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martes, 14 de abril de 2020

No soy un virus


15 de abril de 2020.

Esta pandemia viajera ha tenido episodios similares en todo el mundo, con un desfase de apenas un mes. Primero fue la estampida desde China al resto del mundo en el inicio de la Crisis, cuando se cerró la ciudad de Wuhan y durante más de un mes personas procedentes de China viajaron por todo el mundo para aprovechar las vacaciones de fin de año en un 2020 que se anunciaba turbulento, o para huir del peligro que amenazaba el país tras las drásticas medidas adoptadas por el gobierno chino, ya se sabe, “cosas de chinos”.

Con la epidemia expandiéndose por el mundo, el desconocimiento y los prejuicios extendieron por muchos países una serie de actos discriminatorios frente a personas de origen asiático, que se difundieron mediante chistes, bromas, memes de whatssap, y actitudes individuales en lugares públicos y privados, llegando a prohibirse la entrada en determinados lugares a personas por su origen racial, aunque eso nunca se dijera explícitamente.

En respuesta a estas actitudes las comunidades chinas en Europa lanzaron una campaña denominada “No soy un virus” que fue secundada por organizaciones no gubernamentales y por gobiernos de los principales países europeos. Así, junto con actos de racismo y de discriminación frente a personas de rasgos asiáticos, se dieron también muestras de solidaridad y de apoyo público a estas comunidades.
Esto se hizo como siempre en la Europa bienpensante y buenista, sin pensar en poner en práctica medidas de control o de prevención para conocer mejor el viaje de la enfermedad sin necesidad de caer en prácticas racistas.

Pocas semanas después el virus estaba ya en Europa, primero Italia, después España, y posteriormente en todo el continente y más tarde en todo el mundo. El virus había viajado. Las personas no son un “virus”, pero son portadoras de millones de virus, y en el descontrol de los primeros días, ya tenemos una epidemia convertida en pandemia.

Mientras el mundo se infectaba en una progresión geométrica, que como todo tipo de acontecimientos que implican grandes cifras, nos es casi imposible imaginar, por no decir descifrar, muchas personas comenzaron a pensar en regresar a China, donde la primera ola del virus había sido ya superada y con una mezcla de medidas sanitarias de emergencia y de control social se había conseguido que en apenas dos meses el país fuera retomando la normalidad.

Ahora, con el aprendizaje incorporado y la inocencia perdida, las cosas ya no fueron tan fáciles. Las personas son las que portan los virus, sin lugar a dudas y un retorno del virus a zonas consideradas seguras, podría hacer que la enfermedad rebrotara en lugares donde había sido previamente controlada. Por ello, los protocolos de regreso a China desde mediados de marzo se fueron endureciendo día a día. Primero para los países severamente afectados por la enfermedad, Corea, Japón Irán e Italia; poco después fuimos ingresando en el grupo el resto de países europeos, para a finales de marzo extender los controles a todos los viajeros, y finalmente a prohibir la entrada a toda persona que no tuviera un pasaporte chino.

Los controles incluían desde mitad de marzo revisiones médicas, tests a la llegada al país y una cuarentena obligatoria de 14 días en domicilio o en un lugar designado para aquellos que no mostraran síntomas. Todo ello hecho con la precisión e impersonalidad del mundo chino. Aquí el sentimentalismo se reserva para la canción melódica. En la actuación pública los protocolos se rigen por la necesidad o el imperativo, sin paños calientes ni explicaciones culposas.

Poco antes de la Semana Santa, ya con el país cerrado a los extranjeros, aunque se seguía informando de casos “importados del extranjero”, la política se ha endurecido para evitar el contagio, y aunque los extranjeros que pudieron entrar a China en marzo, todos fueron controlados y puestos en cuarentena, y desde hace dos semanas no entra ningún extranjero en el país, algo ha debido circular por el mundo extraño de las noticias en red que ha hecho de los extranjeros el principal objetivo de las campañas de prevención. Primero a los africanos, o por extensión a los negros, se les obligó a realizar tests indiscriminados y a recluirse en casa si no se les había despedido antes por sus caseros. Ahora, todos los extranjeros sufren algún tipo de rechazo, ya sea de carácter privado en el día a día, ya sea en toda esa red capilar público privada de tan dífícil distinción en China, donde las comunidades de vecinos tienen un papel protagonista a la hora de ejercer el control social.

Y aquí no hay campaña de “no soy un virus” que valga, no hay dulces consignas que limpian el alma mientras la enfermedad nos ensucia. Aquí rige el mundo presente y el temor al futuro; y si nos atrevemos a seguir pensando, hay aquí un presagio del mañana implacable que le espera a la dulce Europa.

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