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sábado, 18 de septiembre de 2021

Camino portugués. Etapa 12ª. Padrón - Santiago. 26 km

 


Hoy llegamos a Santiago y entramos en la catedral por el pórtico de la gloria, como los antiguos peregrinos que al llegar a la ciudad soñada encontraban desde el año 1188 una catedral cuya entrada estaba presidida por este pórtico románico que es una lección de historia del cristianismo en piedra. El pórtico, obra del maestro Mateo ha sido restaurado en 2018 y ha recuperado su policromía, por lo que ahora podemos imaginar lo que sentían quienes llegaban a Santiago tras un penoso viaje y encontraban esta muestra del mejor arte románico en el extremo occidental de Europa. No cabe duda de que éste sería un milagro más del apóstol.

Decía nuestro amigo Maceira que en Santiago la lluvia es arte, y efectivamente para proteger el pórtico románico del deterioro causado por la lluvia, se construyó en el siglo XVIII la monumental fachada de la catedral que daba nuevo empaque al templo y que cuidaba de la obra del maestro Mateo al ingreso a la catedral.


Para llegar hasta aquí hemos recorrido 273 km a pie en 12 días saliendo de Oporto, recorriendo el norte de Portugal y atravesando Galicia de norte a sur. Principalmente hemos hecho el camino junto a la costa, pero los tres últimos días hemos tomado el camino central entre bosques y tierras de cultivo hasta llegar a Santiago. Nuestra última jornada partía de Padrón donde dejamos el “pedrón” que sirvió para amarrar la balsa de piedra, y la colegiata de Iria Flavia, donde inicialmente se encontraron los restos del apóstol que luego fueron trasladados a Santiago. La jornada, larga y con continuas subidas y bajadas amanece nublada, bajo un cielo amenazador. Al principio es un continuo sacar y meter la capa de lluvia de la mochila entre los bosques de castaños y las pequeñas poblaciones que nos acercan a Santiago. En la iglesia de la virgen de la esclavitud arrecia la lluvia y pensamos que ya no nos quedará más remedio que seguir la marcha bajo la lluvia, pero finalmente se trata de una nube baja que nos envuelve con su humedad sin llegar a descargar la lluvia. Pensamos que Santiago nos librará  de tan incómoda circunstancia y seguimos subiendo y bajando con buen ritmo con la esperanza de llegar a tiempo a la ciudad.


A falta de cinco kilómetros comienza el aguacero y la última hora y media debemos caminar bajo el agua como última prueba de resistencia antes de completar el camino. Esta lluvia incómoda, que moja los pies y dificulta el camino nos recuerda que esto es algo más que un paseo turístico. Hay alguna razón que impulsa a tantos peregrinos a completar una jornada que se complica por momentos y que nos hace entrar en las calles de Santiago bañados y ansiosos por terminar el periplo.

Este año el día de Santiago, 25 de julio fue un domingo y por tanto es un año santo. Esto quiere decir que los peregrinos entran a la catedral por la puerta santa que solo se abre en estos años especiales a través de la plaza de la Quintana. Una de las más hermosas de Santiago.




Nosotros habíamos reservado previamente la visita al Pórtico de la Gloria, lo que nos permitió ingresar a la catedral por la cripta que hay a la altura de la plaza del Obradoiro. Esta cripta románica servía de apoyo a la entrada principal en un piso superior donde se encuentra el Pórtico. La entrada a la Catedral subiendo las escaleras de la cripta y admirando casi en soledad la imaginería del pórtico sobrecoge y tanto creyentes como no creyentes tienen un momento de recogimiento ante la belleza de las imágenes y la espiritualidad que han transmitido a través de los siglos a los caminantes que se han acercado a Santiago.

Santiago, desde los lejanos tiempos del obispo Gelmírez es una ciudad que no deja indiferente y que constituye un premio para quienes a lo largo de los años se han aventurado a hacer este viaje. La plaza del Obradoiro rebosa hoy de peregrinos que habiendo terminado su viaje admiran la fachada, curan sus pies heridos al sol de la tarde frente a la catedral o expresan su júbilo con canciones, abrazos y sonrisas. La plaza se convierte estos días en un mercado cosmopolita de mil lenguas donde los recién llegados van buscando su acomodo en la ciudad entre vendedores de recuerdos y ofertas de alojamiento y de restauración. Así ha sido a lo largo de la historia, y los libros de viajes del camino están llenos de referencias a los pícaros que se aprovechaban de los peregrinos. Pero qué significa esto ante la alegría de haber llegado a la meta y de poder contarlos y compartirlo.

La plaza, decía es el corazón de Santiago y en su majestuosidad tiene todos los emblemas del poder. La Catedral, enfrente de ella el palacio de Raxoi, sede del Gobierno, al otro lado la Universidad con su fachada Renacentista y enfrente el Hospital de los Reyes católicos, hoy hotel de lujo. Estos edificios mezclan las fachadas neoclásicas de la Catedral y el Palacio con las renacentistas de la Universidad y el Hospital. Y cuando a la noche los grupos de peregrinos han ido a descansar, la plaza desierta emana una luz que bien pudiera ser la que llevó a Pelayo a encontrar el templo del Apóstol.



Tras el asombro de la llegada los grupos de peregrinos van tomando las terrazas de los restaurantes para recuperar fuerzas y celebrar la llegada, contando cada cual anécdotas de su viaje, desde los que llevan orgullosos la camiseta en la que dice que salieron de Sarria, apenas a 100 Km de Santiago para poder reclamar su certificado a aquellos que vienen desde el inicio del camino francés habiendo recorrido mas de 700 km y que miran en silencio y con cierto desdén a los bulliciosos recién llegados. Todos se dirigen a la Oficina del Peregrino donde en un proceso bastante rápido se obtiene el certificado de haber realizado el camino pudiendo señalar opcionalmente el punto de origen y el número de km registrados. 

También se pide en esta oficina que se indiquen los motivos del viaje, con tres opciones, “Religioso”, “religioso y otros” o simplemente, “otros”. A lo largo de las últimas etapas del camino, cuando el flujo de peregrinos es mayor, mi percepción es que hay una mayoría que lo toman como un reto personal, como una excursión turística o como una aventura y que solo una minoría parecería hacerlo por motivos religiosos. Al entrar en las pequeñas Iglesias que abundan a lo largo de la ruta, algunos simplemente se detienen, buscan el sello para poder certificar su paso por esa localidad y rápidamente se van. Otros visitan con curiosidad artística la iglesia, ponen el sello y como muestra de respeto se detienen unos segundos ante el altar y solo una minoría se detiene a ofrecer una oración o a sentarse en silencio ante el altar. A pesar de esta impresión, sea cuales sean los motivos del viaje, no hay duda de que la llegada a Santiago y la majestuosidad de la catedral hacen que todos nos sintamos algo mejor, que tengamos un momento de reflexión y de recogimiento antes de dejar las mochilas y volver a nuestra vida cotidiana.

 Ahora regresamos a casa en un tren que nos devuelve a la ciudad deshaciendo el camino y pronto de todo esto sólo quedará el recuerdo de que un día fuimos parte de ese río que corre hacia Santiago.





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