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lunes, 2 de marzo de 2020

Tempus fugit


Cantón, 3 de marzo de 2020.


El tiempo pasará y el recuerdo de estos días en la época de la peste permanecerán y volverán.
El tiempo y el  paso del tiempo están en la esencia de la existencia. Ya nos imaginemos un tiempo absoluto, ideal, eterno, como marca la tradición desde Platón a San Agustín o al propio Newton, que dota a al tiempo de la base científica necesaria, como si nos inclinamos por esa concepción más racional y moderna de la filosofía y del tiempo, que parte de Aristóteles y llega hasta Einstein, de un tiempo en relación, ya sea con el movimiento, ya con la sustancia de los cuerpos, ya, como predica Einstein con la posición del observador.
Y así, la medida del tiempo varía, y su incesante reclamo se dobla y se repite en los diversos universos. Borges tenía varias teorías del tiempo, como casi todo, desde el tiempo circular de los heresiarcas de oriente, a una idea del tiempo múltiple, en diversas realidades que se superponen y de las que no podemos conocer todos los detalles, como hace en le jardín de los senderos que se bifurcan.

Pero el tiempo, irremediable y subjetivo toma nuevo impulso con Bergson y su concepción como “duración”, un tiempo vinculado a la memoria y al ser. Un tiempo que nos cambia y que nos esculpe instante a instante. No en vano cambiamos todas las células de nuestro cuerpo, excepto las neuronas, cada 15 años. En consecuencia, si he cambiado a lo largo de mi vida todas mis células en cuatro ocasiones, quién soy?. Qué queda de lo que fui?, cómo preserva la memoria los despojos mis vidas anteriores? Son fiables los datos de la memoria que se acumulan de modo incierto en el hipocampo donde se acumulan los recuerdos de las experiencias pasadas?

Si Heráclito dijo que no podemos bañarnos dos veces en el mismo río porque las aguas se renuevan constantemente, tampoco podremos hacerlo al no ser ya nosotros los mismos que se bañaron la primera vez. Hemos conocido, hemos hablado, hemos experimentado y hemos cambiado en todo este tiempo y sin embargo seguimos pretendiendo que tenemos un yo inmutable, algo que nos acompaña desde la cuna y que nos hacer ser quienes somos, a pesar de tanta evidencia en contrario.

Lo mejor será volver a los clásicos, a Quevedo, ese simpático misántropo que tan certeramente acuñó la lengua castellana.

“...Ayer se fue; mañana no ha llegado;
hoy se está yendo sin parar un punto;
Soy un fue, un será y un es cansado...”

Y entre tanto el yo que comenzó este texto ha cambiado y el tiempo ha pasado y ya es un fue y cuando tú lo leas, será pasado o porvenir.
Y todo para decir que cuatro veces quince dan sesenta y que ese es el tamaño de mi esperanza.

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