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sábado, 2 de mayo de 2020

Medicina Tradicional China


Cantón, 2 de mayo de 2020.

En estos días de trabajo extraño, en los que no se puede expedir visados por la imposibilidad de viajar al extranjero, y en los que las relaciones culturales son redundantes en un mundo salpicado por el coronavirus, solo queda el recurso a la ayuda esporádica a alguna operación de importación de materiales médicos o a la gestión de las donaciones que recibimos para aliviar las carencias de nuestro país y para mantener abiertos los laso afectivos entre comunidades tan distantes y tan suspicaces en cuanto a la atribución de las culpas.

Entre los variopintos donantes que se han acercado durante estas semanas a saludarme y a presentar sus respetos en tiempos de malaria, está la asociación cantonesa de medicina china tradicional, que ha hecho una donación de 100.000 mascarillas con destino a España, pero que al recibirlos en mi despacho pude apreciar que había algo más en su generosa visita. Se trata de una asociación que reúne a decenas de miles de médicos y practicantes de la medicina tradicional china en esta provincia, y que vela por las buenas prácticas de la misma, así como por su mejor comprensión en el resto del mundo. 

Por lo poco que pude comprender, esta medicina ancestral, con más de 3.000 años de experiencia, se basa en lo que los chinos denominan el qi, o la energía vital, que sería algo así como el “conatus” spinoziano que delimita la frontera entre la vida y la muerte. Esta energía vital se encuentra en nosotros y se detecta por la observación externa, por una serie de parámetros que el médico puede apreciar en un somero reconocimiento, y por el historial personal de cada uno. La clave para combatir la enfermedad no es tanto matarla, como conseguir que la expulsemos, y que podamos convivir en armonía en nuestro cuerpo. Para ello utilizan profusamente la idea de la complementariedad o de la armonía de los opuestos, a través del Ying y del Yang, así como de los cinco elementos y otras muchas tradiciones entre la filosofía y la superstición. 

Como métodos curativos utilizan la dieta, los masajes, la acupuntura, la meditación, las succiones mediante vasos calientes, la cura de humo, etc. aplicados con un rigor y una fe que no me extraña que en algunos casos tengan efectos positivos. 
También recurren a los brebajes, a los polvos de determinados cartílagos o huesos de animales, y a otros mejunjes poco recomendables.

Durante la visita de los académicos de la medicina china tradicional, estos me revelaron con total seguridad y sin pestañear que en Wuhan habían estado tratando a pacientes con medicina tradicional y con medicina occidental, y que los resultados habían sido claramente mejores en los pacientes que habían seguido los consejos de la medicina tradicional que la de los occidentales. En consecuencia se ofrecieron a enviarme además de las prosaicas mascarillas, unas cajas de medicina tradicional para ser probada en España. Se trata de un jarabe hecho con corteza de mandarina, y de unos polvos que todo lo que atinaron a decirme sobre ellos es que parecían mucho al nescafé. Con estos argumentos y sin más prueba científica, acepté agradecido el ofrecimiento, y consideré la posibilidad de tomar yo mismo un poco del jarabe de mandarina como medida precautoria antes de enviarlo a España.

No sé lo que pueda pensar nuestro ministerio de sanidad, desbordado por la cantidad de análisis que tiene que hacer a medicamentos y equipos venidos de todo el mundo con una fiabilidad variable, pero en vista de cómo están las cosas, antes de recurrir a las procesiones y rogativas, tal vez pudiéramos echar un vistazo a estos remedios. En cualquier caso, evitaron mencionar entre las posibles curas, elementos tales como los huesos de tigre asiático, los limados de colmillo de rinoceronte, o las uñas del Pangolín, que tan mal resultado nos han dado.

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