Caminha es un pequeño pueblo portugués junto a la desembocadura Del Río Miño. Tiene una zona turística junto a las playas que se extienden a sur del río y un casco histórico que estuvo rodeado por una muralla de la que hoy sólo queda el recuerdo de la torre del reloj en la plaza donde se encuentra la iglesia de la misericordia y los principales edificios en piedra del pueblo, que le dan un aire apacible y grato.
Para llegar a España hay que atravesar el río, lo que se hace normalmente en un ferry que une las ciudades de Caminha y Portosancos. Pero hoy la marea está muy baja y el barco solo funciona a partir de las tres de la tarde, por lo que tenemos que buscar otra manera de llegar a España. A lo largo del camino hemos visto que se anunciaba una compañía de botes para peregrinos que hacen la travesía. Llamamos a uno de ellos y rápidamente nos viene a buscar la encargada y nos lleva a su embarcadero donde nos pregunta a qué lugar queremos ir. Pronto vemos que no es un transporte regular. Cobra la tarifa sin dar recibo alguno y nos embarca en una nave con motor fuera de borda que en menos de cinco minutos nos lleva a la otra orilla. Allí, frente a una playa vacía, va buscando un lugar donde depositarnos. El aspecto del marinero que nos va a llevar nos infundió algunas sospechas al verlo, pues venía con unos pantalones mojados hasta la cintura, señal de que hacía poco había estado en el mar con esa prenda. Al llegar a la playa tuvo que buscar un lugar para desembarcar y nos temimos que tendríamos que seguir su misma suerte y mojarnos antes de llegar a tierra, con el inconveniente que eso implica para el camino posterior.
Afortunadamente encontró la forma de aproar su barca y dejarnos cerca de la arena, adonde saltamos con alivio. Desde allí, nos dijo se debíamos seguir por la orilla de la playa hasta encontrar un sendero que nos llevará a La Guardia. Quedamos en la arena de la playa con la sensación de unos náufragos o más bien, de unos prófugos de la justicia que atraviesan la frontera clandestinamente y se encuentran en otro país sin ningún trámite de ingreso.
Hoy el paso de fronteras en Europa es sencillo, pero estamos acostumbrados a hacerlo en avión, en tren o en coche, nunca de esta manera sigilosa llegando a un lugar abandonado a primera hora de la mañana.
Una vez orientados en la playa comenzamos el camino por tierras gallegas bajo un cielo azul sobre el que destaca el verdor del monte santa Tecla que vigila la pequeña península de la Guardia. Tras una hora de caminata junto al mar rodeamos la península y llegamos a la primera localidad española de nuestro recorrido, La Guardia, protegida del mar por una pequeña bahía y de Portugal tras el monte de Santa Tecla. Es un pueblo abigarrado, lleno de vida y con una arquitectura desigual, que para ser benévolos podríamos calificar como ecléctica.
Aquí se aprecian ya diferencias con Portugal, pueblos en España más compactos, más apiñados alrededor del centro y de la iglesia. La naturaleza algo más seca, con una vegetación ligeramente menos abundante y más vida en las calles y en las carreteras.
Avanzamos por la costa un buen tramo junto a un mar que hoy luce azul intenso y que refleja el sol que nos acompañará en toda la etapa. Es un día distinto a los anteriores. El sol, la luz del día resplandecen y al mismo tiempo hacen más fatigosa la marcha.
No hay comentarios:
Publicar un comentario