora puede volver, fundamentalmente traído por personas que regresan a su país desde el extranjero, siempre es más fácil identificar al otro por el color de la piel.

Hoy podemos entender mejor cómo viven quienes son objeto de discriminación por razón de la raza; lo duro que debe ser vivir en esa situación en un día a día normal. No me refiero a los casos extremos de persecución o de exterminio, como lo narrado por Primo Levi, con el sugerente título de "si esto es un hombre", sino a las pequeñas discriminaciones diarias con las que conviven tantas personas fuera de su ámbito natural. Ahora, ya ni la raza ni el pasaporte nos libra de un cierto desdén, de esa mirada oblicua que hace tanto daño como un insulto.

Y para terminar, la noticia de los periódicos españoles de hoy. Africanos en España llegan a pagar hasta 5.000 euros por subir a una patera que les devuelva a África. Cosas veredes, amigo Sancho, aunque Don Quijote no lo hubiera podido imaginar.


Luthiers


Cantón, 23 de abril de 2020.

Allá va otro obituario en los tiempos de la peste. Ha muerto Marcos Mundstock, uno de los componentes del grupo les Luthiers, y en este caso no es por el coronavirus. La verdad, es que a medida que pasa el tiempo, inevitablemente, nuestras conversaciones y nuestras audiciones se hacen cada vez más a menudo con los muertos.

“Retirado en la paz de estos desiertos,
Con pocos pero doctos libros juntos,
Vivo en conversación con los difuntos, 
Y escucho con mis ojos a los muertos”

Esta inimitable estrofa de Quevedo nos recuerda la tristeza de la pérdida, pero también la bondad de la obra bien hecha, que permite vivir más allá de la muerte. Y eso le ocurrirá a Marcos y a Daniel, dos de los Luthiers muertos en los últimos tiempos, que perdurarán en nuestra memoria y en nuestros oídos, acompañándonos en la paz de estos desiertos.
Me gustaron los Luthiers, como a tantos otros, desde los tiempos de su Johan Sebastián Más tropiero, por ese humor inteligente y elegante. Argentino y europeo, como los variados apellidos tan argentinos de todos sus componentes, y creadores en la lengua española de una serie de neologismos que aplicaron a su no tan disparatada visión de la historia.

Tuve la ocasión de conocerles en Argentina, de disfrutar de su humor en privado en una pequeña ceremonia en la embajada y allí me sugirieron que tres de ellos querrían tener la nacionalidad española, con apellidos tan rimbombantes como Mundstock, Rabinovich o López Puccio, y he de decir que en esta ocasión sus plegarias fueron escuchadas y que tuve el honor de solicitar para ellos la nacionalidad por “carta de naturaleza”, es decir por su especial vinculación a España, que les concedió el Consejo de ministros del 7 de septiembre de 2012. Debo decir que en contra de mi idea de que nunca se tiene suficiente poder para cambiar las cosas, en esta ocasión el pequeño poder del que disponía se demostró suficiente para un buen fin.

Sin lugar a dudas todos ellos contribuyeron a ampliar esa patria del idioma. No hubo ciudad española que no recorrieran con su música, su humor y su inteligencia, y así llegaron prácticamente hasta el inicio de esta pandemia en España, donde tuvieron que cancelar su último concierto en Logroño el pasado 10 de marzo.
Esta triste noticia nos saca de la abulia de los días en el tiempo del coronavirus, donde el humor se desgasta, y la proliferación de vídeos y de imágenes cada vez tienen más difícil levantar una sonrisa o  alegrar la mañana. La muerte, ineludible y puntual nos recuerda que no solo de coronavirus muere el hombre, y que nuestro paso por la tierra no es igual para todos, solo la muerte nos iguala.

lunes, 20 de abril de 2020

Como cónsul en playa desolada

Un conde en el país de las hadas mecánicas: Agustín de Foxá y la ...

Cantón, 21 de abril de 2020.

Hace muchos años leí en un poema de Agustín de Foxá esta comparación de un "cónsul en playa desolada", referida posiblemente a su último destino diplomático en Filipinas, donde fue enviado en castigo a sus bromas e impertinencias en esa España pacata de los años cincuenta, y donde debía sentirse exiliado de su vida cosmopolita anterior (diplomático en la Roma del Duce, embajador en Finlandia durante la guerra junto con Curzio Malaparte, quien le retrata en su novela Kaputt)

Agustín de Foxá fue uno de esos literatos que en los años veinte, disconforme con la placentera vida burguesa de Madrid, decidió unirse a las vanguardias, y como diría el propio Foxá años después, siempre recriminó al comunismo que por su rechazo a esta ideología terminara abrazando el falangismo, del que fue uno de los autores más destacados.

Pero en Foxá, todo desde el falangismo a la muerte podía ser objeto de chanza o de ironía, y así señalaba que las grandes revoluciones tenían una especial estima por las triadas, y si la Revolución francesa adoptó "libertad, igualdad y fraternidad", el falangismo prefirió "patria, pan y justicia"; Foxá en su madurez prefirIó "café copa y puro". Y en vísperas de su muerte escribió uno de los más hondos poemas de despedida de este mundo desde su ataúd, y al subir al avión para volver a Madrid a morir, diría con acierto, "soy el último de Filipinas".

Foxá da para mucho, y en algún momento averiguaré más sobre su bella y efímera esposa, Mary Larrañaga, pero en este momento me quedo, como Foxá con esta idea de cónsul exiliado en playa desolada. Así me sentía al venir a Cantón hace poco más de un año en tiempos de cierta normalidad. Un destino lejano junto a playa desolada en el mar gris del sur de China, como el que vería San Francisco Javier en los estertores de su muerte aquí cerca, en la desembocadura del Río de la Perla.

Pero la lejanía y la desolación duraron poco en tiempos extraordinarios. Ahora, con más de la mitad del mundo sometido a confinamiento, en la remota ciudad de Cantón vivimos un eterno presente de calles pobladas, de comercios abiertos, de restaurantes en funcionamiento y de un cierto sentido de excepcionalidad en la grisura de esta primavera. La vida es más fácil en este rincón del mundo, no solo por las facilidades Cotidianas que hasta hace unas semanas dábamos por descontadas, sino por las extrañas afinidades de una convivencia en territorio ajeno, por cierta sociabilidad sin caer en la dulzona cursilería que trata de infundir esperanza y alegría en cualquier ciudad del mundo ante un enemigo desconocido.
Como cónsul en playa desolada pasan los días rápidos y pacíficos, lejos de todo aquello que quería evitar con un destino clandestino.

domingo, 19 de abril de 2020

Sine ira et studio


Cantón, 20 de abril de 2020.

