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jueves, 2 de abril de 2020

Esos suecos


Cantón, 3 de abril de 2020.

Dos tercios de la humanidad está confinada en sus casas. Toda Europa se ha encerrado para evitar el contagio del Covid19. ¿Toda Europa?. No toda no. Hay una aldea de irreductibles nórdicos que a día de hoy sigue saliendo a la calle, tomando el sol en las terrazas y haciendo una vida casi normal en medio del pandemonium. Esta aldea se llama Suecia, y a pesar de advertencias y de negros presagios, su gobierno ha decidido mantener un estilo de vida casi normal para hacer frente a la crisis del coronavirus.

No se puede decir que en este caso estemos como en muchas ocasiones en el seno de la UE ante un ejemplo de solidaridad nórdica o de nórdico excepcionalismo, pues sus compinches del grupo nórdico, Noruega, Dinamarca, Finlandia en esta ocasión les han dejado solos y han acatado las leyes del confinamiento más o menos severo. Pero es que Suecia es el más nórdico entre los nórdicos, el más orgulloso de todos ellos, el mejor alumno cuyos registros rozan más la prepotencia que la ejemplaridad.

Así Suecia, dirigida por su primer ministro y con un jefe del servicio de salud al frente llamado Tegnell, están haciendo frente a la epidemia con un estilo totalmente distinto al del resto del mundo, permitiendo la actividad económica, permitiendo la socialización en grupos de menos de cincuenta personas (insuficientes para una manifestación por cualquiera de las causas que comparten con buena parte de la izquierda mundial), pero suficientes para que en cualquiera de los países sometidos a confinamiento nos parezcan ya una multitud.

Las razones que dan es que es mejor dejar que la enfermedad vaya avanzando lentamente e ir poniendo remedio paulatinamente a los problemas a medida que se presentan, y que entre tanto van ganando inmunidad y van preparando el terreno para otras fases de la crisis. Esta idea no tan original, pues de algún modo estaba en los planteamientos iniciales del Reino Unido y de Estados Unidos, se basa según Tegnell en proyecciones y modelos matemáticos de sus propios institutos de salud pública  aplicados a un territorio y a una población como la sueca, de características diferentes de otros grandes países.

Sostiene Tegnell que la dispersión de la población por el territorio, la ausencia de grandes núcleos de población, la abundancia de hogares donde vive una sola persona o una pareja a lo máximo, la falta de relaciones familiares tan estrechas como en el sur de Europa y en definitiva la confianza de los suecos en su gobierno e instituciones, hace que las normas no deban ser impuestas y cada uno cumpla con ejemplaridad cívica con su obligación y responsabilidad.
Nadie sabe a ciencia cierta lo que resultará de todo esto. Si finalmente los contagios y muertes en Suecia son similares o menores a las de sus vecinos nórdicos con quienes se puede hacer una comparación, resultará un modelo exitoso y menos traumático, pero si no es así, y la progresión de la muerte por Covid 19 es superior, habrá la sensación de que las autoridades han estado jugando a la ruleta rusa con sus ciudadanos.

Pero todo esto se puede hacer en Suecia donde el debate, aun en estas circunstancias es sosegado, donde gobierna una coalición de centro izquierda que cuenta con el beneficio de la duda y que tiene un discurso compasivo sin enfrentarse a las agrias críticas de la “inteligencia” liberal, como les ocurrió a Trump y a Johnson, zafios ellos e íganaros. Con este colchón y con un gran arrojo vemos cómo las cifras de contagios en Suecia van subiendo, mientras los jóvenes salen a las calles y a los parques y disfrutan de un mes de abril que fuera de Suecia parece gris y tenebroso.

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