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sábado, 20 de febrero de 2010

Paramnesia

Recordar, cerrar los ojos y ver de nuevo, tener memoria de las cosas, de los hechos, de las personas que pasaron y de las que están.
Un instante sin aire en los pulmones, un olor, un sonido que llegan debilitados a la mente en vigilia nos transportan a otra situación, nos hacen vivir dos veces el mismo moemento con mucha mayor nitidez que un sueño. Paramnesia creo que la llaman, o esa sensación de déjà vu, o como decía una negra sandunguera en un programa radiofónico, ¡Hijo, he tenido un dayavú¡.
Pero es algo más que esa sensación que los franceses acuñaron y que hoy se carga con connotaciones de hastío de lo conocido y repetido. Es la sensación instantánea, vivida y cierta de que este movimiento, esa bicicleta de colores que pasa delante de nosotros, ese sonido, ese hueco en el estómago que precede al miedo lo hemos vivido ya.

Quizás no sea recordar, sino adelantar, anticipar lo que vamos a vivir, lo que nos depara el futuro inmediato. La paramnesia no es un ejercicio de melancolía ni de saudade, sino una alerta del alma al cuerpo dormido que sale de su letargo con los sentidos listos para nuevas peleas.

Recordar entonces lo ocurrido, o lo que que creemos que nos ocurrió en una lejana mañana de invierno cuando no teníamos hijos, ni mujer ni proyecto, sino una idea general de lo que queríamos de la vida o de lo que le pedíamos a la vida con vehemencia y error.

Recordar y tener esa dicha, ese don que nos es dado y que no valoramos hasta que lo perdemos, primero al olvidar unas fechas irrelevantes, luego unos datos que estudiamos hace años, o los nombres de los conocidos, o los de aquellos a quienes conseguimos poner cara pero ya no el nombre. Hay quien dice que tenemos una capacidad limitada de memoria en nuestro cerebro, y que como un viejo disco duro, a medida que le introducimos datos inútiles o irrelevantes vamos llenando su espacio y reducimos nuestra capacidad de respuesta. Sería cuestión, pues de ir vaciando en la papelera de reciclaje aquello que nos hizo daño, aquello de lo que nos arrepentimos, aquellos momentos en que nosotros mismos reconocemos la mezquindad de nuestra actuación, y así hacer hueco para nuevas entradas, para mayor capacidad de recuerdo y de vida o de revivir aquello que vivimos con ilusión.

Recordar y tal vez más que recordar revivir y preparar el cuerpo para el abismo de un nuevo día con sus calles, sus nubes y sus afanes.

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