Esta frase, a veces citada como “sine ira et cum studio”, corresponde a la introducción del libro de los Anales de Tácito, que a comienzos del siglo II quiso escribir una historia de Roma, desde la muerte de Augusto hasta Nerón, con objetividad y libre de los odios y de la pleitesía que pudieron sentir quienes se vieron directamente afectados por estos reinados turbulentos, que incluyen los años de Tiberio, Calígula, Claudio y Nerón.
Con objetividad, con ecuanimidad, exento de la tiranía de las pasiones, estimaba Tácito que debían   ser contados los hechos de la historia. Una tarea opuesta a la laudatoria o justificadora historia escrita por los vencedores o por los escritores bajo la influencia de los gobernantes, como ocurrió con la narración egipcia de la batalla de Kadesh, que enfrentó a Ramsés II con el imperio Hitita. Durante siglos se creyó que ésta había sido una victoria incontestable de Ramsés II, pues solo se contaba con la narración egipcia, según la cual Ramsés volvió victorioso de su incursión por el Medio Oriente, sin embargo, ya en el siglo XX se descubrió en unas excavaciones en una ciudad Hitita, otra versión menos complaciente, según la cual la batalla terminó en tablas y Ramés escapó por poco a la muerte, huyendo en su carro de combate, y luego contó la historia a su manera.

Así, sine ira et studio deberíamos actuar en estos momentos inciertos. Cuando las consecuencias de la pandemia van a  afectar a unos y otros, sería precisa una concordia internacional para afrontar la situación del mundo tras la catástrofe, pero lamentablemente los signos no son muy alentadores. Más allá de un concierto mundial de recogida de fondos para la OMS, y de unas declaraciones entre alarmistas y angustiosas a la necesidad de actuar conjuntamente, poco se puede saber sobre cómo articular una respuesta concertada a los desafíos del futuro inmediato. Parece más fácil organizar un concierto desde el confinamiento, que hacer funcionar la correosa maquinaria de los organismos internacionales y la incierta colaboración de los foros que sirvieron en la anterior crisis financiera.

Todas las mañanas me levanto con las noticias de un presidente en guerra con el mundo, que no supo prever la llegada de la epidemia a su país, que adaptó el lenguaje de los expertos a sus propias creencias, que descarga su responsabilidad en la de los gobiernos locales, a quienes acusa de imprevisión, que protesta por lo que considera noticias falsas que le perjudican, que es incapaz de reconocer sus falsedades anteriores y que está aprovechando la ocasión para avanzar en sus própósitos de gobierno echando la culpa de esta crisis a una  oposición muy combativa y crítica con su manejo de las cosas y al gobierno anterior por su imprevisión.

Con este panorama, con un presidente como Trump que en el calor de la pelea discute diariamiente con la prensa crítica con su gestión y que busca y encuentra día a día culpables a quienes achacar la tragedia que es ya una certeza, con organismos que han sido incapaces de conocer y de prevenir a tiempo las consecuencias de una enfermedad desconocida, con países que bajo aparentes muestras de solidaridad quieren hacer olvidar errores pasados; será difícil que una acción conjunta se pueda abordar sine ira et studio.

Por cierto, buscando en internet el uso reciente de esta expresión, había muchas referencias al momento de la aprobación de la denominada "ley de memoria histórica en España", y en todas ellas se consideraba desfasada esta premisa de Tácito, pues al parecer, donde ha habido injusticia y dolor, se debe investigar con odio, por si acaso, y al final, como dijo Goya, “a garrotazos”.


sábado, 18 de abril de 2020

Trozos de realidad


Cantón, 19 de abril de 2020.

Me llega la noticia de la muerte por coronavirus de una persona a quien conocía. No se puede decir que fuéramos amigos, pero tuvimos un trato relativamente frecuente a lo largo de los años. Y me vuelve a la memoria con nitidez el momento en que nos conocimos hace más de treinta años. Me sorprende el recuerdo, porque como dije, no llegué a tener una amistad con esta persona, ni tampoco recuerdo que me dejara una impresión especialmente exaltante en nuestros encuentros posteriores, ni en nuestras vidas. Sería una de tantas personas a quienes conoces a lo largo del tiempo y que difícilmente vuelven a tus recuerdos si no es porque vuelves a coincidir en algún lugar y en algún momento.

Me ocurre con cierta frecuencia, e imagino que le ocurre a muchas otras personas, que me vengan a la mente en momentos de calma, recuerdos que creía olvidados, con nitidez de detalles y con personas a quienes apenas he vuelto a ver y que no me dejaron una huella emocional especialmente profunda en el momento de conocerlas. Otras veces los recuerdos son todavía más aleatorios; la posición que ocupaba en el asiento de detrás del coche durante un viaje familiar determinado, sin que ocurriera nada relevante en el mismo, la conversación intrascendente con un compañero de colegio, de vuelta a casa, sin que haya vuelto a ver a esta persona en más de cuarenta años y sin que tuviera nunca un papel en mi vida. Otras veces son recuerdos más cercanos, pero que se hacen presentes con precisión y sin ninguna finalidad aparente. Todo esto conspira contra la limitada capacidad de nuestro cerebro y contra la picardía de nuestro sistema de pensamiento, que busca siempre los caminos más cortos para actuar y consumir así menos energía en nuestras actividades diarias.

Definitivamente, la memoria declarativa, aquella de la que somos en cierto modo conscientes, es casi siempre una memoria biográfica. Es la memoria de lo que creemos que hemos sido y de lo que pretendemos ser. Por eso vamos construyendo nuestra vida con retazos de realidad vivida. Recuerdos que nos parecen realidad, que tal vez nunca fueron como creemos imaginar, pero que nos reafirman en nuestro ser, en lo que decimos ser, en lo que creemos ser.
Todo esto me ocurría antes de la pandemia, y ahora durante ella. La memoria, en cuanto se deja libre escapa de los recovecos del cerebro para hacerse consciente en lo único que es real, el momento presente, En tanto, pretendemos perdurar en el tiempo y en la memoria de los otros.
Lo señaló Borges en la estrofa final de su poema “inscripción ante cualquier sepulcro”

“Ciegamente reclama duración el alma arbitraria 
cuando la tiene asegurada en vidas ajenas, 
cuando tú mismo eres el espejo y la réplica 
de quienes no alcanzaron tu tiempo 
y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra”

viernes, 17 de abril de 2020

Maneras de vivir

Guía práctica: diferencias entre católicos, protestantes y ...

Cantón, 17 de abril de 2020.

La constante cifra de muertos en Europa castiga con mayor ensañamiento a dos países del sur de tradición católica, que al dolor de la enfermedad y de la muerte deberán unir en poco tiempo el de unas economías que ya sufrían desequilibrios en el contexto europeo, y que cuando pase esta fase de la epidemia evidenciará la peor cara de los datos macroeconómicos, con caídas del PIB, aumento del déficit y de la deuda y la inevitable catarata de despidos y de distorsiones en el mercado de trabajo.
Sin embargo, en otros lugares de Europa, algunos de tradición protestante pareciera que el drama es menor, que las medidas adoptadas no son tan drásticas y que las consecuencias económicas, aunque temibles, no pronostican la debacle de Italia y de España en el corto plazo.

Suecia, el país más extraño en este concierto, sigue aplicando unas medidas laxas de aislamiento, permitiendo que las escuelas primarias sigan impartiendo clases, y lo que más llama la atención en nuestras tierras del sur, los restaurantes y bares siguen abiertos en medio del cierre continental de estos lugares tan gratos a nuestra memoria.

