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sábado, 13 de febrero de 2010

Irán

Manifestar, exteriorizar, clamar, manifestarse. Eso hacen ahora en Irán. Treinta y un años después de la revolución que expulsó al Sha Reza Pahlevi y entronizó al ayatola Jomeini, vuelven los iraníes a manifestarse, a gritar por las calles, amostrar al mundo, hoy a través de redes sociales y teléfonos móviles sus ansias de cambio y de descontento.
Hace treinta y un años los manifestantes llevaron en volandas a Jomeini, exiliado en Francia a la cúspide de la república islámica, con focos de televisión, con prensa internacional, con conocimiento de un mundo que se familiarizaba con esos nombres exóticos y esas nuevas denominaciones, sorprendido y aliviado por la salida de un emperador que celebró los fastos del milenio en una ceremonia que hou pasaría por austera.
Salió Reza Palehvi al exilio y recaló en Contadora, esa isla en el Pacífico panameño en la que los españoles contaban perlas y donde el general Torrijos le dio asilo junto a un hotel desvencijado y gran cantidad de ciervos que con su bobalicona mirada agravaron el cáncer que ya sufría el sha.
Poco se maliciaba en sus días en el poder Reza Palehvi que su destino estaba sellado. Que muchos de sus ayudantes, de sus rivales y de quienes le frecuentaban masticaban la traición para salvar al país o para salvarse. Su gesto de autoridad, sus órdenes, sus confidencias encontraban esos días finales la filosa daga de la desafección, o la indiferencia de quienes secretamente ya lo habían sentenciado, y así penó en Contadora, evocando esas frases cortadas que no logró entender en su momentos, rememorando algunas sonrisas inexplicables o los gestos de aprobación de sus infieles fieles que ya auguraban la traición, o peor, que ya sabían que su tiempo era otro.
Al igual que Rodríguez y Moratinos rememorarán ahora apenas dos meses después de ausmir su presidencia de la Unión Europea los gestos condescendientes de Van Rompuy, con su cara de alumno mediocre de los jesuítas, aceptando su consejo y dispuesto a compartir las mieles del poder. Ya se maliciaba el taimado belga que sus introductores en los secretos de la presidencia estaban condenados, amortizados, y que un mes después los abandonaría en Bruselas para con su media sonrisa ocupar todo el foco del escenario con los verdaderos dueños del teatrillo. La traición ya estaba allí, o no era traición sino presciencia de lo que iba a venir o de lo que ya era.
Vuelven de nuevo los manifestantes a las calles de Irán, murieron el Sha y el Ayatola, y la espalda de la traición asomará de nuevo, confiados aquí y allá haremos planes, daremos órdenes, creeremos que todavía tenemos el control de nuestros actos, pero otros ya habrán decidido nuestro destino; y nuestros gestos devendrán muecas, nuestras órdenes serán ianudibles y una vez más quedaremos expuestos al albur en tanto que otros nos observan como exquisitos cadáveres.

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