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lunes, 1 de junio de 2020

Los viajes en la nueva era


Cantón, 1 de junio de 2020.

Nadie lo hubiera pensado hace unos meses. Tal vez aquí, en China pudiéramos tener mejor información o un cierto olfato para prever la catástrofe, pero no la tuvimos. Más allá de algunos comentarios y de la sorpresa ante la perseverante consideración de que esta pandemia era solo cosa de chinos, no pudimos prever la escala global que iban a tomar esas excentricidades medievales de confinar a un país o un continente entero para evitar los contagios. Así nos fue, sordos a las voces de alarma, ciegos ante la evidencia y confiados en un sistema de bienestar y de libertad que nos parecía inmune a la expansión del virus.

Ahora todos lo conocen. Todos han sufrido en mayor o menor medida los mordiscos de la soledad o del confinamiento. Todos han buscado rearmar el relato para aparecer coherentes con la vista puesta atrás, y entre tanto el incendio pasa de la salud a la economía y de ésta al orden social. 
Decía Goethe, “prefiero cometer una injusticia antes que soportar el desorden”. Ahora tendremos que convivir con la injusticia y con el desorden, por lo que vemos en América, en Europa y lo que no vemos en el resto del mundo. Tardaremos en averiguar cómo serán las reglas de pasado mañana y nos limitamos a gestionar el hoy y tal vez, con algo de atrevimiento el mañana.

Entre estas reglas sometidas al rigor del corto plazo, está el cierre de las fronteras de los países. China, pionera en los asuntos del virus, estableció desde fines de marzo un cierre de sus fronteras a los extranjeros para tratar de preservar la normalidad recién ganada en la batalla contra la enfermedad. Ello supuso la ruptura de familias que quedaron fuera del país, y la pérdida de trabajos y de oportunidades para aquellos empresarios y técnicos que no pudieron regresar a tiempo al país. 
Ahora, ante la gravedad de la crisis económica, y para ir volviendo a la normalidad productiva, desde China se están estableciendo procedimientos para el regreso de algunos extranjeros en función de sus nacionalidades y de sus profesiones. 

Entre los europeos, los primeros en hacerlo han sido los alemanes. No en vano tienen más de cinco mil empresas en China, y muchas de ellas necesitan de sus técnicos para su buen funcionamiento, por lo que tras laboriosas negociaciones, consiguieron llegar a un acuerdo entre ambos países (dónde queda la Unión Europea???), para el regreso de doscientos alemanes en un vuelo cuartel especialmente fletado para la ocasión, con todo tipo de prevenciones y cuidados para evitar nuevas infecciones. El avión fue desinfectado, los pasajeros sometidos al test del coronavirus antes de embarcar, los asientos centrales desocupados para evitar contagios y la comida, como ocurre en estos tiempos, convenientemente envasada con muchos plásticos para desolación del nuevo mundo verde.

Al llegar a China, a un aeropuerto alejado de Pekín, para evitar sorpresas, los pasajeros fueron sometidos de nuevo a un test  de ácido nucleico, con la desagradable sorpresa de que un joven ingeniero alemán dio positivo, a pesar de ser asintomático. Esto dio al traste con los preparativos, y con la idea de ofrecer una cuarentena más ligera de lo habitual. Todas las alarmas se dispararon y los pasajeros han sido sometidos de momento a una cuarentena de catorce días en algún lugar del norte de China.

La diferencia de los resultados de los tests de salida y de llegada da lugar a especulaciones sobre la fiabilidad de los mismos. Al parecer el test alemán no detectó el virus, en tanto que el chino sí que lo detectó. O Tal vez los alemanes habían comprado los tests en China, y los chinos, previsores ellos, habían hecho acopio de tests alemanes en su momento. El resultado es que como prototipo de lo que pueden ser los viajes en avión en un futuro próximo, esto se acerca más a una pesadilla que a una placentera experiencia.

Tras conocer esta noticia, recibo una llamada esta mañana diciendo que las autoridades de Guandong tienen previsto permitir el regreso de nueve españoles a nuestra provincia, para que puedan continuar con su trabajo aquí. Se trata de nueve entrenadores de la mayor escuela de fútbol infantil y juvenil del mundo, que se encuentra en Guandong. Es una buena noticia, que alegrará a muchos y ayudará a nuestros compatriotas. Así son las cosas, los prosaicos alemanes envían ingenieros, y nosotros entrenadores. Tal vez sea porque en Europa nosotros enviamos arquitectos e ingenieros a Alemania y ellos nos envían futbolistas a España...

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