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miércoles, 29 de abril de 2020

Escandinavos


Cantón, 29 de abril de 2020.

En mi afán por huir de las mezquindades nacionales en tiempos de la peste, busco ávidamente en la prensa cualquier noticia que me pueda dar un respiro entre tanta obviedad. Hoy hallo por fin una de esas noticias de sucesos que no llamarían mi atención en tiempos ordinarios, pero que hoy trae un aire fresco a este ámbito viciado.
En Noruega, uno de los hombre más ricos del país ha sido detenido acusado del asesinato de su esposa hace unos meses. Es suceso se había calificado hasta ahora como un secuestro por el que los modernos delincuentes nórdicos pedían un rescate de nueve millones de euros en criptomonedas. Finalmente la policía llegó a la conclusión de que no podía tratarse de un secuestro y detiene al esposo de la víctima, quien es el magnate de la electricidad de Noruega, con un patrimonio modesto para lo que son los magnates en otras latitudes, pero con repercusión pública en un país que tiende a pasar desapercibido en estos asuntos turbios. La modélica noruega se conmueve por estos hechos, aunque de mi experiencia personal podría señalar que los circunspectos noruegos no siempre son como aparentan y como en cualquier otro lugar las pasiones más bajas, o altas en el caso de los noruegos pueden dar al traste con un matrimonio aparentemente feliz, con unos resultados sorprendentemente agrios para la pulcritud y rectitud con la que aparentemente llevan su vida alejada de los vociferantes sureños.

Y en la vecina Suecia, el experimento de un confinamiento suave parece ser más doloroso que el estricto control impuesto en el resto de países nórdicos, dejando una alta tasa de mortalidad. Pero también aquí las cosas son algo distintas de lo que aparentan. La mayoría de los casos se producen en la zona norte de Estocolmo, donde vive la mayoría de los emigrantes de origen extranjero, y donde las condiciones de aislamiento social y de vida apartada no se reproducen como en el resto del país. En ese entorno, comienzan a aparecer algunas ligeras críticas a la gestión de la crisis por los suecos. Nada está conforme a la ley de Dios en tiempos de incertidumbre, y lo que ayer parecía bueno, hoy se demuestra erróneo. Los rígidos códigos morales con los que los nórdicos suelen juzgar al resto de los europeos ya no son totalmente válidos, y en este caso tampoco valdrá la salvación individual como algunos pretenden, el daño puede ser tan profundo que exija un examen de conciencia más compasivo para encontrar una salida.
Mientras en Noruega, el empresario Tom Hagen tendrá cuatro semanas para reflexionar sobre sus acciones en uno de esos actos de contricción de las películas de Begman.

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