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lunes, 9 de marzo de 2020

La felicidad ja, ja, ja, ja


Cantón, 9 de marzo de 2020.

Jared Diamond popularizó hace unos años el denominado “principio de Anna Karenina”, según el cual una deficiencia en cualquiera de los elementos necesarios para el desarrollo de un proyecto hace que el proyecto entero  fracase. Aplicado esto a la teoría de la evolución resulta que solo hay una forma de que las cosas salgan bien y de llegar a convertirnos en la especie elegida. Esta sugerente denominación viene del comienzo de la novela Anna Karenina, cuyo inicio es también principio, “Todas las familias felices se parecen unas a otras; pero cada familia infeliz tiene un motivo especial para sentirse desgraciada.”

Esta amplia posibilidad de terminar en un fracaso cuando cualquiera de los elementos necesarios para su consecución falla, nos lleva a las mil formas de afrontar esta epidemia, que ya va camino de pandemia, en la que cada cual aplica su manual, pero por ahora solo hay uno que ciertamente parece que está funcionando.

No sé si la felicidad se habrá conseguido en China por este tortuoso camino de enclaustramiento y de sacrificio, pero se puede ver ya, cómo la gente comienza a besarse sin temor al contagio del virus, como en esta foto de una pareja tomada durante un paseo dominical en la isla de Shamian, en Cantón.
Hay muchas formas de ver las cosas, y como casi siempre, nuestra visión coincide de modo sorprendentemente fiel con nuestra ideología. La apertura o cierre de fronteras, el mayor o menor control de la población, la mayor o menor rigidez en la aplicación de la ley se verán siempre tamizadas por la visión del mundo que tenemos.

Una de las ideas que me ronda la cabeza desde el comienzo de la crisis es la de si este aldabonazo a la confianza mundial no traerá consecuencias duraderas en la forma de producir y de comerciar, y cómo se podrá mantener la confianza en el futuro en este mundo de consumo cuando un enemigo microscópico es capaz de poner en duda el gigantesco movimiento de la globalización.

Una de las apuestas que siempre aparecen en este contexto, vinculadas a la manoseada idea de la “sostenibilidad”, es la del decrecimiento feliz. Es decir vivir con menos para ser más felices. Se ha producido abundante literatura al respecto, tanto desde movimientos ecologistas y alternativos como desde la “academia económica” de Estados Unidos y Europa. Sería ahora un buen momento para iniciar esta senda de vivir con menos, de rechazar que el crecimiento sea el cimiento de la prosperidad, y ya hay en Italia un movimiento con este nombre, “La decrescita felice “, que parece ser la denominación original del término, traducida con mayor o menor acierto al inglés “degrowth “ o “decroissance “ en Francés. Pero me quedo con el término italiano, que suaviza el dolor de perder unos puntos de crecimiento del PIB con la promesa inicial de la felicidad.
Podemos caer en esa tentación, en esa suficiencia feliz, pero me temo que aquí no están por la labor. Los chinos no paran, siguen trabajando desde casa o acudiendo a las oficinas reabiertas. Compran y venden y aprovechan este parón para ir imaginando la economía del futuro que para ellos pasa por el crecimiento, así que al menos en esta parte del mundo parece que la felicidad seguirá unida al crecimiento económico a pesar del corona virus
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Ah... y ayer por la mañana, al salir de casa vi la mejor forma que tienen en mi barrio de celebrar el día internacional de la mujer. Al pasar por delante de la puerta del garaje, un Ferrari rojo me detuvo con el rugido de su motor, conducido con una de mis elegantes vecinas chinas.

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