¿Están locos estos suecos?. Se entiende mal cómo han decidido tomar un camino tan alejado del resto de los europeos en este momento y lo han hecho con determinación y a lo que veo sin mucha oposición. La lógica que aplican es la de la responsabilidad de los ciudadanos. Cada uno sabe cómo cuidarse y debe ser responsable de sus actos. Nadie puede poner en peligro a los demás y no es necesario que las medidas se impongan coercitivamente, sino que se pueden sugerir modelos de comportamiento, mientras todos cumplan unas reglas básicas de distanciamiento social y de higiene. Entre tanto, la economía sigue funcionando, los jóvenes se preparan para terminar sus cursos escolares, y todos los suecos en conjunto, evitan el trauma de un encierro que se sabe cuándo comienza pero que no se sabe cómo termina.

Esta idea de la "responsabilidad" está muy asentada en el código de la religión protestante, y es crucial en un país de profundo sentido religioso como es Suecia. La reponsabilidad y el amor al trabajo hacen de los feligreses candidatos a la salvación por medio del ejemplo en sus vidas.
Nosotros, los de religión católica, tenemos desde hace siglos una organización religiosa, que permeó la organización social y posiblemente contribuyera a conformar igualmente nuestra organización política. A diferencia de los protestantes del norte, los católicos aceptan una autoridad central con una voluntad de homogeneizar la doctrina, y lo que es más relevante, tienen instituido el sacramento de la confesión, que nos permite rectificar sobre la marcha y comenzar de nuevo nuestro camino de pecadores.

Es la confesión y lo que ella conlleva lo que pienso nos hace diferentes en ciertos comportamientos sociales. Si los protestantes deben llevar esa vida ejemplar y hacendosa para no caer en el pelotón de los torpes al llegar al juicio final, nosotros podemos pecar y arrepentirnos y confiar en la bondad divina y en el carácter benéfico del perdón.
Este sacramento tiene muchas ventajas desde el punto de vista religioso, y permite una mentalidad más amplia para acoger a las ovejas descarriadas, como predica el evangelio. Y también la organización social nos otorga más indulgencia en el tratamiento de los otros, con una mirada más compasiva y generosa que la adusta actitud de los del norte. Incluso en el ámbito político, la idea de la confesión permitiría reparar los errores, y obtener el perdón cuando por soberbia o ignorancia o por una mezcla de las dos, los gobernantes nos llevan al borde del abismo. Allí se puede parar, se puede confesar y se puede obtener el perdón antes de dar un paso adelante.
Pero en nuestras sociedades, de tradición religiosa y social conformada en torno a la idea del catolicismo, parece que Dios desde hace tiempo ha vuelto su mirada hacia otro lado, y en este abandono, muchos dirigentes solo reconocen de la confesión su poder taumatúrgico del perdón y su lado generoso de la compasión, haciendo por ello políticas plagadas de buenas intenciones, de retórica vacua, de ideas generosas pero irresponsables, en comparación con la idea de la responsabilidad individual que impera en ese mundo protestante. Y aquí tenemos una explicación al caso sueco o a la actitud de muchos países protestantes ante lo que denominan el riesgo moral; no se puede seguir dando ventajas a quien incumple las normas, porque en ese caso seguirá incumpliendo y otros tendrán que pagar por su relajación.

La respuesta tal vez no deba ir necesariamente por la adopción de esa rígida política del norte, ajena a nuestras costumbres y a nuestra amable camaradería, sino recordar el principio de la confesión en su conjunto.

Para una buena confesión se requiere, examen de conciencia, reconocimiento de los pecados, propósito de la enmienda, penitencia y perdón de los pecados. Tal vez tantos años de laicismo militante en un entorno social y mental profundamente católicos han hecho a muchos olvidar estos sencillos pasos que nos permitirían conciliar las bondades del perdón y de la compasión, con el rigor de la responsabilidad. Quién sabe si en esta crisis un correcto examen de conciencia y un reconocimiento de los pecados no sería un buen punto de partida para trabajar en su superación.

martes, 14 de abril de 2020

No soy un virus


15 de abril de 2020.

Esta pandemia viajera ha tenido episodios similares en todo el mundo, con un desfase de apenas un mes. Primero fue la estampida desde China al resto del mundo en el inicio de la Crisis, cuando se cerró la ciudad de Wuhan y durante más de un mes personas procedentes de China viajaron por todo el mundo para aprovechar las vacaciones de fin de año en un 2020 que se anunciaba turbulento, o para huir del peligro que amenazaba el país tras las drásticas medidas adoptadas por el gobierno chino, ya se sabe, “cosas de chinos”.

Con la epidemia expandiéndose por el mundo, el desconocimiento y los prejuicios extendieron por muchos países una serie de actos discriminatorios frente a personas de origen asiático, que se difundieron mediante chistes, bromas, memes de whatssap, y actitudes individuales en lugares públicos y privados, llegando a prohibirse la entrada en determinados lugares a personas por su origen racial, aunque eso nunca se dijera explícitamente.

En respuesta a estas actitudes las comunidades chinas en Europa lanzaron una campaña denominada “No soy un virus” que fue secundada por organizaciones no gubernamentales y por gobiernos de los principales países europeos. Así, junto con actos de racismo y de discriminación frente a personas de rasgos asiáticos, se dieron también muestras de solidaridad y de apoyo público a estas comunidades.
Esto se hizo como siempre en la Europa bienpensante y buenista, sin pensar en poner en práctica medidas de control o de prevención para conocer mejor el viaje de la enfermedad sin necesidad de caer en prácticas racistas.

Pocas semanas después el virus estaba ya en Europa, primero Italia, después España, y posteriormente en todo el continente y más tarde en todo el mundo. El virus había viajado. Las personas no son un “virus”, pero son portadoras de millones de virus, y en el descontrol de los primeros días, ya tenemos una epidemia convertida en pandemia.

Mientras el mundo se infectaba en una progresión geométrica, que como todo tipo de acontecimientos que implican grandes cifras, nos es casi imposible imaginar, por no decir descifrar, muchas personas comenzaron a pensar en regresar a China, donde la primera ola del virus había sido ya superada y con una mezcla de medidas sanitarias de emergencia y de control social se había conseguido que en apenas dos meses el país fuera retomando la normalidad.

Ahora, con el aprendizaje incorporado y la inocencia perdida, las cosas ya no fueron tan fáciles. Las personas son las que portan los virus, sin lugar a dudas y un retorno del virus a zonas consideradas seguras, podría hacer que la enfermedad rebrotara en lugares donde había sido previamente controlada. Por ello, los protocolos de regreso a China desde mediados de marzo se fueron endureciendo día a día. Primero para los países severamente afectados por la enfermedad, Corea, Japón Irán e Italia; poco después fuimos ingresando en el grupo el resto de países europeos, para a finales de marzo extender los controles a todos los viajeros, y finalmente a prohibir la entrada a toda persona que no tuviera un pasaporte chino.

