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martes, 2 de junio de 2020

Disturbios


Cantón, 2 de junio de 2020.

Hablaba el otro día de la reacción generosa de Rodney King, El hombre negro, cuyo arresto y maltrato por la policía de Los Ángeles provocó la mayor confrontación racial en Estados Unidos en el final del siglo XX. Vemos hoy las imágenes de Estados Unidos ensombrecidas por la violencia desatada por la muerte de un hombre negro en Minneapolis a manos de un policía blanco, George Floyd, la víctima no tendrá ocasión de perdonar ni de llamar a la concordia, pues la autopsia declara que murió por asfixia.
  Los demonios dormidos despiertan con violencia en estos tiempos broncos y la polarización social que se extiende por la mayoría de los países que gozan todavía de libertades individuales Hace que el foso que separa a unas comunidades de otras se haga casi infranqueable.

Leo la prensa norteamericana, y veo las noticias de distintos medios, y a pesar de que todos proclaman un periodismo basado en los hechos, no es difícil averiguar el sesgo que va a tomar su información de acuerdo a la ideología que comparten periodistas y lectores de esos medios. Vamos del blanco al negro, según quién interprete los hechos. Hay una realidad triste y sombría que parte del hecho de la muerte y de las pésimas condiciones de vida de buena parte de la sociedad norteamericana. En este ambiente todos se sienten con derecho a la protesta y a la injuria, y todos esgrimen sus razones, que por regla general dejan poco espacio para el compromiso y para la concordia. Se van perdiendo las referencias comunes a principios éticos y morales de convivencia, y los sustituimos por consignas y por el rechazo del otro, sin un lugar de encuentro que permita la construcción de una vida más armónica con renuncias y obligaciones para todos.

Tras un turbulento siglo XX de guerras y de ideologías totalitarias, Francis Fukuyama creyó que habíamos llegado al final de la historia, con el triunfo del orden liberal y democrático. Pero éste, como todos los sueños de la razón, termina produciendo monstruos, y nos encontramos en este tambaleante siglo XX más divididos y golpeados que nunca, entre una crisis económica que no se fue, y una crisis de salud que nos ha encontrado desprevenidos y vociferantes.

Vuelvo a los clásicos, vuelvo a Kant, quien, desde la racionalidad trató de poner un limite moral a los sentimientos y a las pasiones. Estableció Kant el imperativo categórico, como regla ética universal. Imperativo por lo que tiene de mandato y categórico porque su cumplimiento no depende de las circunstancias, sino que tiene carácter universal. Así, el corolario del imperativo categórico establece:

“Obra sólo según aquella máxima por la cual puedas querer que al mismo tiempo se convierta en ley universal“. 

Es decir no hagas nada que no pueda ser considerado una ley general para todos. No mientas porque la mentira de todos y para todo, como ley universal haría impracticable la convivencia. Y así con cualquier precepto. Este imperativo categórico lleva también aparejado que debemos considerar al resto de la humanidad como un fin en sí mismo y no como un medio. Esto nos llevará a actuar alejados de los intereses subjetivos y de las pasiones más bajas, y permitiría una vida social basada en virtudes compartidas.

Algo debió fallar con el imperativo categórico de Kant, porque a pesar de la belleza y de la sencillez de su formulación, no ha impedido unos siglos de luchas y de intereses mezquinos, y a pesar de las múltiples proclamaciones de una moral universal, vamos cayendo más y más en el relativismo moral y filosófico, utilizando a los demás como medios para nuestros propios fines. 

Tan mal le fue a Kant, que su ciudad natal, Könisberg, en la Prusia Oriental, sufrió todo tipo de daños a su muerte, con las guerras napoleónicas primero y con la invasión soviética tras la Segunda Guerra Mundial, después de ser bombardeada por la aviación inglesa. 
Könisberg, la ciudad que se regía por los horarios de los paseos metódicos y puntuales de Immanuel Kant, perdió su lustroso pasado y tras la guerra pasó a llamarse Kaliningrado, en honor de uno de los jefes de policía de Stalin (Kalinin). Difícilmente pudiera la ética Kantiana caer más bajo. Y dicen que hoy, con otros aires y otros tiempos, todavía se suscitan peleas en la ciudad entre bandos favorables y contrarios a Kant. 

Los incendios del conflicto racial y de la respuesta ante el virus nos mostrarán sociedades más cuarteadas y desconfiadas, y a pesar de su poco éxito, en tiempos de zozobra, no estará mal que de vez en cuando recordemos al sabio alemán, que creyó en la posibilidad de dotarnos de una moral racional en contra de toda evidencia.






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