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sábado, 4 de abril de 2020

Aute


Cantón, 5 de abril de 2020.

Los obituarios y las páginas de sucesos, cada vez menos frecuentes, permiten desviar la atención del recurrente virus  que ha envenenado nuestra salud y nuestras noticias.
Ayer, falleció Luis Eduardo Aute, artista de diversas aptitudes, originalmente pintor y cineasta, pero que probablemente en contra de su voluntad se dio a conocer y se recordará como compositor y cantante.
Tenía Aute una forma especial de decir las canciones, con un tono suave y casi coloquial, que daba a sus versos amorosos una inmediatez y una verosimilitud de la que carece en muchas ocasiones este género literario. Se recuerda su canción al alba con un estremecimiento de horror ante la última noche de los últimos fusilados de una dictadura que en 1975 no sabía que estaba muerta. Y compuso esos versos que muchos años después pudieran ser confundidos con una plegaria de amor antes de que llegue el día que será el último, para un amor o para una vida.

Pero lo que más me gustó de Aute fue esa forma de decir y de retratar unos años de alegría, de optimismo, él que unos años mayor ya era una persona adulta al inicio de la transición, y que nos enseñaba cómo era el mundo de los adultos que no se habían anquilosado por las costumbres de un régimen oprimente. Eran canciones de protesta, pero también de cotidianidad, de nuevas situaciones antes no imaginadas en una España pacata e hipócrita. Eran canciones para un tiempo en el que la letanía amorosa se apartaba de la liturgia religiosa irremediablemente, y entraba en un mundo nuevo, de libertad y de decepciones. De desencanto, como muy pronto se llegó a conocer toda esa época en la que tras el estallido de la libertad y de la apertura al mundo, algunos se empezaban a preguntar si era esto todo o nos faltaba algo más.

Conocí brevemente a Aute unos años después, el 19 de mayo de 2001 en La Habana, cuando él ya era una persona de edad y yo era un joven adulto en una posición de responsabilidad. Lo vi en el concierto que dio en el teatro nacional de Cuba, en la sala Avellaneda, ante más de 2.500 personas, y al finalizar el espectáculo fui a saludarle. He de decir que entre el ajetreo, los sudores y el desconcierto que suelen tener los artistas al acabar su función, se mostró amable y paciente. Al presentarme como recién llegado embajador de España a La Habana (llevaba apenas unos días en la ciudad), enviado por el gobierno presidido por José María Azanar, imagino que tuvo una primera impresión de sorpresa al ver a alguien joven y sin el empaque patricio que se espera de un embajador, al menos en ese tiempo. Me dijo,, “Tienes un trabajo muy difícil por delante...” y así fue, comprensivo y seguramente escéptico ante mis nuevas tareas.

Posteriormente le he seguido escuchando, las canciones de siempre, las que nos llevan a nuestra juventud a nuestros inicios amorosos, a nuestros recuerdos, y he de decir que nunca ha fallado, ha sido siempre suave y elegante en su música y en sus intervenciones publicas.
Tal vez todo ello se deba a su extraño origen filipino, de esas Filipinas donde a través de la compañía de tabacos, todavía vivía una relevante colonia española, con muchas familias sobre todo catalanas, que hacían su vida entre oriente y occidente. Es en Filipinas donde nació y pasó la infancia, donde seguramente coincidiría con otro poeta, Jaime Gil de Biedma, que gestionaba los negocios familiares en Manila, y con Fernando Zóbel, de otra familia filipina vinculado a la pintura y al principal movimiento artístico de la España de los cincuenta y sesenta, que terminaría fundando el museo de arte abstracto de Cuenca.
Descanse en paz Aute, muerto por otras causas en los tiempos del coronavirus.

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