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jueves, 14 de julio de 2011

La felicidad ja, ja, ja, ja

Entre el temor y la alegría comienzan estas vacaciones de verano. Quienes salen de las ciudades españolas rumbo a las playas, lo hacen mirando hacia atrás con temor por lo que pueda pasar, por lo que puedan encontrar a la vuelta. Trajeados funcionarios belgas, o economistas alemanes están revisando las cuentas de nuestras entidades financieras, ayer pasmo de Europa, y anuncian aires de tormenta que pueden hacer más indigesto este extraño verano de 2011.
Mires adonde mires, siempre hay un tono de nostalgia, de pena y de lamento sobre nuestro futuro incierto y nuestro pasado reciente tan esplendoroso. Nada nuevo bajo el sol de España. Nada que no hubieran dicho Quevedo, Costa o Unamuno, esos cenizos que nos miraban desde los libros de texto con aire adusto, mirada firme y gesto de reproche. Esos que seguramente ya no aparecen ni en los libros de texto actuales, pero que reflejaban esa parte de la España instrospectiva y desilusionada. No tiene por qué repetirse la historia. Los errores no han de ser fatales por obligación, pero después de años de abundancia, de años en los que pensamos haber olvidado esa idea de fracaso que tanto nos lastraba; cuando el optimismo, el color y la modernidad se habían apoderado de las calles, esa extraña jerga de los economistas viene a aguarnos la fiesta. ¿Quién sabía lo que era la prima de riesgo, el diferencial, los mercados o rescates? Palabras propias del tercer mundo, pensaríamos. Algo que tiene que ver con la crisis de la deuda en América Latina en los años 80, o palabrería propia de los porteros de Buenos Aires, acostumbrados a dar los buenos días junto con el informe del riesgo país.
Pues aquí estamos, saliendo de vacaciones, aparentando esa vacua felicidad por reencontrar a nuestros vecinos y amigos de la ciudad cuatrocientos kilómetros más allá en una playa conocida, esa española manera de pasar las vacaciones comiendo y bebiendo y contando lo que hemos comido o vamos a beber para seguir disfrutando al menos este año de esta inigualable cultura. Felicidad que este año lo será para algunos menos, pues no osarán salir de casa por temor a no encontrar la despensa llena a la vuelta. Vacaciones teñidas del rojo de las bolsas y del negro de los augures.
¿Y si esa felicidad era impostada? ¿ Y si ese progreso no fue más que un espejismo que nos hizo olvidar otros saberes más profundos, otras convicciones, otras formas de actuar menos ostentosas y más auténticas?
¿Y si a la vuelta de las vacaciones la crisis nos vuelve más austeros, más humanos y a la larga más felices?

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