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lunes, 20 de abril de 2020

Como cónsul en playa desolada

Un conde en el país de las hadas mecánicas: Agustín de Foxá y la ...

Cantón, 21 de abril de 2020.

Hace muchos años leí en un poema de Agustín de Foxá esta comparación de un "cónsul en playa desolada", referida posiblemente a su último destino diplomático en Filipinas, donde fue enviado en castigo a sus bromas e impertinencias en esa España pacata de los años cincuenta, y donde debía sentirse exiliado de su vida cosmopolita anterior (diplomático en la Roma del Duce, embajador en Finlandia durante la guerra junto con Curzio Malaparte, quien le retrata en su novela Kaputt)

Agustín de Foxá fue uno de esos literatos que en los años veinte, disconforme con la placentera vida burguesa de Madrid, decidió unirse a las vanguardias, y como diría el propio Foxá años después, siempre recriminó al comunismo que por su rechazo a esta ideología terminara abrazando el falangismo, del que fue uno de los autores más destacados.

Pero en Foxá, todo desde el falangismo a la muerte podía ser objeto de chanza o de ironía, y así señalaba que las grandes revoluciones tenían una especial estima por las triadas, y si la Revolución francesa adoptó "libertad, igualdad y fraternidad", el falangismo prefirió "patria, pan y justicia"; Foxá en su madurez prefirIó "café copa y puro". Y en vísperas de su muerte escribió uno de los más hondos poemas de despedida de este mundo desde su ataúd, y al subir al avión para volver a Madrid a morir, diría con acierto, "soy el último de Filipinas".

Foxá da para mucho, y en algún momento averiguaré más sobre su bella y efímera esposa, Mary Larrañaga, pero en este momento me quedo, como Foxá con esta idea de cónsul exiliado en playa desolada. Así me sentía al venir a Cantón hace poco más de un año en tiempos de cierta normalidad. Un destino lejano junto a playa desolada en el mar gris del sur de China, como el que vería San Francisco Javier en los estertores de su muerte aquí cerca, en la desembocadura del Río de la Perla.

Pero la lejanía y la desolación duraron poco en tiempos extraordinarios. Ahora, con más de la mitad del mundo sometido a confinamiento, en la remota ciudad de Cantón vivimos un eterno presente de calles pobladas, de comercios abiertos, de restaurantes en funcionamiento y de un cierto sentido de excepcionalidad en la grisura de esta primavera. La vida es más fácil en este rincón del mundo, no solo por las facilidades Cotidianas que hasta hace unas semanas dábamos por descontadas, sino por las extrañas afinidades de una convivencia en territorio ajeno, por cierta sociabilidad sin caer en la dulzona cursilería que trata de infundir esperanza y alegría en cualquier ciudad del mundo ante un enemigo desconocido.
Como cónsul en playa desolada pasan los días rápidos y pacíficos, lejos de todo aquello que quería evitar con un destino clandestino.

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