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domingo, 10 de mayo de 2020

Gol de Nayim



Cantón, 11 de mayo de 2020.

Se cumplen veinticinco años desde el gol de Nayim que dio la victoria al Real Zaragoza en el Parque de los Príncipes de París ante el Arsenal. Un gol que valió un triunfo y la recopa de Europa, por primera vez para el equipo de Zaragoza.

Este acontecimiento que para quienes no sigan el fútbol podría parecer banal, fue en realidad una demostración de cómo los sentimientos se apoderan de una ciudad o de una región por algo tan trivial como marcar un gol o ganar un partido que vale una copa. Son esas cosas extrañas de nuestro cuerpo, que comienzan con sutiles cambios fisiológicos, con un cosquilleo, una dilatación de las pupilas, llegando a una ligera erección cutánea, que en lenguaje cotidiano significa que se te pone la carne de gallina. Esos pequeños cambios pueden llegar a provocar lágrimas, gritos de euforia y sonrisas bobas durante varios días, en grandes grupos humanos no organizados previamente.

Eso es lo que sintieron tantas personas en el lejano año 1995, cuando el gol de Nayim sacó a la ciudad de Zaragoza del sopor y de la irrelevancia, y es lo que se siente cuando las glorias locales, en una región no acostumbrada al foco público, rememoran aquel día en el que incluso los que no habían nacido guardan en el recuerdo.

Cuentan la anécdota de que el escritor aragonés Javier Tomeo tenía una pesadilla recurrente. Estaba viendo este partido entre el Arsenal y el Zaragoza, y el entrenador del equipo zaragozano, en vista de que faltaba apenas un minuto y la final se debería decidir en los penaltis, decide cambiar a un jugador para dar entrada a otro más experto en el lanzamiento de penaltis. Y Tomeo, en su sueño ve que el ´ número del jugador que debe salir del campo es el de Nayim, quien debería marcar su gol en los últimos segundos del partido, Allí se despertaba Tomeo de su siesta gritando como un loco, No, a Nayim No, no, que es el que va a marcar el gol....
Todo quedó en un sueño, como el de los que disfrutaron de ese momento que todavía se vive en la ciudad cuando llega el aniversario.

Y lejos de aquellos tiempos y de esos sueños, aquí sigue la vida con pequeños avances. Ayer al entrar en el parque de Zhujiang, los guardias prohibieron la entrada a dos ciudadanos que iban delante de mi por exhibir el denominado Bikini de Pekín, es decir, llevar una camiseta remangada por encima de la tripa, enseñando el ombligo y una barriga blanca y libre de pelos. Esta es una moda popular en toda china, por la que los hombres, cuando llega la calor, que en el sur es muy pronto, buscan alivio de las altas temperaturas subiéndose la camiseta y caminando por parques y aceras orgullosos de su pancita e indiferentes a las miradas reprobatorias. Pues bien, como consecuencia del virus y de las medidas para mejorar la higiene y las buenas costumbres, esta simpática tradición ha sido prohibida en China, y a partir de ahora no solo hay que ser limpio e higiénico, sino que hay que parecerlo.

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