Los controles incluían desde mitad de marzo revisiones médicas, tests a la llegada al país y una cuarentena obligatoria de 14 días en domicilio o en un lugar designado para aquellos que no mostraran síntomas. Todo ello hecho con la precisión e impersonalidad del mundo chino. Aquí el sentimentalismo se reserva para la canción melódica. En la actuación pública los protocolos se rigen por la necesidad o el imperativo, sin paños calientes ni explicaciones culposas.

Poco antes de la Semana Santa, ya con el país cerrado a los extranjeros, aunque se seguía informando de casos “importados del extranjero”, la política se ha endurecido para evitar el contagio, y aunque los extranjeros que pudieron entrar a China en marzo, todos fueron controlados y puestos en cuarentena, y desde hace dos semanas no entra ningún extranjero en el país, algo ha debido circular por el mundo extraño de las noticias en red que ha hecho de los extranjeros el principal objetivo de las campañas de prevención. Primero a los africanos, o por extensión a los negros, se les obligó a realizar tests indiscriminados y a recluirse en casa si no se les había despedido antes por sus caseros. Ahora, todos los extranjeros sufren algún tipo de rechazo, ya sea de carácter privado en el día a día, ya sea en toda esa red capilar público privada de tan dífícil distinción en China, donde las comunidades de vecinos tienen un papel protagonista a la hora de ejercer el control social.

Y aquí no hay campaña de “no soy un virus” que valga, no hay dulces consignas que limpian el alma mientras la enfermedad nos ensucia. Aquí rige el mundo presente y el temor al futuro; y si nos atrevemos a seguir pensando, hay aquí un presagio del mañana implacable que le espera a la dulce Europa.

lunes, 13 de abril de 2020

Reformas


Cantón, 14 de abril de 2020.

Decía don Ramón de Campoamor, ese poeta prosaico que tuvo gran éxito en la España de la Restauración, allá por el final del siglo XIX, “En este mundo traidor, no hay verdad ni mentira, todo es del color del cristal con que se mira”
Y nosotros llevamos los anteojos puestos de fábrica, así que no hay coincidencia fácil en el análisis de una realidad que se colorea a gusto del observador, con una refracción cada vez más acusada a los hechos y a los números,desnudos. Definitivamente, nos gusta más la realidad defractada por nuestras creencias.
Sin embargo en algo se podrá coincidir al valorar estos tiempos feos de la pandemia. Que nuestra arquitectura institucional ha tenido fallos. Que lo que debería protegernos como sociedad se ha mostrado frágil e inoperante ante la promiscuidad del virus. Y este fallo sistémico, pues abarca al sistema en el que hemos vivido hasta ahora, afecta por igual a las organizaciones internacionales nacidas de la última catástrofe mundial, como a los Estados que han ido adoptando diversas formas de participación de la vida pública, pero en ningún caso  han sabido encontrar el punto justo de prevención y de actuación que nos preparara para esta situación. También deberemos concluir  que la imagen de un mundo encerrado, utópico y ucrónico, nos ha llegado sin que hiciéramos caso de los avisos y se ha instalado con la tranquilidad y la calma de un hijo que vuelve a casa.

En medio de esta zozobra, China, que lleva unas semanas de ventaja a todo el mundo en esta pandemia, ha comenzado a tomar medidas para ajustarse al mundo que vendrá. Temerosa de registrar la primera caída de su producto interior bruto desde 1976, este país continente ha comenzado a buscar remedios para una inevitable pérdida de exportaciones y para un mundo donde las cadenas de suministro mundiales van a ser sometidas a revisión para evitar el desabastecimiento y la dependencia que vemos hoy en el mundo en una pelea tabernaria por los equipamientos médicos necesarios ante la enfermedad.

Y así, el pasado jueves, el Comité Central del Partido Comunista de China emitió un documento conteniendo las principales ideas de la política económica china para la recuperación. Y este documento, que todavía no es ley, pero ya se sabe que lo que dice el Comité Central va a misa, establece como línea fundamental de su programa de reconstrucción económica, la reforma orientada al mercado. Efectivamente, el Partido Comunista ha decidido que la salida de un shock como el que ha recibido la economía china y como el que va a recibir la economía mundial en cuanto salga de su confortable confinamiento, requiere medidas radicales e innovadoras. Y aquí en China, el PC ha decidido que la mejor manera de afrontar la catástrofe es con la puesta en marcha de un programa de reformas que liberalice los mercados de la propiedad de la tierra, de trabajo, de capitales y que finalmente reordene el sector empresarial de propiedad estatal que ha sido uno de los objetos de crítica más frecuentes por parte del resto de las economías mundiales.

Así, la China comunista en estos días en los que el mundo está mirando todavía hacia el aspecto sanitario de la crisis, ha comenzado a poner los cimientos de una nueva etapa, que sorprendentemente y a diferencia de lo que ocurre en muchos países occidentales, parece encaminada hacia una economía de mercado más abierta y liberal que la anterior a la crisis.

Veremos cómo evolucionan estas instrucciones del comité central y qué respuesta encuentran en el resto del mundo, que ha descubierto que la presencia de China en la economía mundial no era ya solo una cuestión de cifras y de comercio, sino también de liderazgo y de innovación.

sábado, 11 de abril de 2020

Época axial


Cantón, 12 de abril de 2020.

Hubo un tiempo, alrededor del 500 antes de Cristo en el que la humanidad comenzó a dotarse de una literatura trascendente que prescribiera una explicación de nuestra presencia en el mundo y de paso nos proveyera de un código moral capaz de permitir una convivencia pacífica en una sociedad que comenzaba a hacerse ya bastante compleja.

En esta época, siglo más o siglo menos se data la escritura del antiguo testamento de la Biblia, de los escritos de Confucio, de Buda, de Mozi, la historia de Gilgamesh y de otros pensadores menos conocidos que han regido la vida de Oriente y de Occidente hasta nuestros días.

Por distantes que fueran las civilizaciones en aquellos tiempos, pareciera que había una convergencia mundial en la que las inquietudes y temores andaban al unísono, y tenían una respuesta de los sabios del momento para tratar de dirigir a una humanidad diseminada en pueblos siempre orgullosos y considerados únicos, pero que latían con los mismos temores, las mismas leyendas que incluían invariablemente calamidades y castigos divinos entre los que no faltaban nunca las historias de la peste.

De esta eclosión espiritual nacen las religiones y las doctrinas que han regido la humanidad por más de 2.500 años, y hoy, en el sur de este oriente que se debate entre Confucio y el materialismo dialéctico,  celebramos una de las fiestas más significativas del cristianismo, la resurrección de Cristo, que pone final a la semana de pasión para dar lugar a un nuevo periodo, la Pascua de resurrección que durante cincuenta días nos llevará de la mano de la alegría cristiana y de los calores de la primavera hacia el domingo de Pentecostés, ese día en el que el Espíritu Santo, en la forma de lenguas de fuego se apareció a los apóstoles dándoles el don de lenguas para predicar la buena nueva por el mundo.

