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domingo, 31 de julio de 2011

Muertes y exilios

Días tristes en Cuba. A la muerte del obispo emérito de Santiago de Cuba, monseñore Meurice, le sigue hoy la muerte de Eliseo Alberto Diego, Lichi, el escritor cubano residente en México, hijo, hermano y familiar de escritores que han marcado el siglo literario de Cuba.
El exilio o la muerte como forma de reconciliación, es lo que se experimenta en Cuba cada día más a menudo por todos aquellos cubanos que ya no pueden con tan larga impostura.
La muerte de monseñor Meurice ha levantado una muestra de afecto y de recuerdos en Santiago de Cuba, esa ciudad oriental de la que salieron todos los movimientos revolucionarios de la isla, esa Cuba caribeña, casi haitiana, donde dicen que tuvo su hogar Hernán Cortés en su breve tránsito hacia México, y donde nació la leyenda del ron cubano. Esa Santiago donde fui una tarde del año 2003 a visitar a monseñor Meurice, dado qeu como embajador de España no podía visitar a ningún miembro del Gobierno cubano (notable paradoja, la de un embajador ante un Estado, que no puede entrevistarse con los representantes de tal Estado, pero así son las cosas del socialismo). Esa ciudad en la que monseñor Meurice organizaba colectas de alimentos y de ropa para cubrir y alimentar a aquellos desheredados de la fortuna en la tierra donde por definición no existen las diferencias sociales ni económicas. Allí, en su casa obispal nos recibió monseñor Meurice al caer la tarde, en una sala de mecedoras con rejilla, con las ventanas abiertas de par en para para ahuyentar el calor del día, con una gran jarra de daiquirí, preparado por él mismo, con la parsimonia y la sabiduría que dan los años de ejercicio en esa ciudad donde nació esta bebida a espaldas de las bodegas de Bacardí, ese catalán nacionalista cubano, que con sus rones financió a la primera revolución cubana, la de los mambises por la independencia de España.
Monseñor Meurice fue quien asistió con Monseñor Pérez Serantes a su discurso de bienvenida a Fidel Castro en el balcón del ayuntamiento de Santiago en ese remoto enero de 1959, cuando la revolución era esperanza de un mundo mejor. Y de allí, como tantos cubanos, como tantos ciudadanos del mundo, Meurice fue conociendo la realidad del socialismo real, la imposición y el desengaño. Allí desplegó su labor pastoral y social, y allí recibió al papa Juan Pablo II en 1999, dando el discurso central en el que frente al cuidado y timorato programa del Vaticano y de la conferencia episcopal cubana, monseñor Meurice se levantó ante el pueblo de Santiago y en presencia de los dirigentes comunistas cubanos para decir las verdades del barquero, que el rey está desnudo y que hay que luchar porque las cosas cambien.   Dijo entre otras cosas":Le presento, además, a un número creciente de cubanos que han confundido la Patria con un partido, la nación con el proceso histórico que hemos vivido las últimas décadas, y la cultura con una ideología…"
Pero han pasado 13 años de esas palabras que parecieron retadoras. Han pasado 13 años de penurias y de frustraciones. Ha muerto el papa Juan Pablo II y ha muerto Monseñor Meurice. ¿Será efectivamente la muerte la liberación? ¿Cuántas muertes más serán necesarias para que la esperanza se abra camino también en Cuba? Tal vez muy pocas, pero cuánto tardan en llegar¡¡¡
Del exilio, de Lichi hablaré mañana con nuevos bríos, con otras luces.


Contrasta la labor

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