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sábado, 18 de abril de 2020

Trozos de realidad


Cantón, 19 de abril de 2020.

Me llega la noticia de la muerte por coronavirus de una persona a quien conocía. No se puede decir que fuéramos amigos, pero tuvimos un trato relativamente frecuente a lo largo de los años. Y me vuelve a la memoria con nitidez el momento en que nos conocimos hace más de treinta años. Me sorprende el recuerdo, porque como dije, no llegué a tener una amistad con esta persona, ni tampoco recuerdo que me dejara una impresión especialmente exaltante en nuestros encuentros posteriores, ni en nuestras vidas. Sería una de tantas personas a quienes conoces a lo largo del tiempo y que difícilmente vuelven a tus recuerdos si no es porque vuelves a coincidir en algún lugar y en algún momento.

Me ocurre con cierta frecuencia, e imagino que le ocurre a muchas otras personas, que me vengan a la mente en momentos de calma, recuerdos que creía olvidados, con nitidez de detalles y con personas a quienes apenas he vuelto a ver y que no me dejaron una huella emocional especialmente profunda en el momento de conocerlas. Otras veces los recuerdos son todavía más aleatorios; la posición que ocupaba en el asiento de detrás del coche durante un viaje familiar determinado, sin que ocurriera nada relevante en el mismo, la conversación intrascendente con un compañero de colegio, de vuelta a casa, sin que haya vuelto a ver a esta persona en más de cuarenta años y sin que tuviera nunca un papel en mi vida. Otras veces son recuerdos más cercanos, pero que se hacen presentes con precisión y sin ninguna finalidad aparente. Todo esto conspira contra la limitada capacidad de nuestro cerebro y contra la picardía de nuestro sistema de pensamiento, que busca siempre los caminos más cortos para actuar y consumir así menos energía en nuestras actividades diarias.

Definitivamente, la memoria declarativa, aquella de la que somos en cierto modo conscientes, es casi siempre una memoria biográfica. Es la memoria de lo que creemos que hemos sido y de lo que pretendemos ser. Por eso vamos construyendo nuestra vida con retazos de realidad vivida. Recuerdos que nos parecen realidad, que tal vez nunca fueron como creemos imaginar, pero que nos reafirman en nuestro ser, en lo que decimos ser, en lo que creemos ser.
Todo esto me ocurría antes de la pandemia, y ahora durante ella. La memoria, en cuanto se deja libre escapa de los recovecos del cerebro para hacerse consciente en lo único que es real, el momento presente, En tanto, pretendemos perdurar en el tiempo y en la memoria de los otros.
Lo señaló Borges en la estrofa final de su poema “inscripción ante cualquier sepulcro”

“Ciegamente reclama duración el alma arbitraria 
cuando la tiene asegurada en vidas ajenas, 
cuando tú mismo eres el espejo y la réplica 
de quienes no alcanzaron tu tiempo 
y otros serán (y son) tu inmortalidad en la tierra”

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