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lunes, 10 de febrero de 2020

Gistau

Cantón, 8 de febrero de 2020.

Inmerso como estoy en la búsqueda de la paz interior y del Zen oriental, trato de no dejar mi espíritu perturbar por noticias lejanas, por dañinas que sean ni por la irremediable cursilería de nuestro momento nacional. Pero no puedo dejar de conmoverme con la noticia con la que abren las noticias de los periódicos españoles hoy. Ha muerto David Gistau. Llevaba semanas preguntándome por qué no publicaban sus columnas en el Mundo. Pensé tal vez consolándome que se trataba de alguna de sus peleas épicas que le había alejado de sus jefes, pero el silencio se hacía pesado y llegué a sospechar que algo ocurría con Gistau. Hoy, el presentimiento se ha hecho realidad y nos trae la noticia de la muerte de un periodista con aspecto de hipster y alma de director de cine clásico. De ese cine en blanco y negro en el que los periodistas y los boxeadores se unían en un trago melancólico frente al mundo. Descanse en paz, David, con ese apellido altoaragonés, que algo debía aportar a su bonhomía.
Y entre tanto, aquí hemos comenzado la operación retorno de las vacaciones. De un modo astuto, las autoridades han autorizado la vuelta al trabajo, ma non Troppo, es decir, se permite flexibilidad en la vuelta a las obligaciones con el fin de evitar las aglomeraciones y para poder ir probando las aguas
Y ver si el avance de la enfermedad se acelera tras la vuelta a casa o podemos decir que lo peor ha pasado y que ahora quedan los coletazos de este mal sueño.

En previsión de la nueva situación se han multiplicado los controles de temperatura. Es imposible salir hoy a la calle sin pasar al menos dos veces por el control de esos termómetros que te apuntan directamente a la cabeza para declararte libre o condenado a una cuarentena temida por todos.
En los edificios de oficinas las medidas también se han extremado. Los horarios de inicio del trabajo se han estipulado por turno según las plantas en las que estén las oficinas. Los controles de temperatura han aumentado y se ha limitado a diez personas el uso de los ascensores. Ahora se ve a muchos haciéndose los distraídos cuando llega el ascensor a tu planta con la esperanza de que si dejan pasar este ascensor, en el próximo viaje podrá ir solos sin esa molesta compañía enmascarada.

Y cuando te toca viajar con otra compañía en el ascensor, ves cómo se van ocupando las esquinas, cada uno mirando a un punto cardinal, para evitar tener contacto visual, que a pesar de las mascarillas podría degenerar en una infección. Todo va cambiando hacia un mundo más higiénico, menos promiscuo. Y ya se nota que ese temido carraspeo de la garganta que en las calles chinas es el preámbulo de un sonoro escupitajo sobre el asfalto, se va haciendo menos común. Seguramente saldremos de esta con bien, y con un poco más de educación cívica.

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