Cantón, 17 de marzo de 2020.
Las decisiones tomadas por los distintos gobiernos en los últimos días han venido marcadas tanto por los sesgos cognitivos como por el ruido del entorno, y como podemos comprobar tras unas semanas dentro de la crisis del corona virus, las decisiones tomadas difícilmente podrían ser más equivocadas. Desde la comparación del coronavirus a una gripe, a las estadísticas comparadas de muertes por otras causas, desde caídas de las escaleras a accidentes domésticos. Esta infravaloración del riesgo se ha reproducido por todo el mundo, afirmando una serie de tomas de decisiones tintadas de la más estrábica hemiplejia de la realidad. Nadie ha sabido alertar con suficiente fuerza o con suficiente persuasión de los daños que nos acechaban por el descuido o por la negligencia en la preparación de escenarios.
Esto sucede a pesar del bombardeo de noticias sobre el coronavirus desde finales de enero en todos los medios de comunicación, pero no hay peor ciego que el que no quiere ver. Los datos estaban delante de nosotros, el estilo de vida que nos gusta llevar es incompatible con la prudencia higiénica, y la arrogancia de nuestro mundo desarrollado nos ha precipitado a todos al fondo de la crisis.
Decía Kahneman hace unos años, que si tuviera una varita mágica, lo primero que haría desaparecer del mundo es el “exceso de confianza”. Esa actitud temeraria buena para los emprendedores, para los artistas o para los políticos, que descansa en una visión optimista del mundo y que lleva a despreciar el riesgo y el peligro. Este optimismo y este valor hace avanzar a la sociedad, sin duda, el riesgo nos ha dado las obras maestras del arte y ha permitido triunfar a los negocios más inverosímiles, pero ese optimismo indocumentado o irresponsable puede llevar también a decisiones calamitosas para la mayoría de la población.
Con optimismo, con autosuficiencia podemos pensarnos invulnerables al fracaso o al dolor, pero esto que puede ser una opción personal arriesgada y más o menos equivocada, en el plano político puede causar estragos. La decisión de seguir adelante con manifestaciones deportivas masivas cuando hay una alerta alta de contagio puede entrar dentro del sesgo “pane et circenses”. El empeño en celebrar una elecciones locales a pesar de toda evidencia de contagio sería un sesgo de superioridad democrática, la convocatoria de una manifestación masiva por el día de la mujer cuando la curva de crecimiento de la infección pasaba de una progresión aritmética a otra geométrica no se puede deber más que a un sesgo ideológico acérrimo. Y con tanto sesgo y tan poca visión, preferimos ver solo con un ojo y cerrar el otro tentando a la suerte.
Pero si a los sesgos que llevamos incorporados en nuestro pensamiento añadimos el ruido ambiente, si vemos que en los primeros días no ocurre nada, que el afán celebratorio de fiestas, eventos deportivos, vacaciones está en el ambiente, si a la hora de tomar decisiones este ruido azaroso y aleatorio nos va permeando hasta hacernos insensibles a los datos de la realidad, el cóctel está servido para el fracaso.
Dice Kahneman que “la inclinación natural a exagerar nuestros talentos se complica en mayor grado con la tendencia a percibir de manera errónea las causas de los acontecimientos. El patrón típico de estos errores de atribución consiste en asignarse el mérito de los resultados positivos y arrogar los negativos a factores externos.”
Por eso no es de extrañar que el mejor amigo del hombre no sea el perro, sino el chivo. El chivo expiatorio.
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