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miércoles, 18 de marzo de 2020

Optimismo metafísico


Cantón, 19 de marzo de 2020.

Decíamos ayer... que el exceso de confianza, la soberbia o el optimismo infundado pueden dar lugar a resultados catastróficos en la gestión de una empresa, de una vida o de un país. Pero esto se refiere al optimismo como rasgo de la personalidad, al parecer anclado en la corteza cingulada anterior del cerebro, ese lugar de transición entre los elementos primitivos del cerebro que compartimos con otros mamíferos y la corteza frontal que nos hace diferentes e incluso en algunos casos racionales.

Hoy hablo del optimismo metafísico, como lo expresó Leibniz en su sistema filosófico en el siglo XVII. Se encontraba Leibniz en una Europa desgarrada por los conflictos religiosos, por las guerras entre los territorios que luego de Westfalia dieron lugar al concierto de naciones europeas, en las que en lugar del concierto predominaba la desconfianza y la agresión. 
En este contexto y partiendo de la filosofía racional de Descartes y del empirismo de Locke, Leibniz da un paso más hacia la “armonía de las mónadas”. Es decir de las múltiples almas que conforman el mundo y que solas no son nada.

Para Leibniz esta armonía debía llevar a un concierto mundial en el que predominara la colaboración para hacer un mundo mejor. Y esto no es por necesidad, sino por la propia esencia del mundo creado por Dios. Pues bien, si Dios tiene todos los atributos, como se aseguraba en la Europa del siglo XVII, y si entre sus atributos está el conocimiento, Dios tiene que conocer todos los mundos posibles. Y de todos esos mundos, por su propia naturaleza divina y bondadosa, solo pudo elegir el mejor mundo posible. De ahí que Leibniz nos trate de convencer de que vivimos en “el mejor de los mundos posibles”, después de haber descartado el resto. Éste es el principio del optimismo metafísico.

Optimismo metafísico que nos viene muy bien en los tiempos del cólera. Cuando cada uno mira por su lado, cuando en el fondo de nuestra alma luchan los principios de empatía y de solidaridad con el más profundo egoísmo y el afán de vénganza. Cuando la Europa del concierto de naciones que habíamos construido en el siglo XX parece haber dado la espalda a la realidad. absorta en su precioso mecanismo de relojería para uso exclusivo desde Bruselas. Cuando los tiempos malos nos han llegado a nosotros y nos vemos en la posición mendicante en la que tantas veces hemos visto a otros pueblos a los que hemos ido a socorrer en tiempos de tragedias.

Un poco de optimismo no nos vendría mal. Pensar que a pesar de los pesares, éste es el mejor mundo posible. No ya porque nosotros lo hayamos moldeado así, sino porque alguien, con un conocimiento absoluto ha podido observar por nosotros todas las alternativas y ha visto que ésta es sin duda la mejor. Que podemos seguir construyendo nuestro futuro sobre este mundo que no tiene alternativa y en el que podremos seguir desarrollando nuestras ilusiones y mezquindades.

De momento ya hay algún efecto positivo en tiempos de crisis para convencernos con Leibniz de que debemos ser optimistas en el sentido filosófico. Tras arduas deliberaciones, y con gran pesar de corazón, la asociación de radiotelevisión europea, ha decidido cancelar el festival de Eurovisión de este año. ¿Veis cómo este es el mejor mundo posible?.

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