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miércoles, 6 de mayo de 2020

Esos ingleses


Cantón, 6 de mayo de 2020.

La ética de Kant proporciona una de las normas morales más completas y a la vez fáciles de entender por el común de los mortales. “ Obra solo según una máxima tal, que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley universal.”, es decir, que tu actuación sea la misma que tú desearías que tuviera el resto de la humanidad, en cuestiones humanas, que al fin y al cabo te atañen. Este “imperativo categórico” se basa en la buena voluntad, en que tu comportamiento no sea una excepción a tu favor, sino que sea tan virtuoso que pudiera ser una norma universal. 

Hoy vemos que los ingleses son más partidarios del empirismo de Hume, es decir de probar y ver, o tal vez del utilitario o de Bentham, que proclama la suma de las felicidades individuales como medida de la felicidad universal. Así al menos parece haberse comportado Neil Ferguson, el asesor científico principal del Gobierno británico en tiempos del COVID, que es un científico del imperial College  de Londres, y que entre sus innumerables méritos se cuenta el haber convencido al primer ministro, Boris Johnson de que era preciso cambiar su idea inicial de no hacer nada frente al virus y esperar la “inmunidad del rebaño”, justo a tiempo para evitar una mortandad que ni el flemático Parlamento británico hubiera podido soportar.

Ferguson es la persona que ha dado la cara en la respuesta al virus en los medios británicos desde finales de marzo, es una persona a quien sus colaboradores consideran brillante, incansable y adicto al trabajo, que en desarrollo de su labor profesional contrajo el virus en sus frecuentes reuniones en Westminster y en el 10 de Downing Street, y que se recuperó adquiriendo según sus propias palabras, la inmunidad necesaria para no causar infecciones a los otros.

Hoy, Ferguson ha dimitido, como es costumbre en Inglaterra cuando te pillan en un renuncio. El científico  preferido de los británicos ha afrontado su error de juicio, como se expresa en inglés, al haber recibido durante el periodo de confinamiento, en dos ocasiones a su amante, una madre más joven que Neil, y que debía atravesar toda la ciudad de Londres, dejando en el hogar a su esposo e hijos para reunirse con su atareado amante.
La respuesta de Ferguson ha sido la convencional; ha reconocido su error, ha admitido su culpa al actuar de un modo que no podría considerarse como universalmente aplicable, mientras él pedía a los británicos que se quedaran en casa, y ha afrontado la vergüenza de haber ensuciado un curriculum intachable por uno de esos calentones a los que los ingleses, tan fríos ellos, son bastante propensos en la intimidad.

Por su parte, la amante, cuyas fotografías y detalles de identidad y estado han sido ampliamente difundidos por la prensa inglesa, ha reaccionado de modo más desafiante, al decir que no había nada de extraño en sus viajes por un Londres vacío, ya que según ella, tenía dos hogares. Por lo que publican los tabloides ingleses, su ocupación es “activista”, profesión que al parecer da tanto para defender cualquier actuación por peregrina que sea, como para llevar el activismo por las calles en tiempos de encierro. No sabemos si la vuelta a casa será tan desafiante como su respuesta al escándalo, pero me temo que en el hogar de origen de sus correrías no habrá en los próximos días mucha paz conyugal.

Casualmente estos días leía en la prensa noticias sobre el caso Profumo, ese ministro de Defensa, que en los años 60 tomó como amante a una joven apellidada Keeler, quien a su vez era amante del agregado militar soviético en Londres. El escándalo se llevó por delante al ministro, que pasó el resto de su vida con su mujer legítima, tratando de hacer buena letra y colaborando con las buenas causas de la época para tratar de restablecer la honra a su apellido, algo que nunca consiguió, en tanto que la señorita Keeler, pasó una temporada en Benidorm, y terminó de tumbo en tumbo, hasta su muerte en 2017 en la soledad y el abandono.

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