No es casual que esta celebración cristiana coincida con la pascua judía, el Pésaj, pues no es sino su adaptación al nuevo credo, partiendo de las historias de esa época axial en la que Moisés condujo a su pueblo a la tierra prometida, y cincuenta días después, (Pentecostés significa cincuenta días en griego), Moisés bajó del monte Sinaí con las tablas de la ley. Dos momentos de difusión de la doctrina, de predicación de la buena nueva en dos religiones hermanadas por la historia y por los mitos.

Y hoy volvemos los ojos a la religión para entender lo que no puede ser otra cosa que ignorancia o un castigo divino, o tal vez una mezcla de los dos; un castigo divino por la ignorante arrogancia del mundo. Si la ciencia no nos ha dado la respuesta correcta. Si los primeros síntomas se tomaron como cosas banales, cosas de chinos, si las comparaciones con la gripe se hicieron con tanto desparpajo como desconocimiento, si resulta que también la ciencia necesita de una liturgia, de unos protocolos, y sobre todo de tiempo, siempre habrá quien mire hacia el cielo en busca de respuestas, pues hoy sabemos y eso sí que es cierto que más de media humanidad está encerrada de una manera u otra y que la única certeza en este momento es la ignorancia de la duración de la epidemia y de sus consecuencias.

Cuando todo falla, y los discursos son impostados, así como las poses y los aplausos, más parecidos a las plegarias por un milagro que al reconocimiento por una actuación, no está de más echar una mirada al cielo y esperar pacientemente cincuenta días a ver si un viento tumultuoso nos trae unas lenguas de fuego sobre nuestras cabezas, capaces de exterminar el mal de la faz de la tierra.






viernes, 10 de abril de 2020

Éxodo


Cantón, 11 de abril de 2020.

Celebramos en los países de tradición cristiana la pascua de resurrección, o como decimos en España, la Semana Santa (en países tan laicos como Uruguay le llaman la semana del turismo...), y en unas fechas muy cercanas, celebran los judíos su pascua, el “Pésaj”, que no es otra cosa que la rememoración de la liberación del pueblo judío de los faraones de Egipto. Esa liberación que dio lugar al primer éxodo de una población, huyendo por el desierto y atravesando las aguas del Mar Rojo. En recuerdo de este éxodo celebraban y celebran los judíos su Pascua con una cena, y es ésta la cena que celebró Jesús con sus apóstoles el jueves Santo en Jerusalén. De este modo se unen las tradiciones judía y cristiana en recuerdo de esa huída de Egipto llena de penurias e incertidumbres hasta la tierra prometida.

Estamos pues, en tiempo de éxodos. Primero de quienes huyeron inconscientemente de China ante la amenaza del virus y lo expandieron por la tierra. Luego la de quienes vieron venir el virus a esos países que se creían orgullosa y ciegamente protegidos por inexpugnables sistemas de salud, y que sin embargo han ido cayendo uno tras otro ante el embate de la silenciosa enfermedad. Estos volvieron en muchos casos a China, y ahora que se han cerrado fronteras, que el mundo se ha ido aislando en numerosos hogares enclaustrados, en infinitas conexiones digitales, encontramos el nuevo éxodo en el interior de China.

La ciudad de Wuhan, origen de la pandemia, ciudad estigmatizada y martirizada en un primer momento, después de 74 días de aislamiento total, volvió el pasado 8 de abril a una cierta normalidad y comenzó el éxodo de salida de la ciudad con el orden que los chinos saben poner a los movimientos masivos de personas.

Toda la ciudad se preparó para esa salida de aquellos que habían quedado atrapados en Wuhan y que tenían que volver a sus trabajos o a sus lugares de origen en toda China. Aeropuerto, estaciones de metro, autopistas, todo estaba listo para realizar los sucesivos controles de este nuevo éxodo. Una parte de los que salían iban a sus ciudades en la misma provincia, pero aquellos que debían desplazarse fuera de Hubei, volvieron en su mayoría a la provincia de Guandong, a Cantón y Shenzhen, dos ciudades que atrajeron a gran cantidad de emigrantes en los últimos años, y adonde los trabajadores de Hubei están regresando desde la semana pasada.

Este nuevo éxodo requiere ciertas garantías. La célula de residencia, fundamental en China para poder viajar, el código de salud en el teléfono, los chequeos médicos al salir de Wuhan, con test incluido y al llegar al destino cuando se trata de grandes ciudades. Todo ello atendido por personal protegido y enmascarado, que va dirigiendo a los viajeros hacia sus asientos, donde se puede encontrar toda una variedad de prendas de protección de salud. La nueva moda, la nueva tendencia en el vestir va a tener más relación con la protección de la salud que con la estética. Esta será otra de las desgracias que deberemos soportar tras el virus, una avalancha de estética feísta y utilitaria que dejará un gran margen a la imaginación para poder respirar fuera de tanta zafiedad.

Esta vuelta al trabajo, esta llegada masiva de personas por tierra y por aire a las grandes ciudades chinas ha despertado una creciente preocupación de las autoridades sanitarias, que a pesar de la casi normalidad que se aprecia en la vida diaria, siguen imponiendo controles y nuevos métodos de vigilancia para que no entre el virus con los recién llegados.

En estos momentos el teléfono móvil tiene como principal uso el portar la documentación sanitaria que nos permite circular. Esta es una enseñanza de este nuevo tiempo. Los datos, la intimidad, nuestra privacidad serán puestos en un segundo plano frente a la necesidad del control, a la seguridad del grupo, y poco a poco en nuestro occidente celoso de las libertades individuales iremos viendo cómo no somos tan distintos, y en circunstancias extremas vamos aceptando todo con una mansedumbre que creíamos ajena.

jueves, 9 de abril de 2020

Síndrome de Estocolmo.


10 de abril de 2020.

En estos tiempos del coronavirus debo reconocer que he tenido en varias ocasiones un inicio de síndrome de Estocolmo que de convertirse en un patrón de conducta generalizado entre los miles de millones que se encuentran confinados hoy en el mundo podría producir un cataclismo mayor que el del propio virus.

El síndrome consiste fundamentalmente en una reacción psicológica por la que una persona secuestrada comienza a comprender las razones de su secuestrador y a desarrollar un vínculo afectivo con quien le mantiene retenido, que puede llegar a que el secuestrado termine unido a los secuestradores. Esto le pasó a la joven Patricia Hearst, descendiente de una de las familias más acaudaladas de California, secuestrada en febrero de 1974 por el “ejército simbiótico de liberación”, ahí queda el nombrecito! , y que un par de meses después de su liberación decidió unirse al grupo y participar en un asalto a una sucursal bancaria. Este es también el caso de una de las protagonistas de la serie de televisión “La casa de papel”, pero esto ya es ficción, en tanto que lo de Patti Hearst fue real. Para satisfacción de los curiosos, el nombre de Estocolmo, viene de un año antes de las hazañas de la señorita Hearst, en agosto de 1973, un atracador de un banco en Estocolmo tomó cuatro rehenes quienes terminaron defendiéndolo de las amenazas de la policía, llegando a manifestar una de las secuestradas que se sentía segura con el tipo y que viajaría con él por el mundo mejor que con la policía de Suecia.

