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sábado, 13 de junio de 2020

Los chinos en la playa


Cantón, 13 de junio de 2020.

Una de las costumbres occidentales que más les cuesta adoptar a los chinos es la de disfrutar de las playas en verano. En un país con muchos kilómetros de costa y con algunas playas tropicales entre montañas y jardines permanentemente verdes, el temor de los chinos a los rayos de sol hace que sus costumbres en la playa sean algo diferentes.

En la isla de Hainan han tratado de hacer un gran polo de desarrollo turístico, con extensas playas dotadas de hoteles gestionados por las principales marcas internacionales de cinco estrellas, que se reparten la playa y no dejan ver desde fuera de los complejos turísticos el mar. Algo parecido a los grandes hoteles del Caribe, pero eso sí, aquí no tienen el sistema del todo incluido. A los chinos ricos, que son los que vienen a estos sitios les gusta la exclusividad y el precio alto.

En estos hoteles, la playa está durante el día prácticamente vacía. Solo algunos de los pocos extranjeros que hemos podido llegar desde la China continental paseamos o nadamos durante el día. Algunas familias chinas se aventuran a la orilla, convenientemente protegidas con las prendas más inverosímiles para protegerse del sol. Aquí, como antiguamente en Europa, la blancura de la piel es un signo de distinción, y solo los campesinos, obligados a trabajar de sol a sol tienen ese color moreno que horroriza al chino que ha conseguido pasar del campo a la ciudad.

Lo que sí les gusta es la imagen. Mostrar su imagen, y mostrar a todos dónde están. Algo que todo el mundo hace de vacaciones, pero en el caso de los chinos es mucho más pronunciado. Es más importante la fotografía que la visión de un paisaje. Así, uno de los negocios que florecen en todos estos hoteles son las sesiones de fotografías, y por ello, los jardines y los aledaños de la playa se llenan de personas haciendo poses perseguidas por un fotógrafo que va dando instrucciones precisas a los modelos. El resultado es un álbum digital de cien fotografías que es compartido inmediatamente por las redes sociales. Los modelos suelen ser parejas, pero más abundantemente niños con la madre y la abuela. Los niños pequeños, de hasta diez años abundan en las calles y en los espacios públicos de China, el misterio es qué ocurre con estos niños cuando cumplen los diez años. No se les ve por ninguna parte y ya reaparecen en la edad universitaria, unos años más tarde.

La política del hijo único, instaurada a finales de los años 70 para evitar el aumento descontrolado de la población y poder garantizar alimento para todos, ha dado una peculiar pirámide de población y unas nuevas normas sociales. Durante estas décadas el niño, sobre todo el varón, era el rey de la casa, con un hijo por familia, el niño disfrutaba de dos padres y de cuatro abuelos, que dedicaban toda su atención y sus ahorros a esta criatura, que después, según las normas confucianas de respeto a los mayores, debería hacerse cargo de su familia en la vejez. Ahora la regla se ha relajado y se pueden tener hasta dos hijos por matrimonio. Y en los hoteles y lugares de esparcimiento se ven familias con varios hijos que reciben todas las atenciones imaginables.

Además del posado para el álbum de fotos, hay otro posado, el de las jóvenes “influencers”, esas jóvenes que se visten para la ocasión y van narrando su vida en un hotel de lujo. Se cambian frecuentemente de atuendo, buscan los lugares apropiados y comienzan la sesión de autorretratos poniendo caras interesantes para la audiencia. Uno de los lugares que más aprecian es la terraza con vistas al mar, donde se sirve por la tarde el “high tea “, al estilo del hotel Península de Hong Kong, con una mezcla de salado y dulce, acompañado de dos copas de champán. 

La imagen se completa al atardecer, cuando los chinos sí que bajan a la playa a resguardo de los rayos de sol. Es entonces cuando se animan a pasear o a bañarse si la luna es propicia. En la ciudad de Sanya, donde hay un paseo marítimo junto a la playa, en el único lugar libre de hoteles en esta parte de la costa, al anochecer los chinos salen a ver el mar, a hacerse fotografías, a mojarse los pies tímidamente sin aventurarse un paso más en ese mar devorador, que les devuelve los pescados y los mariscos que tanto aprecian en China. A la noche, los restaurantes sacan al aire libre esas enormes mesas redondas con una bandeja giratoria en el centro, que llenan con los animales más extraños que salen del mar, y con unos condimentos, que incluso las conocidas almejas toman un color extraño en las mesas de los chinos. Aquí en esas reuniones familiares de verano se muestra otra de las características de los chinos en la mesa, bajo el lema “que no falte de nada”. Platos y platos llenan las mesas y se van retirando a medida que se consumen en un orden misterioso para nosotros, pero que ellos conocen perfectamente. Todo bañado por los efluvios del licor blanco, que adormece y atonta solo con su inhalación.

El verano chino transcurre para los afortunados que han sabido aprovechar estos años de bonanza en estas playas abandonadas, con gran despliegue de riqueza, porque aquí la apariencia y la demostración de riqueza son una muestra no solo del éxito social, sino también de la virtud.

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