Translate

Seguidores

martes, 8 de noviembre de 2011

El último guerrilero

Rodeado de selva por todos los lados; dos perros que ladran, que se inquietan con olores extraños que traen por el aire la amenaza de la muerte, sin botas, sin anteojos, sin la barba que le acompañó durante cuarenta años, Alfonso Cano, el último líder del as Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia pasa sus últimas horas antes de caer abatido (dado de baja se dice en el argot militar) por esos soldados a los que juró derrotar.
Se suma así a las muertes de sus otros compañeros en circunstancias semejantes, el Mono Jojoy hace apenas un año, Raúl Reyes tres años atrás en territorio ecuatoriano. Todos con sus atuendos de guerrilleros, con la humedad y el olor de la transpiración de meses de huida, y finalmente lo que parecía una partida en tablas, o lo que algunos vaticinaban como la ineluctable victoria de de la guerrilla más longeva de América, se va diluyendo en las penosas historias de unos líderes tan mezquinos como humanos.
Hubo un tiempo no muy lejano en el que se abogaba por la negociación, en el que parecía que la solución a esta pesadilla debía consistir en conceder a los guerrilleros algunas de sus demandas, en el que la violencia y el terror tuvieran un precio y una recompensa por dejar de aterrorizar a la mayoría. No importaban los años de sufrimiento, la violencia que desató nueva violencia, los presos en la selva por años en condiciones mucho peores de las que vivían sus captores. No importaba la sinrazón de los argumentos ni la anticuada ideología que proponían. Lo importante era el diálogo, la negociación, el reconocimiento de las partes.
Aquí muchos de buena fe y otros con intnciones distintas apoyaron con esas interminables propuestas facilitadoras, con todo tipo de apaciguamiento y de reconocimiento. He de confesar que incluso yo en mi pequeña historia recibí a una delegación presidida por Raúl Reyes en Madrid en uno de esos intentos de mediación, antes de que fuera a ver una corrida de toros junto con los representantes de ese Gobierno a quien combatían sin cesar, incluso un amigo llamaba un conductor oficial "Tirofijo"(Manuel Marulanda) en referencia a su incapacidad por salirse de la dirección trazada.  Al final, decepción, engaño, impostura, y vuelta a las andadas.
La consistencia, la fortaleza y la perseverancia en hacer del país un país normal, con oportunidades, con juego democrático, con firmeza ha hecho el resto. La partida de ajedrez no estaba en tablas. La guerrilla, aun con el apoyo del dinero de la coca era vulnerable, y un país que quiere prosperar, que tiene los recursos y la voluntad puede ser un país normal, con sus carencias y con sus tareas por cumplir, pero sin la amenaza irracional del terror.
Así, hoy el reconfortante ver la prosperidad de Colombia y de Perú, dos países que en algún momento parecieron condenados a desaparecer o a claudicar ante la fuerza del odio y del terror. Por ello, la imagen perdida de un comandante que ya no manda, de la traición entre guerrilleros, del temor y de la cobardía de los últimos momentos mientras luchan por su vida, es la imagen del fin de una locura que convenció a unos pocos pero que tuvo muchos voluntariosos colaboradores.

No hay comentarios:

Publicar un comentario