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lunes, 4 de mayo de 2020

El pasado vuelve


Cantón, 5 de mayo de 2020.

Entre búsquedas de razones y de culpas; entre promesas voluntariosas y vanas de fondos salvíficos para desarrollar la cura a la enfermedad; entre disputas agrias de Este y Oeste, en tanto en el oeste del este tratamos de conciliar unas relaciones internacionales cada vez más alejadas y divergentes; ante la incapacidad de imaginar el futuro con una mirada mínimamente plausible, retorno al pasado, dulce refugio de la memoria.

Una tarde de hace casi cuarenta años, recuerdo haber visto en la televisión una corrida de toros que me emocionó. Casi al día siguiente se empezó a denominar la “corrida del siglo”. Era una tarde soleada en Madrid, con una ligera brisa que en palabras de Matías Prats senior, no entorpecía el vuelo del capote; se anunciaban toros de Victorino Martín, ese ganadero de la sierra de Madrid con cuerpo y cara de postguerra embutido en un traje de rebajas. Los toreros no eran lo mejor del escalafón, dominado ya por “Espartaco” y los toros, a quienes algunos toreros llamaban alimañas, tenían toda la bravura y el espíritu bronco del encaste  de Albaserrada.

Era un mes de junio de 1982, estaba terminando los exámenes finales de mis estudios universitarios, y posiblemente ese día tocaría descanso y decidí ver en la soledad de la tarde esa corrida de toros para despejar la mente y pasar el tiempo en un año en el que al finalizar los estudios debería pensar como Lenin, “Qué hacer”.

Hoy, tantos años después rememoro esa tarde mágica de toros en una mala grabación de YouTube, a miles de kilómetros de distancia y a muchos días de recuerdos, en la paz de otra tarde Cantonesa. Fue un milagro del toreo, que todas las suertes, todos los toros, todos los toreros se conjuntaran para cumplir cada uno su cometido, desde el paseíllo, los primeros lances de capa, los picadores como “El rubio de Quismondo” o el “Pimpi”; los peones liderados por el “millonario”, el “formidable”, el “mollejas”; el tercio de banderillas en los que los matadores Esplá y Palomar se alternaron para deslizar sus zapatillas de ballet por el albero. La recia compostura de Paco Ruiz Miguel, un torero hierático y vertical que se especializó en matar “victorinos” a lo largo de unas temporadas sudorosas y sufridas; el toreo de capa de Palomar, su seriedad soriana, sus afarolados, su sabiduría para lidiar al difícil tercero con la mano diestra, su afán y su fe con la espada de acero que solía llevar durante toda la lidia, y al fin el segundo toro de Esplá, (no hay quinto malo), un compendio de torería, con la capa, en los quites al caballo, un tercio de banderillas en solitario en los que recorrió la plaza en torno al toro pasando por los callejones del aire más impensados para llegar al encuentro con el toro de Victorino. La muleta excelsa con las dos manos, los tiempos justos y para terminar con la espada, la ejecución de la suerte de matar al encuentro, llamando al toro, que se arranca y encuentra al torero que mete la estocada en el hoyo de las agujas, dejando una herida de muerte rápida y un fogonazo de luz en la tarde madrileña.

Los toros ovacionados y dando la vuelta la ruedo, los toreros, el ganadero y el mayoral acompañados por el público en éxtasis, y la salida de todos ellos a hombros por la puerta grande de las Ventas, camino de no se sabe dónde, con los aficionados gritando y tocando la encarnación de una tarde de milagros. 
Todo esto sucedió el 1 de junio de 1982 y todo esto vi ayer en la lejanía del espacio y del tiempo.
En ese momento todavía no había asistido a una corrida en las Ventas, y apenas conocía Madrid. En los meses siguientes tuve que ir a Madrid para cumplir tardíamente y con desgana con mis obligaciones militares, y asistí a muchas corridas desde la andanada del 9, y posteriormente, con la mejora de mi estatus y de mi economía fui bajando a los tendidos e incluso a los palcos más exclusivos, pero ya nunca vi una corrida que se asemejara a ésta. Ya no hubo más corridas del siglo, que solo hoy podemos disfrutar desde la comodidad de ese repositorio de memorias que se ha convertido internet.


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