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lunes, 11 de julio de 2011

Domingo electoral

Domingo de elecciones. Un domingo cualquiera en invierno. Un invierno que suaviza sus rigores para animar a la participación y para que las familias cumplan con su obligación cívica antes de la comida o dando un paseo a primera hora de la tarde. Día apacible, festivo, con poco estruendo y con la aburrida cotidianiedad de lo predecible, de la costumbre. Aquí y allá se ve a ancianas, especialmente ellas, que ayudadas por los hijos o los nietos quieren participar como abuelas en una fiesta democrática que a pesar de los años  celebran como si les fuera la vida en ello.
Esta alegre estampa hace inverosímil lo que ocurrió en estas calles, en estos mismos lugares hace ahora poco más de treinta años. Estas mismas personas que hoy acuden a las urnas con la placidez de un domingo, se vieron envueltas en los tortuosos finales de los setenta en la más cruel y salvaje lucha que pueda imaginarse en un país desarrollado, en una ciudad con apariencia europea y con vocación universal.
Por más que leamos los informes y los libros. Por más que se hayan celebrado juicios y que en muchos casos los supervivientes de aquellos perseguidos sean hoy parte del sistema, parte del Gobierno, queda el insondable misterio de la realidad diaria de aquellos días, de aquellos domingos de invierno no tan lejanos como para olvidar. Queda la duda de la convivencia en las familias partidas, del remordimiento por los males causados en una alocada carrera de acción y reacción que sacó lo peor de cada individuo. Queda el dolor y la soledad de aquellos que perdieron a sus familiares y amigos, o de aquellos que miraron para otro lado, o de aquellos que alocadamente prendieron el fuego que despertó a la bestia. Todo esto parece mentira en este domingo amable. En esta rutina electoral que nos recuerda que los atajos en democracia llevan al abismo. Que aunque mejorable, el sistema de democracia representativa es hasta ahora el que mejor resuelve los conflictos, el que nos permite vivir con esa placidez de lo conocido, de lo que queremos.
Solo algún mendigo, algún grupo de jóvenes mal vestidos y con mirada torva se cruza en el camino de esta celebración. Son algunos de los que esperan más del resultado electoral, algunos de los que nos recuerdan que esto no funciona del todo bien. Que son necesarios ajustes, que la miseria, el abandono, la desidia, la pobreza habitan a solo unas cuadras del centro. En ningún lugar es esto más cierto que en Buenos Aires. Aquí, a pocos metros del mejor barrio de la ciudad hay un barrio de chabolas, la villa 31 que recuerda día a día que junto a la ciudad que se asemeja a París se puede encontrar Calcuta. Estos también votan y también para estos, la democracia al final es la mejor solución para dar un futuro a sus hijos.
Día de domingo, día apacible, de contrastes como lo son todos los días en todas las ciudades y que Dios nos libre de los "tiempos interesantes", de los líderes carismáticos, de las soluciones mágicas, de los atajos para el desarrollo o la democracia. Vivamos las elecciones como decía el Quijote, como una "aurea mediocritas"

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