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domingo, 26 de abril de 2020

Creencias


Cantón, 27 de abril de 2020.

Decía Ortega y Gasset que vivimos en nuestras creencias, que son algo distinto de las ideas, de los sentimientos, de las voliciones. Las creencias son nuestra forma de estar en el mundo, lo que refleja nuestro ser más profundo, pero en su ensayo sobre ideas y creencias, no logra Ortega perfilar más esta intuición de las creencias, su origen biológico o social, su capacidad de transformar nuestro pensamiento y de hacerlo original o gregario. Lo que aporta Ortega es que entre las creencias puede encontrarse la duda, y es la duda lo que permite entrever una grieta en nuestras creencias donde aplicar el pensamiento, la inteligencia para adoptar un pensamiento original y más comprensivo de la realidad.

Muerto Ortega, y apenas leída su filosofía, en el mundo del tweet, de las consignas y del maniqueísmo más rampante, vemos cómo las creencias no solo no se diluyen o se hacen pensamiento racional, sino que se fortalecen y arraigan con mayor fuerza en los tiempos del coronavirus.

Trato de aislarme del mundo de los chats tendenciosos, de las informaciones de barricada, de todos estos textos e imágenes que proliferan en las redes hechos solo para re confirmar nuestros prejuicios, mas a pesar de no ver televisiones ni escuchar emisoras de radio. A pesar de limitarme a leer los periódicos en diagonal, no puedo escapar a determinados comentarios, o mensajes que llegan en estos días de parálisis por todos los medios. Y sin sorpresa puedo apreciar que en esta Crisis las creencias se refuerzan día a día en el corazón de las personas. No conozco a nadie que haya cambiado su opinión, propia o gregaria, a lo largo de la terrible prueba del confinamiento. Leo que quienes creían firmemente en un mundo gobernado por instancias multilaterales, aunque se hayan mostrado lentas e ineficientes, piden ahora más multilateralismo, para que no vuelva a fallar. Quienes pensaban que todo esto nos pasa por un exceso de cosmopolitismo, piden volver a cerrar las fronteras y aprovechar este parón para que cada uno se quede en su casa. Quienes apoyaban al gobierno se enrabietan si alguien lo critica, y es entrañable ver cómo opinadores fieros y críticos en otras circunstancias, cierran filas con sus conmilitones y conllevan este confinamiento con una sonrisa bobalicona y con frases y consignas de una resistencia bucólica. Quienes por el contrario denostaban al gobierno, proclaman que ya no aguantan más, lanzan jeremiadas, y aunque no les falte razón en la crítica, se deslizan por la peligrosa pendiente del “schadenfreude”, la expresión alemana que equivale a  alegrarse del mal ajeno, cuando ya nada nos va a ser ajeno.

El mundo está desconcertado, las páginas de los diarios internacionales oscilan entre una morbosa estadística de contagios nacionales y algunas gotas de geopolítica, que van desde la necesidad de un concierto de naciones renovado y sobre la base de la “paz perpetua” de Kant, a las más verosímiles y catastrófistas previsiones de conflicto entre líderes que no dan la talla, o que la dan en demasía, con ideas de bombero para cada situación.
Vivimos en nuestras creencias y en tiempos de incertidumbre, lo peor que nos puede pasar es que profundizando en nuestros errores abandonemos definitivamente la duda y el pensamiento.

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