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viernes, 8 de mayo de 2020

Cuando la ciencia falla


Cantón, 9 de mayo de 2020.

Echando una ojeada a la hemeroteca desde el comienzo de este ominoso 2020, podemos decir sin lugar a dudas que algo ha fallado en nuestra ciega fe en el  progreso científico. Las explicaciones y la suficiencia con la que los expertos han ido dando cuenta del avance de la enfermedad, dan vergüenza o al menos pudor en una mayoría de los casos. Hoy, cuando tantos epidemiólogos salen a la palestra, estimo que ésta puede considerarse como una de las artes más cercanas a la nigromancia o a la astrología que al concepto filosófico de ciencia. Posiblemente estos fallos no sean tanto por causa de la falta de preparación o de conocimiento, sino de la arrogancia de no querer reconocer las limitaciones del conocimiento científico ante un evento totalmente desconocido.

Hoy aparece en la revista Aeón, un artículo sobre el filósofo de la ciencia, Imre Lakatos, un húngaro, fallecido a comienzos de los años 70, que trató de mejorar las teoría de la falsación de Karl Popper, que dominó la discusión sobre la veracidad del conocimiento científico, aduciendo que toda teoría científica debería someterse a un proceso de refutación, hasta lograr ser considerada plenamente científica, en lo que denominó el Programa de Investigación Científica. Este principio comenzó a discutirse en los años 60, al comprobarse que los científicos no podían estar sometiendo sus investigaciones al principio de falsación cada cinco minutos.

El otro gran filósofo de la ciencia del siglo pasado, fue el americano Thomas Kuhn, quien propuso la idea de las revoluciones científicas cada vez que cambia el “paradigma científico”. 
Entre estos dos autores y estas teorías, al parecer, Lakatos logró exponer una síntesis más adecuada a la validación del conocimiento científico que es utilizada hasta nuestros días. En cualquier caso, la ciencia en sí no tiene por qué ser verdadera, hasta que no cumple con una serie de parámetros y de observaciones que nos permitan avanzar con paso firme sobre la incierta realidad dela naturaleza.

Pero lo llamativo de Lakatos no es solamente su teoría, expuesta desde la tribuna de la London School of Economics, donde fue acogido por Popper, sino su especial biografía de judío errante y de comunista militante. Lakatos nació en Hungría a comienzos del siglo XX y sufrió la persecución de los Nazis, pasando a militar en una célula comunista radical opuesta a los invasores. De esta época nace una de las pesadillas que le acompañará para siempre, pues llevó al suicidio a una joven partisana que se unió al grupo de Lakatos, y a quien por temor a que en caso de ser detenida mostrara su debilidad y delatara a sus compañeros, Lakatos decidió que la mejor manera de eliminar la incertidumbre sería eliminar a la causa y por lo tanto la indujo al suicido, que la pobre joven cometió contra su voluntad. Después de esto, y tras la guerra, Lakatos, entre investigación e investigación se convirtió en uno de los miembros más obstinados del régimen comunista húngaro, delatando traidores e imponiendo el dogma marxista con la convicción y la saña del militante. Tanto fue su celo, que los propios comunistas tuvieron que encarcelarlo, y en ese encierro leyó a Popper y su crítica del marxismo, que le llevó a la conversión ideológica y a huir al Reino Unido, donde fue un respetado filósofo de la ciencia, y un apátrida durante el resto de su vida , ya que el servicio secreto de Su Majestad nunca se tragó el todo la versión de Lakatos de su conversión, y le negó en dos ocasiones la solicitud de nacionalidad británica. 

Así murió Lakatos apátrida y en el momento más fecundo de su pensamiento. Me gustaría saber cómo calificaría hoy los desatinos científicos sobre este virus que nos come las conciencias, y cómo juzgaría a tantos científicos de laboratorio y de tribuna, al someterlos a las pruebas de las falsación y del paradigma científico.

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