Translate

Seguidores

miércoles, 3 de junio de 2020

Desde el futuro


Cantón, 4 de junio de 2020.

Escribo hoy desde mañana, y las noticias son ambivalentes. La vida es casi normal, la economía ha llegado al 90% de su situación anterior, lo que no está mal si no tomamos en consideración que está un 10% peor, pero eso es una nimiedad comparado con la caída del resto del mundo. Se sale a la calle, con mascarilla, se debe llevar siempre un código de salud en el teléfono que está vinculado al gps, por lo que todos los movimientos quedan registrados, y con algunas precauciones adicionales, se puede llevar una vida bastante buena.

Para llegar a esto, el país está cerrado al mundo exterior desde el 28 de marzo. No hay apenas vuelos de salida, y los de entrada, reducidos a un destino por semana y por compañía aérea china, reduce las vueltas al país a los nacionales chinos que quedaron varados en el exterior. Los extranjeros no pueden volver, salvo autorización expresa del gobierno chino, cuando su presencia en el país se considere imprescindible para la buena marcha de la economía. Los pocos que vuelven, locales o extranjeros, deben someterse a un test de salud antes de embarcar y a otro al llegar y después hacer una cuarentena de 14 días en un hotel designado bajo supervisión del gobierno local correspondiente.
Todas estas precauciones han permitido reducir el número de casos y garantizar un espacio interior casi libre del virus, pero siempre con una nota de fragilidad y de provisionalidad.

Esto es posible en un espacio vasto y poblado. Viajando por los alrededores de la ciudad percibo cada vez más la dimensión de lo chino. La dificultad de la mente humana para calcular los grandes números, las cifras chinas. Estamos en la desembocadura Del Río de la Perla. Un espacio que se recorre desde la frontera con Macao a la frontera con Hong Kong por medio de una carretera que linealmente no tiene más de 140 kilómetros, atravesada por cientos de puentes que sortean los distintos brazos del río antes de caer en el mar. En este breve espacio hay nueve ciudades que se solapan y confunden, con una población superior a 70 millones de personas (sin contar Hong Kong y Macao). Es un continuo urbano con una de las rentas per cápita más altas de China, donde se combina lo extremadamente moderno con viejos edificios de los años 60 y 70 que van cayendo bajo la piqueta de los albañiles.

Apenas se ve el campo en todo el recorrido, solo pequeños montículos de vegetación subtropical bajo las nubes, que con su verdor alivian los excesos del asfalto. Puedes quedarte dormido en el trayecto y despertar unos kilómetros más allá para volver a ver grúas, edificios modernos de oficinas, centros culturales y centros comerciales de última generación, avenidas ajardinadas con restaurantes y juegos infantiles; un poco más allá calles enteras de comercios al por mayor vendiendo todos los muebles imaginables, todos los electrodomésticos, bañeras, coches; cualquier bien de consumo es fabricado y exhibido en cualquier callejón de esta gran urbe.

Es difícil de imaginar los números, los campos de golf, de deportes; la obscenidad de la riqueza y su abundancia. Los coches de lujo no solo en las zonas residenciales de Cantón. También en los barrios, que tienen a su vez hoteles de lujo, concesionarios de las mejores marcas de coches europeas y restaurantes con estrellas Michelin (otra moda ala que se han apuntado los chinos con delectación). Se necesita una hora sin tráfico para ir al barrio del aeropuerto, y allí vuelve a reproducirse la ciudad con todos sus servicios disponibles.

Esto viene a cuento porque se habla ahora de fortalecer el consumo interno. Ante la dificultad de las comunicaciones y las amenazas de las renacionalizaciones bajo distintas fórmulas, aquí en el futuro parece que la respuesta será que sin renunciar al mundo global al que tanto han contribuido, se puede seguir la vida casi normal en un recinto para 1.400 millones de personas que produce de todo y que todavía tiene mucho recorrido hasta alcanzar el bienestar generalizado. Hay millones de trabajadores todavía atrapados en sus pueblos que no han podido volver a las fábricas de las costas. Hay agricultores en condiciones de pobreza, hay espacio y hay personas para desarrollar una estrategia en un mundo forzosamente más cerrado.

¿Será esto el futuro?. De momento para viajar en el interior del país, los precios de los vuelos han subido; para ir a la isla de Hainan, cercana a nosotros debemos hacer el test del coronavirus y una declaración de salud antes de subir al avión, y deberemos soportar un viaje con mascarilla y guantes, aguantando las ganas de ir al baño hasta llegar a un lugar seguro.

No hay comentarios:

Publicar un comentario