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lunes, 18 de julio de 2011

Lluvia

Llueve. Pareciera que la lluvia lleva aparejada un aura poética o en cualquier caso literaria. Había un escritor de escaso éxito, que en los días soleados se metía en su coche, daba al parabrisas, y cuando caía el chorro de agua sobre el vidrio delantero del vehículo, podía decir con propiedad, "llueve", y a partir de allí, indefectiblemente era acompañado por las musas en su tortuoso camino de creación.
Llueve en efecto sobre la ciudad y pareciera que el viento del sur borra los vestigios de un domingo soleado y despreocupado. Llueva y las ciudades se ponen ariscas, con esa mala cara que Ridely Scott dio a su ciudad en Blade Runner. Algo parecido al centro de Caracas, o según me dicen a la pujante Shanghai en la resaca de la exposición universal del pasado año.
Así son las ciudades, esas ciudades a las que se dirigen en todo el mundo, en todo momento esas masas de ciudadanos que huyen de la pobreza del campo, y como en la edad media europea, o en el éxodo del campo a la ciudad que vivió la España de la postguerra, desertan de los rigores del arado y se dirigen a ese espacio de libertad que habita dentro de los muros de las ciudades.
Personas con nombres y apellidos que quieren acceder a la educación, a la salud y a las oportunidades que  a lo largo de la historia solo las ciudades han sabido ofrecer. Por mucho que Horacio insistiera con la vuelta al campo en su Beatus Ille, desde los romanos a esta parte, la libertad y la prosperidad se han dado en las ciudades, y es a ellas adonde se dirigen aquellos que pasan a engrosar la lista de las clases medias.
Sí esa clase media, con aspiraciones pequeñoburguesas, denostada por la tradición marxista y revolucionaria, constituyen hoy el principal fenómeno sociológico de nuestro tiempo. Se dice que en los últimos años han salido 300 millones de chinos de la pobreza. A menos 100 millones de indios y según cuentan, 30 millones de
brasileños. Este movimiento de personas de un lado a otro de la escala social, de la informalidad a la formalidad, de la resignación a la esperanza, constituyen lo que ahora se nos anuncia como un choque de generaciones. Como un nuevo desafío a la gobernanza mundial, pues esta gente quiere vivir, quiere consumir y quiere alcanzar el bienestar que atisban por televisión y por internet.
Estos millones de personas hacen temblar a los mercados por su súbita y estentórea irrupción en la escena de la historia, pero hacen temblar también los fundamentos de tantas buenas intenciones y de tantas teorías sobre el desarrollo y sobre la cooperación necesaria para lograr ese desarrollo. Una vez logrado, qué.
Pues eso, la lluvia que todo lo barre y que a todos nos iguala.

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