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jueves, 3 de junio de 2010

Liquidez

Tan antiguo como la vida. La capacidad de manipular, de ofrecer a la mejor luz el objeto deseado,girar y tornar para que aparezca del modo más conveniente para la venta instantánea.
Viejos articulistas decimonónicos, en el París más literario eran capaces de denostar una obra por la mañana, construyendo una teoría literaria a la medida de la demolición, para en la tarde volver la crítica favorable y refutar cuanto habían dicho en su cuartilla matinal para ganar nuevos lectores. Nada es fijo, ni siquiera los principios. Todo tiene su cara y su envés, y con un suave giro de muñeca aparecen los objetos con un brillo nuevo o en un mate apagado.

Todo cambia, todo se adapta y en momentos de una moral líquida apenas puede predecir el próximo paso, la siguiente jugada.

Y con el cambio de opinión, con la relativa verdad, con la ventajista toma de posiciones se pierde día a día la inocencia. Se van acabando las ilusiones y todo se mezcla en un turbio mejunje donde es imposible distinguir los elementos esenciales, los principios que dieron lugar a la historia.

Y así fue y así es, todos los días, ese pretencioso provinciano, con ínfulas poéticas y capacidad para entusiasmar a maduras grandes señoras, ese joven de Angoulema o de León va dejando sus dudosas prendas en el camino. Se deja tentar desde el primer día, se deja halagar por la musicalidad de sus ripios y va adoptando ese tono cínico de los periodistas de café.
Se comienza por enhebrar unos malos versos, unas vacuas palabras y se termina traicionando a sus oyentes todavía aletargados por las largas frases y los largos silencios.

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