Por otro lado, en una de las calles bordeadas por palacios del centro de la ciudad señalan que se trata de un edificio de estilo manuelino de resistencia. Entiendo que manuelino se refiere a la arquitectura de los tiempos del rey don Manuel, aquel que a comienzos del siglo XVI peregrinó a Santiago y ordenó edificar iglesias a su retorno. Pues bien este estilo se circunscribe básicamente al periodo de su reinado, pero estos edificios son de fines del siglo XVII, y lo llaman manuelino de resistencia, porque se trata de reivindicar un estilo nacional en el momento en el que la corona portuguesa se separa de la española hacia 1648. En ese momento, los portugueses reivindican el manuelino como un estilo propio y lo retoman más de un siglo después de su muerte. A eso llaman resistencia.
La verdad es que entre España y Portugal siempre ha habido suspicacias propias de países vecinos, pero en nuestro peregrinar por estas tierras no encontramos sino simpatía y amabilidad de parte de los portugueses.
Además de la arquitectura tradicional, encontramos en Viana una impresionante biblioteca municipal en un edificio diseñado por Álvaro Siza, quien mantiene su influencia en una gran cantidad de edificaciones de líneas rectas que forman parte del paisaje potugués.
Dejando atrás el edificio de Siza decidimos tomar el camino que va por la costa en lugar del camino central que nos hubiera llevado por la montaña, más o menos como la etapa anterior.
Por la costa salimos de Viana y caminamos por una ecovía que nos permite disfrutar del mar y de las fortificaciones que se alzan en el recorrido adentrándose en el mar para proteger en tiempos remotos a estas poblaciones.
El paisaje mezcla el gris del cielo con el verdor de los bosques que se acercan a la costa. Caminamos en soledad prácticamente todo el tiempo y disfrutamos de unos paisajes que nos alegran la marcha. Al cabo de unas horas comienza la lluvia y se levanta un viento del mar que nos hace volver a ponernos las capas de lluvia y avanzamos con dificultad por la orilla del mar. Lo que hace unos minutos era bucólico y placentero se convierte en un camino lleno de dificultades.
Caminamos apresurados por pasarelas de madera y con deseos de llegar a Caminha, el último pueblo de Portugal, ya en la frontera que hace el río Miño con España. En una actividad en la que se deben pasa más de ocho horas al día a la intemperie, siempre se dan episodios de lluvia, tramos bordeando una carretera, o entradas a ciudades que dificultan la marcha y rompen la armonía de la caminata. Hoy la etapa ha sido larga, más de 28 km y a pesar de la belleza de los paisajes, la lluvia, la necesidad de poner y quitar ropa de lluvia, y los kilómetros finales de caminata junto a una carretera muy transitada, hacen que cojamos con gusto el hotel en nuestra última etapa en Portugal.
Después, una ducha, un vino de oporto y el magnífico bacalao de casa Baptiste hacen que nos reconciliemos con este día de clima incierto que nos ha traído hasta la frontera.
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