Pues bien, este trastorno de simpatía hacia el secuestrador lo he ido sintiendo a medida que se iban suavizando las condiciones de confinamiento en la ciudad de las flores. Tal vez porque el confinamiento trajo consigo una mejora del tiempo y de la calidad del aire, y porque en mi caso la reclusión no fue tan severa como en otros lugares, debo decir que a finales de febrero cuando las calles de Cantón volvieron a tener paseantes y cuando los coches volvieron a circular por las anchas avenidas, sentí una desazón por algo que terminaba. En esos días el mundo todavía seguía ajeno e ignorante de la tragedia que había incubado en el seno de muchos países, y los estragos dela epidemia solo se contaban en China y alrededores. Entonces, un día me di cuenta de que ya estábamos dejando de ser una anomalía, de que la vida que volvía a la ciudad me iba a privar del privilegio de pasear por calles vacías, de que los autobuses no volverían a circular vacíos, y de que en definitiva lo excepcional iba a pasar a ser ordinario.

El segundo momento vino hace unos días, cuando terminamos la cuarentena impuesta tras el retorno de V. a Cantón. Los chinos, cuidadosos de no traer de vuelta una enfermedad que había viajado previamente sin ningún control ni limitación, han impuesto todo tipo de controles y limitaciones a quienes vuelven al país, o mejor dicho, a quienes volvían, pues el país está ya totalmente cerrado a la entrada de extranjeros. Pues bien, nuestro encierro duró 14 días, en unas condiciones óptimas. En pareja, en un apartamento no muy grande pero agradable, y lejos del ruido y la furia contada por idiotas, al que estamos acostumbrados en nuestro país. 14 días pueden ser eternos o pasar en un suspiro. Hemos practicado nuevas rutinas, hemos organizado una vida de enclaustramiento con salidas a la terraza cuando el tiempo lo permitió o refugiados en el salón cuando afuera la lluvia tropical barría las calles. Hemos pasado dos semanas de encierro, y el último día, cuando ya podíamos salir, nos quedamos una tarde más a disfrutar el encierro, como los rehenes del banco de Estocolmo.

Finalmente, ayer, ya liberado de la cuarentena, ya vuelto al trabajo y a la placidez de la primavera en Cantón, salí a correr por la tarde en el paseo junto al río. Los grupos de mujeres bailaban al son de indescriptibles melodías chinas, los jóvenes paseaban sonriendo bajo la mascarilla, la temperatura era agradable y la luna se reflejaba sobre el río como en las idílicas estampas de la pintura china. Aquí, corriendo, escuchando música, viendo a la gente disfrutar de estos risibles placeres menudos, me sentí bien y llegué a pensar que en estos momentos, la anodina ciudad de Cantón, esa macrourbe del sur de China a mitad de camino entre Hong Kong y Macao era en estos momentos uno de los mejores lugares del mundo en los que se podía estar. Cantón, por fin podría competir con la martirizada Nueva York o con los solitarios bulevares de París. Se puede caminar, se puede hacer deporte, los restaurantes están abiertos con ciertas medidas de prevención, la vida bajo las máscaras no es al fin sino un remedo de los bailes truncados del carnaval veneciano. Por fin, parece que a pesar de los pesares, en esta Semana Santa atípica, éste puede ser el lugar en el mundo que tantos ansían,

Pero ojo, todo esto puede ser simplemente un engaño de la mente, una perversión del conocimiento y de la memoria como lo son todos los casos de síndrome de Estocolmo, una percepción errónea de las causas y de los efectos, que de perdurar nos puede llevar por el mal camino.



martes, 7 de abril de 2020

Qué Será


Cantón, 8 de abril de 2020.

En esta crisis China va unas semanas por delante del resto del mundo, y las tendencias que se aprecian en este país se convierten poco tiempo depués en modas mundiales muy a nuestro pesar.
En estos días confluyen dos situaciones dispares, por un lado se incrementan las precauciones después de unas semanas de mensajes tranquilizadores, debido al aumento de lo que denominan casos importados, y por otro lado, la economía china va saliendo de su letargo y comienza a poner en marcha su maquinaria, sobre todo en el mercado interno.

Estos días ha corrido por Cantón el rumor de que se estaban cerrando varios barrios al acceso público y que especialmente en el barrio donde vive una amplia comunidad de origen africano se estaban cerrando negocios y residencias y se estaba sometiendo a confinamiento a personas de este origen. Los rumores vuelan y el temor se amplía entre una comunidad internacional que ha visto cómo se ha pasado de una lucha contra un virus  originado localmente a un combate contra la llegada de los portadores del virus provenientes de otros países.

Finalmente las autoridades locales aclararon el asunto. Efectivamente había cinco casos de personas de origen africano infectadas y habían sido hospitalizadas, mientras se desinfectaban viviendas de la zona del mercado donde vive una parte de esta comunidad. La realidad es que en Cantón una ciudad de más de 15 millones de habitantes, en un conurbano que supera los 80 millones, viven poco más de cincuenta mil extranjeros de forma permanente, cantidad que se puede duplicar en épocas de ferias, y que tiene una pequeña población flotante de compradores de todo el mundo que vienen al denominado mercado de la “bola” para abastecerse de los productos que luego se venden en los mercadillos de gran cantidad de países. Es en estos lugares donde ha saltado la alarma y donde ha comenzado a correr el rumor de casos de discriminación a los extranjeros.

 Lo cierto es que el control de la población en China, es muy estricto, y acostumbrados a la gestión de enormes cantidades de personas, es muy sencillo controlar el estado de salud y los movimientos de la pequeña comunidad extranjera en la ciudad sin necesidad de grandes sobresaltos. Pero el temor al otro está siempre presente, y en momentos de dificultad sale la xenofobia que estaba oculta.

Por otro lado, mientras aumentan las medidas de control para evitar el rebrote de la enfermedad, hoy se publican noticias sobre el despertar dela economía china en algunos sectores. Ctrip, la principal agencia de viajes del mundo señala un aumento de los viajes en el interior de China durante el pasado puente del Qing Ming o barrido de las tumbas. Las principales atracciones turísticas vuelven a ver a turistas enmascarados recorriendo algunos de los lugares más famosos del país, y los hoteles han vuelto a ver aumentar sus reservas en los lugares turísticos, no así en las capitales donde los hoteles de negocios siguen bajo mínimos.

Las distintas plataformas de comercio electrónico ven aumentar sus pedidos y en algunos casos, como en los cosméticos, han visto incrementar las compras respecto al primer trimestre del año pasado, dado el tirón de compra de cosméticos alrededor del pasado 8 de marzo, día de la mujer.
También el gobierno nacional y provincial están dando estímulos al consumo en la forma de bonos de descuentos, y de reducción de cargas fiscales y de seguridad social para el pago de pensiones. Esto último, con un país envejeciendo rápidamente pondrá más presión en la gestión del sistema nacional de pensiones, pero eso es algo que ya veremos mañana. Hoy toca sobrevivir.

