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domingo, 28 de febrero de 2010

Temblar

Temblar, sacudir, remover las entrañas de la tierra y devastar. Así sucede un terremoto, un ligero temblor, una sacudida, segundos, incluso minutos de zozobra en los que se confunden los estados de la materia. Lo que creíamos sólido es casi líquido. Carreteras, edificios, montañas, puentes, todo queda sometido a revisión por el implacable furor de la tierra.
Y hoy, como hace unas semanas en Haití ha vuelto a recordarnos la fragilidad humana y de paso la fragilidad de nuestras obras. Ni los sólidos edificios chilenos, ni la meticulosidad y rigor de sus normas de construcción pueden soportar los embates de la furia nacida bajo la corteza terrestre. La fuerza telúrica cantada por Neruda desde Temuco ha vuelto a esta ciudad chilena con la fuerza y la ciega violencia de la naturaleza que sólo los hombres pueden emular en su afán destructivo.
Momentos de horror y de dolor, momentos de esfuerzo y entereza y momentos de bajeza y de mezquindad. Saqueadores, furtivos amigos de lo ajeno en medio del dolor y de la catástrofe. No importa el lugar ni el tiempo, siempre hay alguien que aprovecha su oportunidad. En el Nueva York de lo setenta durante el apagón, en Haití recientemente en la búsqueda desesperada de agua y alimento o en el bien organizado Chile. Imágenes de carabineros separando a truhanes de su botín, muradas torvas y cobardes que saben el tamaño de su iniquidad. Y después el recuento de muertos, de pérdidas, de responsabilidades, de ayudas, de gestos de solidaridad. Y después volver a la calma a olvidar las réplicas y los simulacros, volver a ver los días calmos y olvidar el temblor, los temblores, el miedo y seguir viviendo.

Y temblar también ante la bajeza, la insidia, la maldad, la indiferencia y la insensibilidad. Granma publica por fin, el obituario de Orlando Zapata, desconocido y humilde, albañil, plomero o más precisamente "changuista" y negro. Y el obituario añade oprobio a la vergüenza, justifica su muerte en su conducta antisocial, en sus pésimos antecedentes. No olvidar que en Cuba existe una ley que pena las malas amistades, la conducta sospechosamente antisocial, es decir que te condenan por las pintas o por las amistades. Y entre tanto, el gran estadista Lula haciendo la vista gorda, justificando y no juzgando. Seguramente una muerte, doscientos presos de conciencia, millones de exiliados no son suficiente motivo para la acción de un hombre, que legítimamente lleva a su país al futuro y figura entre los favoritos del mundo.

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