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viernes, 10 de septiembre de 2021

Camino De Santiago portugués. Epílogo portugués. 10 de septiembre

 



Hoy salimos de Portugal por Caminha, en la desembocadura del rio  Miño, después de recorrer 110 km desde Oporto hasta este lugar que hace frontera con España. En la desembocadura del río se alza el fuerte de Insua sobre la isla del mismo nombre, equidistante entre España y Portugal, pero que pertenece a éste país y que fue construído en 1649 en la época de la separación de Portugal de la corona de España como baluarte defensivo en tiempos de desconfianza y de agravios. Hoy, los dos países somos miembros de la Unión Europea, compartimos el espacio Schengen que nos permite el cruce de fronteras sin ningún trámite y tenemos unos intereses comunes en el seno de la Unión que han permitido a lo largo de todos estos años construir una relación de confianza basada en intereses comunes, lo que hace del fuerte de Insua solamente una reliquia del pasado.

Hemos conocido a pie un país hermoso, de paisajes espectaculares entre el mar y la montaña. Hemos recorrido ciudades y pueblos, múltiples caseríos, apreciando que a pesar de la cercanía, cada país ha organizado el territorio a su manera, y hemos visto una voluntad de mantener la armonía de la edificación a pesar de la dispersión de las casas a lo largo de esta gran área metropolitana cercana a Oporto.

Viana do Castelo es una ciudad señorial, de una belleza contenida en la cadrícula de sus calles y en las líneas rectas de sus edificios, que ya prefiguraban esa arquitectura de Álvaro Siza que veremos luego en muchas de las edificaciones modernas. Junto a la ciudad, tiene Viana una ecovía que corre a lo largo de la costa entre campos de maíz pequeños bosques de eucalipto y un mar rocoso que entrega a la costa esas algas que llaman sargazos y que se recolectan en los campos cercanos.

Las iglesias y catedrales del camino, aunque deben en muchos casos su origen a las donaciones de los nobles peregrinos que volvían de Santiago, tienen pocas referencias al camino de Santiago, pues el camino cayó en el olvido a partir del siglo XVIII cuando el barroco portugués está en su esplendor y por eso los templos tienen en su interior siempre un retablo barroco con profusión de dorados que son señal de que al menos esta parte de Portugal no ha sufrido directamente el flagelo de las guerras o de los saqueos de monumentos religiosos. 

Hemos visto cómo desembocan los ríos en el océano, viniendo en muchos casos de España, desde el Duero majestuoso que sigue su curso desde Oporto hasta llegar al Atlántico, el Ave, más modesto en Vila do Conde, donde hubo astilleros y hoy hay una réplica de una de las carabelas que hicieron famosos a lo navegantes portugueses. El Cávado en Esposende, que forma un paseo fluvial entre residencias turísticas y bosque de gran elegancia, el Lima que pasa bajo el puente Eiffel en Viana y que alimenta su puerto y sus centros de deporte náutico. Y finalmente el Miño, caprichoso con sus mareas que dificultan la labor de los ferries que unen España y Portugal y que hace esa frontera antiguamente belicosa y hoy pacífica separando a dos países cercanos.


Salimos de Portugal con mejores conocimientos, con el recuerdo del magnífico bacalao que preparó Baptiste en su restaurante de Caminha y con la idea de Fernando Pessoa, que estaba escrita en la cabecera de nuestra habitación en el último hotel en el que nos alojamos en Caminha.

“Hay un momento en el que hay que abandonar la ropa usada, que ya tiene la forma de nuestro cuerpo, de olvidar los caminos conocidos que nos llevan siempre a los mismo lugares. Es el tiempo de la travesía….”

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