Y si China está así qué será de nosotros en los próximos días o semanas? Todos recibimos estos días informes más o menos agoreros de consultoras y bancos que predicen el futuro pero que no supieron adivinar la crisis que ya tenían encima en los meses pasados. Hay predicciones de todos los gustos, pára la economía, la política, la sociedad.

Yo me quedo con la interpretación de Danni Rodrik, profesor dela escuela de gobierno de la Universidad de Harvard, que dice que a la salida de esta crisis poco habrá cambiado, pues el efecto o el sesgo “afirmativo”, nos hará a cada uno confirmarnos en nuestras ideas previas y prejuicios, y solo servirá para que sigamos ciegos nuestro camino; aquellos que ya tenían un gen nacionalista, verán confirmadas sus tesis de una necesidad de mayor afirmación nacional, los liberales seguirán por un melancólico decaer del mundo liberal, los intervencionistas verán en el Estado la salvación y lucharán por su imposición, y así saldremos de esta crisis más viejos pero menos sabios.

P.S. El 17 de junio de 2020 Danni Rodrik fue galardonado con el premio Princesa de Asturias de ciencias sociales. Juro que no tuve nada que ver con esta concesión.

sábado, 4 de abril de 2020

Aute


Cantón, 5 de abril de 2020.

Los obituarios y las páginas de sucesos, cada vez menos frecuentes, permiten desviar la atención del recurrente virus  que ha envenenado nuestra salud y nuestras noticias.
Ayer, falleció Luis Eduardo Aute, artista de diversas aptitudes, originalmente pintor y cineasta, pero que probablemente en contra de su voluntad se dio a conocer y se recordará como compositor y cantante.
Tenía Aute una forma especial de decir las canciones, con un tono suave y casi coloquial, que daba a sus versos amorosos una inmediatez y una verosimilitud de la que carece en muchas ocasiones este género literario. Se recuerda su canción al alba con un estremecimiento de horror ante la última noche de los últimos fusilados de una dictadura que en 1975 no sabía que estaba muerta. Y compuso esos versos que muchos años después pudieran ser confundidos con una plegaria de amor antes de que llegue el día que será el último, para un amor o para una vida.

Pero lo que más me gustó de Aute fue esa forma de decir y de retratar unos años de alegría, de optimismo, él que unos años mayor ya era una persona adulta al inicio de la transición, y que nos enseñaba cómo era el mundo de los adultos que no se habían anquilosado por las costumbres de un régimen oprimente. Eran canciones de protesta, pero también de cotidianidad, de nuevas situaciones antes no imaginadas en una España pacata e hipócrita. Eran canciones para un tiempo en el que la letanía amorosa se apartaba de la liturgia religiosa irremediablemente, y entraba en un mundo nuevo, de libertad y de decepciones. De desencanto, como muy pronto se llegó a conocer toda esa época en la que tras el estallido de la libertad y de la apertura al mundo, algunos se empezaban a preguntar si era esto todo o nos faltaba algo más.

Conocí brevemente a Aute unos años después, el 19 de mayo de 2001 en La Habana, cuando él ya era una persona de edad y yo era un joven adulto en una posición de responsabilidad. Lo vi en el concierto que dio en el teatro nacional de Cuba, en la sala Avellaneda, ante más de 2.500 personas, y al finalizar el espectáculo fui a saludarle. He de decir que entre el ajetreo, los sudores y el desconcierto que suelen tener los artistas al acabar su función, se mostró amable y paciente. Al presentarme como recién llegado embajador de España a La Habana (llevaba apenas unos días en la ciudad), enviado por el gobierno presidido por José María Azanar, imagino que tuvo una primera impresión de sorpresa al ver a alguien joven y sin el empaque patricio que se espera de un embajador, al menos en ese tiempo. Me dijo,, “Tienes un trabajo muy difícil por delante...” y así fue, comprensivo y seguramente escéptico ante mis nuevas tareas.

Posteriormente le he seguido escuchando, las canciones de siempre, las que nos llevan a nuestra juventud a nuestros inicios amorosos, a nuestros recuerdos, y he de decir que nunca ha fallado, ha sido siempre suave y elegante en su música y en sus intervenciones publicas.
Tal vez todo ello se deba a su extraño origen filipino, de esas Filipinas donde a través de la compañía de tabacos, todavía vivía una relevante colonia española, con muchas familias sobre todo catalanas, que hacían su vida entre oriente y occidente. Es en Filipinas donde nació y pasó la infancia, donde seguramente coincidiría con otro poeta, Jaime Gil de Biedma, que gestionaba los negocios familiares en Manila, y con Fernando Zóbel, de otra familia filipina vinculado a la pintura y al principal movimiento artístico de la España de los cincuenta y sesenta, que terminaría fundando el museo de arte abstracto de Cuenca.
Descanse en paz Aute, muerto por otras causas en los tiempos del coronavirus.

viernes, 3 de abril de 2020

Abril es el mes más cruel


Cantón, 4 de abril de 2020.

Abril es el mes más cruel, escribía TS Eliot al comienzo de su poema la tierra baldía, un largo poema simbolista que inauguraba la poesía del siglo XX tras la Primera Guerra Mundial.
Si en tiempos de Chaucer abril era el mes de las peregrinaciones, de las romerías festivas con el nuevo ciclo de la vida, para Eliot, “abril engendra lilas de la tierra muerta; mezcla recuerdos y anhelos, despierta inertes raíces con lluvias primaverales”, y en 1922, como hoy, es el mes más cruel, que siega vidas y esperanzas cuando la naturaleza despierta.

Han pasado poco más de dos meses desde que se dio la alarma de un misterioso virus engendrado en un mercado de la remota ciudad de Wuhan en China, y ya este virus, primero bautizado como “coronavirus” y después como Covid 19 para quitarle cualquier denominación de origen, (lo que no ocurre con la gripe de 1918 a la que siguen llamando la gripe española), ha colonizado todo el planeta con la rapidez de un correo exprés y la impertinencia de un visitante inesperado.

Hoy en China se celebra el día de los muertos, o mejor dicho, el Qing Ming, o día de la limpieza de las tumbas de los antepasados. En estas fechas, en China se acude a los cementerios a limpiar las tumbas, a adecentarlas para el descanso eterno de quienes nos precedieron, como en la película Volver, de Almodóvar en la que se representa una escena similar antes de nuestro día de difuntos en un cementerio manchego. La Mancha, ese no lugar y por ello ese lugar universal.

Este año el día de los difuntos  en China se convierte en día de luto por los fallecidos por el virus, unas cantidades declaradamente pequeñas para un país tan inmenso, pero que han producido el efecto de parar primero a China y después al mundo entero en un confinamiento que salvo las raras excepciones suecas y suizas, abarca ya a todos los continentes y a todos los países.
En este día del recuerdo han sonado las sirenas a las diez de la mañana y el país ha guardado tres minutos de silencio, se han visitado cementerios y se comienza a ver imágenes de la ciudad de Wuhan que sale de su aislamiento tras poco más de dos meses de cierre total. Quedan muchas preguntas sin respuesta; tal es la rapidez de la expansión de la enfermedad, y sabemos todavía poco sobre sus efectos, sus posibles nuevas oleadas o las mutaciones que puede experimentar este virus mucho más persistente e inteligente que nuestros sistemas de protección.

