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lunes, 3 de febrero de 2020

Antropología


Cantón, 3 de febrero de 2020.

A pesar del cielo nublado, el aire es hoy más limpio, más transparente. Las dos semanas de parón de fábricas y circulación de vehículos se han llevado las partículas que contaminan el aire y dejan ver con mayor nitidez los perfiles de la ciudad. Bajo a desayunar al comedor de la residencia para ver cómo va cambiando el ambiente de los habitantes de este reducto occidental en el centro de la ciudad.

La salida de los funcionarios no imprescindibles del consulado norteamericano y de sus familias han dejado un vacío entre los habituales de este desayuno. Ya no hay niños acompañados de sus niñeras con quienes practicaban el chino desde la infancia. Solo tres o cuatro extranjeros extraviados en la mañana. Entre ellos dos futbolistas brasileños del equipo Fu Li, el segundo equipo de la ciudad, que esperan incrédulos el reinicio del campeonato.

Es difícil conocer cómo funciona una sociedad tan alejada de nosotros cultural y lingüísticamente como la china. Nuestro conocimiento viene casi siempre a través de intermediarios, de chinos cosmopolitas que o bien hablan inglés o que tienen un interés especial por el mundo exterior y que se prestan voluntariamente a charlar y a intercambiar sus puntos de vista con los occidentales. Pero estos días el intercambio socio cultural se vuelve más difícil Se han suprimido las reuniones y los encuentros de cualquier tipo. Los chinos se han refugiado en sus casas y apena salen, y los centros de trabajo cerrados o atendidos por personal extranjero ya no ofrecen la oportunidad de intercambiar opiniones.
A pesar de ello, hay algunos hechos que se pueden apreciar en medio de esta Crisis sanitaria:

En primer lugar la afición de los chinos a comer animales salvajes, que parecen estar en el origen del foco de esta epidemia. Cualquier guía turística del sur de China dice en tono jocoso que los cantoneses comen todo lo que tiene cuatro patas excepto las mesas, todo lo que vuela menos los aviones y todo lo que nada menos los barcos. Algo de eso hay en la variada gastronomía cantonesa, pero hay algo más. En el mercado de Wuhan origen del corona virus vendían todo tipo de animales salvajes vivos o semivivos, sin garantías sanitarias y con un gusto dudoso. Ésta parece ser una de las características de los chinos, un atávico deseo de comer especies exóticas y salvajes, que según dicen viene de los tiempos de las hambrunas en las que cualquier cosa servía de alimento. Y esa etapa ha dejado una huella en muchos chinos que no pueden olvidar. Ahora, finalmente, el Gobierno ha prohibido todo tipo de comercio de animales salvajes y es previsible que en cuanto pase la emergencia se desate una cruzada contra todo este tipo de mercados abundantes en China.

En segundo lugar, se aprecia que los chinos cumplen a rajatabla las instrucciones del Gobierno en esta cuarentena voluntaria a la que se ha sometido a un país de 1.400 millones de personas. Los extranjeros, tal vez confiados en la estadística, consideramos que a pesar del número creciente de casos, entre una población tan numerosa es más fácil ganar la lotería que caer enfermo. 
No piensan así los chinos, por un lado por temor a la enfermedad. están acostumbrados a llevar mascarilla durante muchas épocas del año, y ahora la mascarilla y la toma de temperatura les parece algo normal. Por otro lado está el respeto a la autoridad. La televisión, las redes sociales y los teléfonos móviles no paran de dar instrucciones para que la gente se quede en casa y mantenga la cuarentena. Y donde no llega el temor o el respeto, llega el “partido”. 
A una joven conocida nacida en Wuhan, le vinieron a ver sus familiares para el año nuevo chino antes de que estallara la crisis. Fueron a pasar la fiesta a una casa fuera de la ciudad de Cantón y al llegar se encontraron con el comité del partido que les invitó a guardar una escrupulosa cuarentena en ese lugar de vacaciones bajo la atenta vigilancia de los vecinos.

En tercer lugar, el tráfico en la ciudad, o en las ciudades, pues ocurre lo mismo en toda China se ha reducido al mínimo. Solo circulan las motos de los repartidores de comida que llevan los productos a las casas, pues quien puede hacerlo, evita salir a la calle incluso para hacer la compra, y como está prohibida la entrada a los edificios a cualquiera ajeno a la comunidad, tienen que dejar sus paquetes en la entrada, donde se han instalado unos estantes que recuerdan a los viejos taburetes donde se alzaba el guardia de la circulación en cualquier rotonda y donde los conductores depositaban sus regalos de navidad a los pies del imponente guardia de la circulación.

Pronto llevaremos 14 días de cuarentena y esperemos que las medidas surtan efecto y los números de enfermos desciendan. Entre tanto, los chinos en las casas consumen cantidades ingentes de datos a través de sus teléfonos móviles y la vida familiar se va convirtiendo en un pequeño infierno según me relatan algunos extranjeros casados con locales, y que conviven con toda la familia en un pequeño piso. No es de extrañar que la mayoría de ellos haya decidido salir de país, esos sí al estilo chino, con los suegros incorporados.

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