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lunes, 18 de julio de 2011

Cubanas

Las mujeres cubanas traen siempre recuerdos de imágenes sugerentes, desde la época de la colonia, cuando los apuestos militares de la metrópoli iban a hacer las Américas a las Antillas y quedaban enredados en los brazos de una mulata, dando así origen a la estirpe de criollos que heredaría los destinos de la isla en años venideros.
Posteriormente, en tiempos de la república,  el teatro vernáculo, especie de vodevil que contaba irremisiblemente con los personajes del gallego bruto, el chino tramposo y la mulata sensual, puso a la mujer cubana en una nueva dimensión como objeto de deseo y colmo de desdichas. Esta imagen no se ha borrado ni en los jaraneros años cuarenta, ni en los tenebrosos años soviéticos, cuando tras el uniformismo y la tristeza comunista, solo se permitía alguna frivolidad machista a costa de la mujer cubana.
Pero no es ésta la esencia ni la cualidad inherente a las mujeres de Cuba. Muy al contrario, a pesar de años de prejuicios, de burdas sensualidades ciertas o imaginarias, el rasgo principal de la mujer cubana ha sido el valor, el arrojo casi temerario en los momentos difíciles que han tocado vivir a los cubanos. Sobre el resto de la población, en los últimos años, el mayor testimonio de integridad y gallardía en la isla lo han dado las mujeres. Acabo de leer el libro de la doctora Hilda Molina, "mi verdad", escrito durante los quince años largos que pasó en Cuba en espera de algo tan elemental como la posibilidad de viajar al extranjero para reunirse con su único hijo y sus nietos, y que en Cuba se convierte en una odisea cuando estás al arbitrio de un regimen totalitario que se cree con capacidad de decidir sobre vidas y haciendas de cualquier ciudadano, en este caso más súbditos que ciudadanos.
La doctora Molina me ha recordado, al leer su libro, y anteriormente, al conocerla en persona a ese otro arquetipo de la mujer cubana, sencilla, amable, educada y firme en sus convicciones, con la simplicidad de la verdad y de la razón. Ese tipo de mujeres capaces de decir las verdades elocuentes y de pelear por ellas aun a costa de su tiempo, de su libertad y de su salud.
Esas mujeres que no necesitan una compleja construcción intelectual para enfrentarse a la tiranía, a la sinrazón y a la arbitrariedad. Esas mujeres que te desarman con dos frases llenas de sentido común y de franqueza, tan alejadas de las estériles polémicas en las que los regímenes totalitarios son capaces de enredar a sus adversarios.
La doctora Molina, fundadora del Centro de Restauración Neurológica y una de esas personas de las que Fidel Castro gustaba presumir, tuvo el valor, cuando vio que su camino con la Revolución no podía ir más allá, de renunciar a su dirección, de renunciar a su acta de diputada, de renunciar a su cercanía con Fidel Castro, y solicitar su salida del país en 1994. Desde entonces hasta 2009 fue rehén de la soberbia y del despropósito en el que se ha convertido la revolución cubana. Pero ella, con su sencillez, con su fragilidad y con su persistencia, logró finalmente salir del país y dar testimonio de la barbarie que puede convertir una isla paradisíaca en una enorme prisión.
Pero no está sola Hilda. Le acompañaron antes las damas de Blanco, ejemplo de valor y de todos esos atributos que sí que tiene la mujer cubana. Esas mujeres que en 2003 decidieron luchar por la libertad de sus familiares y amigos. Esas mujeres cuyo valor avergüenza a más de un hombre obsecuente con el poder y temeroso ante su furia. Esas damas de blanco que han llevado la imagen de su terca obstinación por ser ciudadanas normales en un país normal. Ellas, como Teresita, Blanca, Miryam, Laura, Ofelia y tantas otras son las mujeres cubanas que despiertan admiración en el mundo.

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