Mientras tanto, en España, como en otros países, abril comienza como el mes más cruel, el mes que queremos ya que pase, que desaparezca como un mal sueño y que nos permita retornar a esa abúlica realidad que hace unas semanas todavía nos incordiaba con pequeños contratiempos y que ahora, en esta primavera estrenada con desgana nos aparecen como benditos inconvenientes que queremos experimentar de nuevo.

jueves, 2 de abril de 2020

Esos suecos


Cantón, 3 de abril de 2020.

Dos tercios de la humanidad está confinada en sus casas. Toda Europa se ha encerrado para evitar el contagio del Covid19. ¿Toda Europa?. No toda no. Hay una aldea de irreductibles nórdicos que a día de hoy sigue saliendo a la calle, tomando el sol en las terrazas y haciendo una vida casi normal en medio del pandemonium. Esta aldea se llama Suecia, y a pesar de advertencias y de negros presagios, su gobierno ha decidido mantener un estilo de vida casi normal para hacer frente a la crisis del coronavirus.

No se puede decir que en este caso estemos como en muchas ocasiones en el seno de la UE ante un ejemplo de solidaridad nórdica o de nórdico excepcionalismo, pues sus compinches del grupo nórdico, Noruega, Dinamarca, Finlandia en esta ocasión les han dejado solos y han acatado las leyes del confinamiento más o menos severo. Pero es que Suecia es el más nórdico entre los nórdicos, el más orgulloso de todos ellos, el mejor alumno cuyos registros rozan más la prepotencia que la ejemplaridad.

Así Suecia, dirigida por su primer ministro y con un jefe del servicio de salud al frente llamado Tegnell, están haciendo frente a la epidemia con un estilo totalmente distinto al del resto del mundo, permitiendo la actividad económica, permitiendo la socialización en grupos de menos de cincuenta personas (insuficientes para una manifestación por cualquiera de las causas que comparten con buena parte de la izquierda mundial), pero suficientes para que en cualquiera de los países sometidos a confinamiento nos parezcan ya una multitud.

Las razones que dan es que es mejor dejar que la enfermedad vaya avanzando lentamente e ir poniendo remedio paulatinamente a los problemas a medida que se presentan, y que entre tanto van ganando inmunidad y van preparando el terreno para otras fases de la crisis. Esta idea no tan original, pues de algún modo estaba en los planteamientos iniciales del Reino Unido y de Estados Unidos, se basa según Tegnell en proyecciones y modelos matemáticos de sus propios institutos de salud pública  aplicados a un territorio y a una población como la sueca, de características diferentes de otros grandes países.

Sostiene Tegnell que la dispersión de la población por el territorio, la ausencia de grandes núcleos de población, la abundancia de hogares donde vive una sola persona o una pareja a lo máximo, la falta de relaciones familiares tan estrechas como en el sur de Europa y en definitiva la confianza de los suecos en su gobierno e instituciones, hace que las normas no deban ser impuestas y cada uno cumpla con ejemplaridad cívica con su obligación y responsabilidad.
Nadie sabe a ciencia cierta lo que resultará de todo esto. Si finalmente los contagios y muertes en Suecia son similares o menores a las de sus vecinos nórdicos con quienes se puede hacer una comparación, resultará un modelo exitoso y menos traumático, pero si no es así, y la progresión de la muerte por Covid 19 es superior, habrá la sensación de que las autoridades han estado jugando a la ruleta rusa con sus ciudadanos.

Pero todo esto se puede hacer en Suecia donde el debate, aun en estas circunstancias es sosegado, donde gobierna una coalición de centro izquierda que cuenta con el beneficio de la duda y que tiene un discurso compasivo sin enfrentarse a las agrias críticas de la “inteligencia” liberal, como les ocurrió a Trump y a Johnson, zafios ellos e íganaros. Con este colchón y con un gran arrojo vemos cómo las cifras de contagios en Suecia van subiendo, mientras los jóvenes salen a las calles y a los parques y disfrutan de un mes de abril que fuera de Suecia parece gris y tenebroso.

miércoles, 1 de abril de 2020

La segunda ola


2 de abril de 2020.

Los cruceros nocturnos han vuelto al río de la Perla, y la tranquilidad de las aguas, que durante los meses de la cuarentena han estado calmadas e inusualmente bajas, vuelven a iluminarse con el reflejo de esas luces que tanto gustan en China y que dan vida al río nocturno.

A medida que se van abriendo negocios y atracciones, se van cerrando fronteras y se van limitando los movimientos de los extranjeros para evitar la temida segunda ola de la infección. Tras unas semanas de tranquilidad y de relajamiento de las medidas de confinamiento, que han terminado con la apertura de la ciudad de Wuhan, el incremento de nuevos casos venidos del exterior ha alertado a las autoridades chinas de que la pesadilla no ha quedado definitivamente atrás.

A lo largo de la semana pasada se fueron reduciendo el número de vuelos desde el exterior, se fueron ampliando las medidas de control a todas las personas provenientes de los países afectados por el virus en un primer momento, para llegar finalmente a prohibir la entrada de extranjeros.
En este momento se desaconseja la vuelta de diplomáticos acreditados en China que tuvieran previsto volver, y si lo hacen serán sometidos a una cuarentena más vigilada que las impuestas hasta ahora. En fin, un periodo de excepción que durará al menos hasta mediados de mayo.

No hay tregua en el avance de este virus, inicialmente risible y despreciado, con su origen en esas exóticas costumbres gastronómicas consistentes en valorar más lo extraño, lo raro que lo nutritivo, y que perduran todavía en muchos lugares de este país a través de los mercados de animales salvajes.

Después de ignorar todas las alarmas, de despreciar los hechos y de perder un tiempo precioso, la enfermedad está atacando a los países desarrollados, con Europa y Estados Unidos como los lugares más afectados en este momento, y quién sabe en qué estadio está la enfermedad en esos otros países donde las noticias no fluyen con naturalidad y donde la capacidad de conocimiento es menor. El hecho es que hoy nos encontramos con una buena parte de la humanidad encerrada, con la economía mundial parada, con una lucha por los materiales médicos básicos en todas las partes del mundo, con puentes aéreos que tratan de paliar las deficiencias de tantos países, con desconcierto y con temor ante algo que hasta hace unos días ignoramos en nuestra ignorancia.

Resulta que según informes del Banco Mundial, había tres amenazas persistentes para la economía mundial a lo largo de todos estos años; Una nueva crisis financiera, la amenaza de una crisis climática, y la posibilidad de una pandemia. Nosotros, encandilados por los titulares y por las tendencias mundiales miramos persistentemente a las dos primeras amenazas e ignoramos consistentemente la tercera, que es la que nos está matando. 

La vuelta de los barcos al río, la apertura de los restaurantes, una cierta calma en el ambiente dan un respiro a la angustia del encierro, pero no permiten bajar la guardia ante la posibilidad de una segunda ola.