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lunes, 15 de febrero de 2010

Predicción

Planificar, preparar, adelantar acontecimientos y después ejecutar. Hurtamos espacio al azar para asegurar el resultado y garantizar un futuro previsible y confortable.
Hay quien dice que planificó la transición española en una pizarra, o que el partido del domingo salió según lo había planeado previamente. Se utilizan instrumentos estadísticos, conocimientos de historia, algo de psicología para adivinar los movimientos del contrario, y como en una partida de ajedrez nos dotamos de un arsenal de jugadas alternativas para variar el trazo sin modificar el dibujo final.
La seguridad que otorga la planificación, junto con una inconfesable fascinación por los rápidos éxitos de la economía socialista, sembró de ministerios de planificación los países latinoamericanos. Alguno, en el paroxismo de la imitación tecnocrática llegó a llamarse, no sé si se sigue llamando, Mideplan. Con el mismo interés con el que se crearon fueron perdiendo fuelle y renunciando a ese afán de previsión y de certeza que buscaban, y fueron dejando su lugar a los serios y poderosos ministerios de finanzas. Al final quedaron los ministerios de planificación como instrumentos de captación y organización de las ayudas externas, felices de que alguien les escuchara y les guiara por los recovecos de la administración y les permitiera ejecutar sus presupuestos en el susodicho país.
Vuelve ahora la necesidad planificadora a Haití. Semanas después del terremoto, que hará recordar por muchos años el 2010, se precisa un mapa, un manual de instrucciones para la reconstrucción del país. Pero me temo que aquí ni siquiera el ministerio de planificación quedó en pie. Surgen las dudas y se preparan los mecanismos para la absorción de la ayuda. Se avecinan tiempos difíciles; vendrá la decepción de la ayuda real tras las primeras promesas; la dificultad para canalizar fondos, medios y personal cualificado a un país sin renglones donde escribir el futuro. Y vendrán después las mezquindades y los protagonismos apócrifos. Las disputas entre donantes y la incapacidad de organización local, y poco a poco, volverán los viejos vicios y la dificultad de llevar a término lo previsto, lo acordado o lo ideado en despachos lejanos.
Nostalgia de un gobierno representativo, capaz y responsable ante sus ciudadanos, que con un designio en mente sortee las trampas de lo planeado y construya día a día pequeños logros y vaya ordenando las piezas del puzzle.

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