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viernes, 17 de abril de 2020

Maneras de vivir

Guía práctica: diferencias entre católicos, protestantes y ...

Cantón, 17 de abril de 2020.

La constante cifra de muertos en Europa castiga con mayor ensañamiento a dos países del sur de tradición católica, que al dolor de la enfermedad y de la muerte deberán unir en poco tiempo el de unas economías que ya sufrían desequilibrios en el contexto europeo, y que cuando pase esta fase de la epidemia evidenciará la peor cara de los datos macroeconómicos, con caídas del PIB, aumento del déficit y de la deuda y la inevitable catarata de despidos y de distorsiones en el mercado de trabajo.
Sin embargo, en otros lugares de Europa, algunos de tradición protestante pareciera que el drama es menor, que las medidas adoptadas no son tan drásticas y que las consecuencias económicas, aunque temibles, no pronostican la debacle de Italia y de España en el corto plazo.

Suecia, el país más extraño en este concierto, sigue aplicando unas medidas laxas de aislamiento, permitiendo que las escuelas primarias sigan impartiendo clases, y lo que más llama la atención en nuestras tierras del sur, los restaurantes y bares siguen abiertos en medio del cierre continental de estos lugares tan gratos a nuestra memoria.

¿Están locos estos suecos?. Se entiende mal cómo han decidido tomar un camino tan alejado del resto de los europeos en este momento y lo han hecho con determinación y a lo que veo sin mucha oposición. La lógica que aplican es la de la responsabilidad de los ciudadanos. Cada uno sabe cómo cuidarse y debe ser responsable de sus actos. Nadie puede poner en peligro a los demás y no es necesario que las medidas se impongan coercitivamente, sino que se pueden sugerir modelos de comportamiento, mientras todos cumplan unas reglas básicas de distanciamiento social y de higiene. Entre tanto, la economía sigue funcionando, los jóvenes se preparan para terminar sus cursos escolares, y todos los suecos en conjunto, evitan el trauma de un encierro que se sabe cuándo comienza pero que no se sabe cómo termina.

Esta idea de la "responsabilidad" está muy asentada en el código de la religión protestante, y es crucial en un país de profundo sentido religioso como es Suecia. La reponsabilidad y el amor al trabajo hacen de los feligreses candidatos a la salvación por medio del ejemplo en sus vidas.
Nosotros, los de religión católica, tenemos desde hace siglos una organización religiosa, que permeó la organización social y posiblemente contribuyera a conformar igualmente nuestra organización política. A diferencia de los protestantes del norte, los católicos aceptan una autoridad central con una voluntad de homogeneizar la doctrina, y lo que es más relevante, tienen instituido el sacramento de la confesión, que nos permite rectificar sobre la marcha y comenzar de nuevo nuestro camino de pecadores.

Es la confesión y lo que ella conlleva lo que pienso nos hace diferentes en ciertos comportamientos sociales. Si los protestantes deben llevar esa vida ejemplar y hacendosa para no caer en el pelotón de los torpes al llegar al juicio final, nosotros podemos pecar y arrepentirnos y confiar en la bondad divina y en el carácter benéfico del perdón.
Este sacramento tiene muchas ventajas desde el punto de vista religioso, y permite una mentalidad más amplia para acoger a las ovejas descarriadas, como predica el evangelio. Y también la organización social nos otorga más indulgencia en el tratamiento de los otros, con una mirada más compasiva y generosa que la adusta actitud de los del norte. Incluso en el ámbito político, la idea de la confesión permitiría reparar los errores, y obtener el perdón cuando por soberbia o ignorancia o por una mezcla de las dos, los gobernantes nos llevan al borde del abismo. Allí se puede parar, se puede confesar y se puede obtener el perdón antes de dar un paso adelante.
Pero en nuestras sociedades, de tradición religiosa y social conformada en torno a la idea del catolicismo, parece que Dios desde hace tiempo ha vuelto su mirada hacia otro lado, y en este abandono, muchos dirigentes solo reconocen de la confesión su poder taumatúrgico del perdón y su lado generoso de la compasión, haciendo por ello políticas plagadas de buenas intenciones, de retórica vacua, de ideas generosas pero irresponsables, en comparación con la idea de la responsabilidad individual que impera en ese mundo protestante. Y aquí tenemos una explicación al caso sueco o a la actitud de muchos países protestantes ante lo que denominan el riesgo moral; no se puede seguir dando ventajas a quien incumple las normas, porque en ese caso seguirá incumpliendo y otros tendrán que pagar por su relajación.

La respuesta tal vez no deba ir necesariamente por la adopción de esa rígida política del norte, ajena a nuestras costumbres y a nuestra amable camaradería, sino recordar el principio de la confesión en su conjunto.

Para una buena confesión se requiere, examen de conciencia, reconocimiento de los pecados, propósito de la enmienda, penitencia y perdón de los pecados. Tal vez tantos años de laicismo militante en un entorno social y mental profundamente católicos han hecho a muchos olvidar estos sencillos pasos que nos permitirían conciliar las bondades del perdón y de la compasión, con el rigor de la responsabilidad. Quién sabe si en esta crisis un correcto examen de conciencia y un reconocimiento de los pecados no sería un buen punto de partida para trabajar en su superación.

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