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martes, 9 de febrero de 2010

Aguantar

Aguantar, aguantar, perseverar y no renunciar. El que aguanta gana, nos han enseñado, y aunque arrecie la tormenta o las críticas nos duelan hay que seguir adelante sin inmutarse. Quien flaquea o duda abre la vía de agua en la nave por la que penetra la insidia, la crítica y al final la destrucción.
Aguanta el exitoso, el que se sobrepone a las dificultades y zancadillas y aun a sus propios errores. Lo importante es estar allí cuando caiga el veredicto, pues aunque llueva, siempre escampa.
Y así nos lo enseñan los políticos. Conjuras, enemistades, odios ancestrales, o pura envidia acechan su camino, pero si sabe mantener el rumbo, si resiste la sacudida sin caer de la silla, la recompensa es alta. Gana primero tiempo y quién sabe si la gloria. Al fin y al cabo la tierra gira, sobre sí misma y alrededor del sol, y si aguantamos el nuevo día nos encontrará en el mismo lugar,y si nuestra resistencia es mayor, llegaremos a pasar el año y seguiremos en nuestro lugar.
Tendemos a confundir la física y la sociedad. Lo que gira y vuelve presagia la repetición de la historia. Nos basamos en el pasado, en sus enseñanzas y en una cierta armonía universal. Pero ¡ay¡. Heisenberg nos mostró el camino de la incertidumbre, del azar. El principio de indeterminación. Este Principio, enunciado en 1927, supone un cambio básico en nuestra forma de estudiar la Naturaleza, ya que se pasa de un conocimiento teóricamente exacto (o al menos, que en teoría podría llegar a ser exacto con el tiempo) a un conocimiento basado sólo en probabilidades y en la imposibilidad teórica de superar nunca un cierto nivel de error.
Avanzamos en la incertidumbre y debemos ir pertrechados para no perdernos y no perder a nuestra compañía en el camino. El gobernante que aguanta, se aferra, piensa que como en otras ocasiones escampará, se equivoca. Es un caminante sin guía, sin un plano del territorio, sin convicciones y lo que es peor, sin saber que el futuro es indeterminado y que comienza hoy.
Y así, aguantar, aguantar, sostenerse en la convicción de un giro favorable o de un retorno al pasado armónico y domesticado constituye hoy una receta para el fracaso.

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